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Virgen de las Maravillas: ¿y si el nombre del barrio viniera de unas flores?

Calendula officinalis | WIKIPEDIA

Luis de la Cruz

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¿Sabías que las vírgenes de las Maravillas y de la Paloma comparten origen mítico? Como en todos los mitos, hay elementos que cambian según la versión y otros que permanecen constantes a lo largo de siglos de oralidad y fijación escrita. Picoteando de aquí y de allá, no lo negaremos, arrimamos hoy el ascua a nuestra sardina para contar una versión sobre el porqué del nombre de la matrona de Malasaña que nos gusta especialmente y que no es ni más ni menos verosímil que el resto de versiones que existen.

Según cuentan María Isabel Gea y otros, la imagen que luego sería la de las Maravillas había sido traída originariamente de Salamanca. Lo cierto es que se pueden encontrar todo tipo de leyendas y avatares sobre ella, viajando de aquí para allá antes de recalar en el convento. Nosotros tomaremos como base, junto a otras versiones, la historia trasladada por Antonio Velasco Zazo en 1919 sobre ambas matriarcas madrileñistas (la de las Maravillas y la de la Paloma).

Cuenta el cronista que en la céntrica calle de Arlabán –entonces de los Gitanos– unos vecinos de esta etnia tenían una imagen poco valiosa junto a la leña con la que combatían el duro invierno de la Villa. Era la imagen que más tarde se conocería como la Virgen de las Maravillas. Pasó por allí un pintor, que residía en la calle del Lobo (actual de Echegaray), se fijó en ella y algo de gracia le debió de hacer pues la compró. Sin embargo, suponemos que no demasiada, ya que seguidamente se la regaló a una mujer piadosa, Ana de Carpio, que a su vez la donó al convento de carmelitas descalzas de la calle de la Palma (alto en el camino para aclaración: en otras versiones quien la encuentra es el escultor Francisco de Albornoz, marido de la propia Ana de Carpio, en cuyo estudio obró la virgen el milagro de resucitar a un niño). La imagen de la virgen no fue sola a su nuevo hogar en nuestro barrio: cuenta la leyenda que una paloma, criada en el corral de las monjas de San Juan de la Penitencia, acompañó volando a la pintura en su viaje en carruaje hasta el convento.

La escena milagrosa del viaje de la imagen y la paloma fue mandada inmortalizar por una vecina, Ana de Carpio, que colocó el cuadro en el portal de su casa, convirtiéndose éste en nuevo lugar de culto. Se trataba del retablo de Nuestra Señora de la Soledad, que un tiempo después, adorado en el portal de calle de la Paloma esquina a la de la Solana, fue el origen de la capillita de la conocida popularmente como Virgen de la Paloma, y que hoy está en San Pedro el Real y se venera como matrona oficiosa y popular de la Villa (y de los bomberos). En otra versión de la historia, tomada por oficial por la parroquia de La Paloma, el cuadro fue encontrado por unos niños en un descampado cercano a la calle de la Paloma e Isabel Tintero lo rescató y lo colocó en el portal de su casa.

Volvemos a la imagen de la Virgen de las Maravillas. Las monjas que recibieron en 1627 el regalo en el Monasterio de Carmelitas Calzadas Recoletas de San Antonio Abad, en la calle de la Palma, eran conocidas como maravillas, según cuentan, por la adoración que sentían hacia una imagen del Niño Jesús hallada entre unas flores de su huerto. Esas flores eran caléndulas, también conocidas como maravillas, y la imagen del Niño fue colocada entre las manos de la ahora ya Virgen de las Maravillas. Es éste el detalle que más nos interesa rescatar hoy, pues nos acogeremos a esta versión de la leyenda para explicar el nombre de la virgen (y en última instancia del barrio) a causa de unas florecillas que, lo hemos comprobado, siguen creciendo muy bien en la Malasaña del siglo XXI.

Las carmelitas fueron expulsadas en 1869 del convento, que fue derribado dejando libres los terrenos que, junto con los del ruinoso cuartel de artillería de Monteleón, darían paso a la Plaza del Dos de Mayo y a su entorno inmediato. La imagen se marchó con las monjas y en la parroquia se hizo una copia para acompañar la tradición mariana que a esas alturas ya tenía barrio. En realidad, las religiosas no fueron muy lejos, pues las mercedarias del cercano Convento de Don Juan de Alarcón, en la calle de Valverde, las acogieron hasta 1891. En este convento, según hemos podido constatar en prensa de la época, continuaron celebrándose novenas a la Virgen de las Maravillas hasta bien entrado el siglo XX. Luego, siguieron moviéndose –siempre con la imagen en peregrinación– hacia el actual paseo del General Martínez Campos y al convento de las Comendadoras de Santiago. Finalmente, en 1904, se inauguró en la calle Príncipe de Vergara un nuevo templo, llamado de las Maravillas Nuevas.

Lo cierto es que el niño que, según la tradición, fue encontrado entre maravillas-caléndulas, es el único elemento original que se conserva, pues la imagen desapareció durante la guerra civil, salvándose la figurita que acompaña hoy en su regazo a una nueva imagen en el templo del barrio de Salamanca. La Iglesia de las Maravillas, por supuesto, tiene su correspondiente copia.

La Virgen de las Maravillas fue muy venerada antiguamente por la comunidad gitana. Queda patente, por ejemplo y desde muy pronto, en La Gitanilla de Madrid, comedia breve escrita en 1671 por Antonio de Solís. La devoción por ella se extendió mucho en el viejo Madrid, lo que tenía mucho que ver con la centralidad de las fiestas religiosas dentro de la sociabilidad popular.

Como dice E. Rodríguez Solís en Majas, manolas y chulas, las gentes del pueblo llano “echaban la casa por la ventana y hasta se quedaban en la miseria por celebrar con mayor esplendor la fiesta de su imagen respectiva, concluyendo por sostener con la navaja en la mano la primacía de sus santos sobre la de los otros, pensando que con los golpes, rasguños y heridas que recibían en el combate -en que las manolas tomaban una parte principal- se hacían méritos a los ojos de su imagen predilecta”.

Aún hoy se celebra en Malasaña la festividad el 2 de febrero con unas fiestas de las Maravillas organizadas por parte del tejido vecinal y por el pequeño comercio del barrio, y nosotros, desde una perspectiva laica y descreída, sonreímos con la versión que sitúa el origen del nombre tradicional de Malasaña en una hierba de la familia de las asteráceas iluminada por flores amarillas o naranjas de pétalos carnosos.



Para saber más:



Nuestra Señora de las Maravillas en Arte en Madrid



La Iglesia de las Maravillas, en Manuel Blas



La Esfera (16-8-1919) para el relato de Antonio Velasco Zazo



Manual de Madrid: descripción de la corte y de la villa, por Mesonero Romanos

Alfonso

Caléndula o maravilla, la misma flor. Más conocida por el primer nombre.
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