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Un libro nos devuelve 'la vida encontrada de La Argentinita'

Fragmento de la cubierta del libro

Luis de la Cruz

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Antes de que el folklore español y sus danzas fueran impresas en cartón piedra durante años por los Coros y Danzas de la Sección Femenina, al acabar la guerra, hubo en nuestro país numerosas experiencias que hilvanaron la vanguardia y la tradición del pueblo llano. Entre los nombres que podemos situar en esa encrucijada virtuosa destaca el de Encarnación López Júlvez La Argentinita

La Argentinita, de la que sale ahora al mercado la biografía La vida encontrada de Encarnación López, La Argentinita (Bala Perdida, 2020).

Paulina Fariza Guttman reivindica con ahínco el protagonismo en la historia cultural de este país de La Argentinita, a quien habitualmente se nombra como coda de sus compañeros de viaje: Federico García Lorca y el torero-intelectual Ignacio Sánchez Mejías, con quien vivió una larga historia de amor. Estos son, como no podía ser de otro modo, personajes importantes en el libro, como también su hermana, Pilar López (figura de la danza, de quien la autora dice merece su propia biografía), pero en la voluntad de la escritora está, es claro, situar a La Argentinita en el lugar del escenario que merece. El centro.

Una Sinsombrero de la danza

Sinsombrero

En junio de 1922 La Argentinita es noticia. El periódico ABC publica la fotografía de un banquete en el que es protagonista: la artista volvía y lo hacía por todo lo alto, triunfando en el teatro Maravillas. La carrera de Encarnación es larga, pues empezó muy temprano y, casi inaugurando la década de los veinte, tiene ya mucho bagaje vital y profesional. Aunque lo mejor estaba por llegar.

Atrás quedó ya su debut en San Sebastián en 1905, con solo ocho años. Encarnación nació hacia 1897 en Argentina durante la diáspora de sus padres al otro lado del Atlántico, donde tantas veces volvería a lo largo de su vida. En 1903 la familia se instala en Madrid y la pequeña se empapa de los movimientos de las bailarinas de café cantante, lugares de arte y mala nota donde la niña acude con su padre. Desde que comienza a actuar, la familia emprende la vida del nomadismo artístico, acompañando a la pequeña gran bailarina que, por edad, no podría trabajar legalmente, pero que lo mismo muestra su gracia en los salones de la alta sociedad madrileña que se sube a las tablas de teatros en los que los empresarios deciden hacer la vista gorda. A veces, tiene que meterse relleno en el busto o vestirse de chico para actuar.

En 1915 ha sido ya pintada por Julio Romero de Torres y sabe lo que es una gira por el extranjero. Ese mismo año, el Teatro Lara vivirá un hito que se puede considerar el comienzo de una ola cultural española que, posteriormente, empujará también a La Argentinita. El 15 de abril Pastora Imperio se alía con Manuel de Falla y María Lejárrega (en el libreto) para llevar al teatro de la Corredera la semilla de una obra que más tarde Falla reescribirá y se conocerá bajo el título de El amor brujo. La compañía de Gregorio Martínez Sierra y Lejárrega expandirá su experiencia, mezclando vanguardia escénica y folklore con Encarnación que, en sucesivas obras, irá añadiendo la actuación a su repertorio de habilidades.

Esta compañía será también la encargada de estrenar la primera obra del prometedor dramaturgo Federico García Lorca en 1920, El maleficio de la mariposa. El estreno fue un fracaso, pero, precisamente, La Argentinita bailando con tules de inspiración vanguardista fue lo que más gustó, tanto al público como a los jóvenes de la Residencia de Estudiantes. Lorca sería, en lo sucesivo, una de las personas más importantes de su vida y así se trataron: de compadre y comadre.

