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Opinión
Cuando las fotos de una exposición en Chamberí son a la vez verdad y la justificación de un genocidio

Protesta frente al Centro Cultural Galileo. En la pancarta se leen estos mensajes: "Gaza es el nuevo gueto de Varsovia", "la cultura no puede blanquear el genocidio", "viva la resistencia y "Palestina libre del río al mar".

Luis de la Cruz

Madrid —

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Es jueves por la mañana y es el primer día de la exposición Cuando se acaban las palabras en el Centro Cultural Galileo. El espacio municipal está vacío, hay que subir a la planta de arriba, preguntar a una trabajadora –la muestra no está señalizada–, pasar junto a otra sala donde en ese momento un grupo de mujeres mayores hacen (creo) taichí, para llegar al espacio vacío que acoge las fotografías del fotoperiodista Ziv Koren, sacadas sobre el terreno inmediatamente después de los ataques de Hamás en Israel el pasado 7 de octubre.

Al día anterior, un centenar de vecinos se concentraba a las puertas del Galileo para expresar su rechazo a la muestra, inaugurada con la presencia de la embajadora de Israel en España, con proclamas como “Israel asesina, Almeida patrocina”. Imposible acercarse a la embajadora Rodica Radian-Gordon ni entrar al centro municipal, donde se celebraba el preceptivo acto institucional.

Pero unas horas más tarde sí y está vacía. La exposición muestra el horrible después de los ataques de Hamás. Recuerdan, pues, un terrible acto sangriento que merece ser recordado como todos los actos en los que hay víctimas. Y aquel día hubo muchas.

¿Está entonces justificada la protesta de los vecinos ante exposición? En mi opinión –remárquese la naturaleza de la columna– sí. Lo está porque el acto cultural no existe suspendido en el aire, desprovisto de contexto. La exposición no es un ente antiadherente que pueda desentenderse del resto de superficies que se le acercan. Y el presente es hoy una superficie que mancha, cuyos fluidos –lágrimas de llanto, sudor de temor, heces en el estertor– son difíciles de despegar.

Las imágenes de los miembros de las fuerzas de seguridad israelíes son sin duda sinceras y crudamente humanas. Las arquitecturas vacías sugieren el horror. El niño herido de la fotografía también reside en el espíritu del cántico “Cada niño muerto es un niño muestro”.

Pero en la intención de la muestra, promoviéndola quien la promueve, no cabe imaginar que no se pretenda desmentir la imagen sin rumbo ético de las FDI haciendo burlas en una Gaza desbastada; el urbicidio sistemático de la franja, o las miles de imágenes de niños palestinos muertos que pueblan las redes sociales. La verdad puede, en España lo sabemos bien a cuenta del terrorismo, ser utilizada por los estados como armas propagandísticas.

Y nuestro gobierno municipal participa de ello. Ya quiso conceder la Medalla de Honor de la ciudad al pueblo de Israel con Gaza en llamas. Y nuestros vecinos se oponen a ser partícipes de la justificación de un genocidio. Los actos con jurisdicción ética universal también son política municipal.

El texto que introduce la exposición termina preguntándose por los rehenes israelíes en poder de Hamás. “¿Estarán pasando frío? ¿Tienen algo de comida? ¿Medicamentos? ¿Quién consolará a los más pequeños cuando sientan el miedo a la oscuridad? ¿Quién les cantará una nana por la noche?” Preguntas necesarias que, sin embargo, acompañadas del logotipo de la Embajada de Israel en España, tal y como aparecen impresas, se antojan pronunciadas con amnesia de presente.

 

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