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Al borde del precipicio

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo.

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Thomas B.Edsall es un extraño columnista que publica semanalmente no una columna, sino una suerte de ensayo, mucho más extenso de lo que suele ser un artículo de un diario, y en el que hace uso de una bibliografía muy seleccionada, pero de enorme calidad, completada con respuestas vía email de profesores universitarios o de profesores de máximo prestigio a preguntas relativas al tema que está abordando. 

En su última contribución este pasado 24 de abril, se pregunta “por qué perder el poder político se siente ahora como si se estuviera perdiendo el país”. Este es el resultado, indica, al que está llegando la “literatura de la polarización” que ha aumentado de manera considerable desde antes de que Donald Trump llegara a la presidencia en 2016, pero mucho más todavía desde que perdiera en las elecciones de 2020. Cuando la alternancia en el poder se vive no como pérdida del Gobierno, sino como pérdida del país, la tentación de no aceptar el resultado electoral se convierte en irresistible. La norma pasa a ser la no aceptación de la legitimidad del triunfo del contrincante.  

Es la tentación en la que cayó no solamente Donald Trump, sino la mayor parte del Partido Republicano, que está gravitando sobre las elecciones que van a tener lugar en noviembre de 2024 con la ayuda inestimable del Tribunal Supremo, en el que figuran tres magistrados designados por el propio Donald Trump, de los cuales al menos dos lo fueron de manera tramposa. La retención de la investigación judicial sobre el intento de asalto al poder en 2020, a fin de que no se dicte sentencia antes de las elecciones de este año, es una prolongación de esa negación de la legitimidad del adversario, convertido de esta manera en “enemigo”. Supone la reviviscencia de la literatura jurídica del Tercer Reich.  

Lo que se describe en el ensayo respecto de la competición electoral en los Estados Unidos es directamente trasladable a lo que viene ocurriendo en España desde que Pedro Sánchez alcanzó la presidencia del Gobierno. El PP no ha aceptado la legitimidad del Gobierno socialista en solitario tras el éxito de la moción de censura en 2018, ni la de los Gobiernos de coalición a partir de las diversas elecciones generales desde 2019. 

España es el mejor ejemplo de que la derecha entiende que cuando pierde las elecciones no está perdiendo el Gobierno, sino que está perdiendo el país, que considera de su propiedad exclusivamente. Por eso, en 2014, se intentó anticipar a la posibilidad de que Pedro Sánchez pudiera llegar a ser presidente del Gobierno, poniendo en marcha una investigación a través de la 'policía patriótica' sobre la familia de su mujer, que, como se puede oír en los audios publicadas por elDiario.es de la conversación del Comisario Villarejo con el Secretario de Estado del Ministerio de Interior del Gobierno de Mariano Rajoy, sería letal para las aspiraciones del candidato socialista. 

La estrategia “preventiva” no surtió efecto. No se pudo impedir que Pedro Sánchez acabara siendo presidente del Gobierno. De ahí la necesidad de poner en marcha la estrategia de acabar con la mujer del presidente mediante Manos Limpias y un juez de instrucción, que han dado carta de naturaleza a una de las infamias más burdas que pueden imaginarse.

La estrategia ha estado a punto de tener éxito. Pedro Sánchez, afectado por la pregunta de Gabriel Rufián en el Pleno del Congreso de los Diputados, a la que, haciendo de tripas corazón, respondió de la única manera en que puede hacerlo, se rompió al tener que hacerlo. De ahí su marcha precipitada del Congreso de los Diputados y la redacción de su puño y letra de la carta que se haría pública a las siete de la tarde.

Por suerte, la carta no fue la que le pedía el cuerpo en ese momento, sino que tuvo la lucidez de darse un tiempo de reflexión. Hubiera sido terrible la dimisión de un presidente del Gobierno por la acción combinada de Manos Limpias y de un fraude procesal por parte de un juez de instrucción. 'Un golpe apoyado en un auto procesal', es el título del artículo de José Antonio Martín Pallín en Infolibre

No se nos puede olvidar que fue Alberto Núñez Feijóo el que tiró la primera piedra y que la denuncia de Manos Limpias vino después. Ha sido un burdo ensayo del golpe que a punto ha estado de acabar siendo un éxito. 

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