¿Qué había pasado desde entonces hasta aquella reaparición en el Maravillas en 1922? La muerte en la plaza de Joselito El GalloEl Gallo –algo así como un amor platónico de juventud— y su marcha a América, que se convertiría en la vía de escape permanente de su vida. Volvió como la estrella que era e iba a ser entonces, tanto que su caché fue objeto de debate público, criticado en algunas instancias por desmesurado. El empresario del teatro, Pepe Campúa, había cerrado poco antes el Apolo, y molestó que hiciera, a renglón seguido, tan grande desembolso.

Es también por entonces cuando Encarnación empieza una relación amorosa con el torero Ignacio Sánchez Mejías, pública pero no oficializada nunca por estar este casado. El buen dinero ganado en las temporadas anteriores permitió a la bailarina retirarse durante unos años. Reaparició, precisamente en el Maravillas, en 1927, un año que ha dado nombre a la generación de la Edad de Plata de nuestra literatura, a la que la autora de su biografía adscribe a La Argentinita, aunque sea de forma no letrada.

La relación de Sánchez Mejías y Encarnación con los Lorca, Alberti, Dámaso Alonso, Guillén o Bergamín fue muy estrecha. El torero montó la famosa reunión en Sevilla de homenaje a Góngora que aparece en todos los manuales sobre el grupo, y La Argentinita pergeñó en Nueva York con Federico  la grabación a dúo de Canciones populares españolas, una serie de canciones de los siglos XVIII y XIX, a piano y voz, que incluye las populares versiones de Los cuatro muleros o El café de chinitas, entre otras.

El humus cultural de la República y la química entre Lorca y la pareja desembocará pronto en la creación de la Compañía de Bailes Españoles, experiencia en la que Encarnación es el cable conductor entre la modernidad y la autenticidad aprendida en los cafés cantantes, de los que recupera a viejas glorias como Juana Vargas, La Macarrona, Magdalena Seda Loreto, La Malena La MacarronaLa Malena y Fernanda Antúnez, La FernandaLa Fernanda.

La cogida mortal de Sánchez Mejías, poco después de haber vuelto a los ruedos, supuso un punto de cesura importante en las vidas de Encarnación y Lorca, que dedicará la lectura de su inmortal elegía a Sánchez Mejía a su “comadre, Encarnación López Júlvez”. Una vez más, La Argentinita partiría rumbo a América, a refugiarse en el baile.

La coreógrafa y bailarina volverá a España en julio del 36, a punto de empezar la guerra. Aún tuvo tiempo de ver una vez más a Lorca, con quien iba a hacer sus Títeres de cachiporra. Ella y su hermana Pilar siempre lamentaron que el poeta no aceptara quedarse una temporada en su casa. Ya no volvieron a verlo.

Durante los primeros meses de guerra ambas hermanas actúan en festivales benéficos a diario, espectáculos en los que hacían un número e iban a cinco o seis teatros en la misma noche. Pronto, sin embargo, parten a Orán con el salvoconducto de su trabajo, y de ahí a girar por Europa y a Estados Unidos, donde llevaron parte del repertorio de su compadre, recientemente asesinado.

Pese a su éxito internacional, terminada la guerra aparece en un artículo su nombre entre las artistas caídas durante la contienda. Fuera error o no, lo cierto es que el Régimen la daba por muerta. Sus últimos años los vivió en la Quina Avenida, actuando en Brodway y alternando con los refugiados españoles en Nueva York…hasta que un cáncer de estómago, con el que había tenido poco cuidado por su dedicación al trabajo, acabó con ella en septiembre de 1945.

La Argentinita encuentra ahora, en este libro, la atención exclusiva que su figura siempre mereció en vida y que los años de franquismo hicieron desvanecerse, seguramente porque esta Sinsombrero con castañuelas cultivó un arte que no queda impreso en libros o partituras. Sin embargo, a la luz de su biografía se encuentra una figura que encarna el enganche intelectual perfecto entre el arte popular y la vanguardia burguesa de los años veinte y treinta.

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