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Verduleras: un sujeto político por redescubrir

1916. Plaza de San Ildefonso | foto tomada de Nicolas1056 en Flickr

Luis de la Cruz

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Nicolas1056 en Flickr

Verdulera, según el diccionario de la RAE: Persona que vende verduras, o bien Persona descarada y ordinaria. Fueron muy clásicas en Madrid las del mercado de la Cebada y, en el norte de la ciudad, las que vendían en la plazuela de San Ildefonso, una pequeña encrucijada de calles que, a falta de espacios abiertos como los del sur de Madrid (el propio Rastro, las Vistillas o la plaza de la Cebada), hizo las veces de centro del comercio y la vida de las clases populares de la zona.

A menudo, las verduleras aparecen en la prensa de la época como auténticos agentes de la movilización política de las clases populares: son muchas las protestas y motines que echan a andar con las verduleras paseándose por el mercado, y son pocas las veces que no están involucradas. La acepción menos obvia de la RAE encierra, probablemente, prejuicios que nos deberían lleva a trocar en justicia  el adjetivo descarada por una descripción mucho más política y consciente de aquellas mujeres.

Alvaro París, autor de la tesis doctoral Se susurra en los barrios bajos“: policía, opinión y política popular en Madrid (1825-1827), nos pone sobre la pista de su papel protagonista:

“En los partes policiales, las vendedoras ambulantes de la plaza ocupan un lugar específico, por lo que son frecuentes las referencias a las verduleras, vendedoras de legumbres o simplemente ”las mujeres“ de la plazuela de San Ildefonso”, nos cuenta el historiador.

No había mejor termómetro social del barrio de Maravillas que los corrillos de la plazuela, donde las verduleras ejercían de auténticas señoras del lugar. Valga como ejemplo esta conversación a propósito de las cartas de seguridad (el primer DNI que se instaura en España), que París nos aporta:

Madrid 17 enero 1827



Esta mañana decian las mugeres que venden legumbres en la Plazuela de San Ildefonso, que "alguna novedad debia haber, cuando se han estado callando con las cartas de seguridad;" a lo que otras contestaban, que "el no haberse hasta ahora mandado, consistia en que andaban muy ocupados en cosas de mayor entidad; pero que iba a empezarse el barullo del año pasado, haciendo perder dos dias de jornal, ademas de la peseta" (Parte de celador 6)

El mercado cubierto, que se construyó en 1835 y fue demolido en 1970, ocupaba, en realidad, lo que ya era lugar de encuentro y mercado desde tiempo. Hoy vamos a ocuparnos de dos motines de verduleras de finales del siglo XIX que bien pueden servir para resituar la figura histórica de las verduleras en el imaginario colectivo.

Las verduleras y el cólera de 1885

En otoño de 1884 un vapor mercante arribaba al puerto de Alicante procedente de Marsella. En su interior, viajaban vibrones del cólera, que llegarían a Madrid en 1885, causando 1366 muertes durante los 133 días que duró la epidemia. En realidad, el cólera era un viejo conocido de la ciudad, y ésta sería su última visita importante. De este episodio se ha ocupado Luis Díaz Simón en El cólera de 1885 en Madrid: catástrofe sanitaria y conflicto social en la ciudad epidemiada, que es el texto que hemos seguido para el relato que viene a continuación.

La enfermedad anidó, sobre todo, en las barriadas pobres del sur de la ciudad, aunque alcanzó las casas de vecindad del resto de barrios populares, con condiciones higiénicas miserables. Aunque el primer caso de cólera se produjo en el mes de mayo, no fue hasta el 16 de junio cuando se oficializó a través de la Gazeta de Madrid “como un hecho cierto y oficial la aparición del cólera morbo asiático en la capital”

La experiencia de otras ocasiones ponía sobre aviso a los comerciantes, que sabían que este tipo de declaraciones propiciaba que la gente se quedara en casa y, a veces, saliera de la ciudad. Por ello, empezaron a poner en duda la veracidad de la declaración, hablando de que las muertes podrían ser producto del cólico madrileño, otra afección de síntomas parecidos, y decidiendo ir a la huelga y cerrar sus negocios el día 20 de junio.

Pero si había un colectivo perjudicado era el de las vendedoras y vendedores de verdura, hortaliza y frutas, pues estos productos eran fácilmente contaminables. Los tumultos callejeros, propiciados por estos, se adelantarían en un día a la jornada prevista para la huelga.

El día 19 las tiendas de la calle de Toledo aparecieron con crespones negros y las verduleras del mercado de la Cebada empezaron a recorrer las calles con un paño negro como estandarte en el que se podía leer Espárragos, lechugas y alcachofas contra el cólera. Llevaban lazos negros en el corpiño. El centro de Madrid vivió carreras y represión policial esa mañana y, al día siguiente, los comercios cerraron y las casas de socorro se llenaron de heridos por sable y armas de fuego.

La epidemia de cólera siguió siendo protagonista de aquel verano. Las autoridades tomaron medidas, como desalojar las casas donde se produjeron casos u organizar visitas médicas, pero también se tomaron algunas decisiones que contrariaron a las clases populares. Es aquí donde las verduleras de San Ildefonso habían entrado en escena.

Durante los meses de verano se llevaron a cabo operaciones de desinfección por parte del Laboratorio Químico y Micrográfico Municipal. El modus operandi de estas campañas incluía que una serie de operarios de limpieza y arbolados, provistos con mangueras y escobones, recorrieran en cuadrillas las calles fumigando con pulverizadoras cargadas de soluciones químicas y quemando azufre y nitro. El olor que resultaba de aquello no debía ser muy agradable y, al parecer, permanecía en el ambiente durante varias semanas. Las clases humildes empezaron a sentir que la desinfección no servía nada más que para hacerles la vida más complicada, opinión que, por cierto, compartían algunos médicos.

El día después de la declaración de epidemia del cólera, el 17 de junio, el ambiente estaba tenso en la plazuela de San Ildefonso. En esto, se vio llegar, sobre la una de la tarde, una brigada de desinfectores. Las verduleras empezaron a vocear ¡El cólera, el cólera! ¿Quién quiere el cólera? y empezaron a amontonarse las gentes a su alrededor. Pronto llegó un retén de orden público también, pero desinfectores y agentes de la ley fueron rechazados y los vendedores se encerraron en el interior del mercado dispuestos a evitar que se produjera la fumigación. El inspector jefe de la comisaría del distrito, que llegó posteriormente, decidió tras negociar con los encerrado posponer las tareas  hasta que el mercado hubiera cerrado.

1892: las verduleras enarbolan las banderas

El 2 de junio de 1892 se produjo un importante motín de verduleras, desatado después de que el Ayuntamiento pretendiera subir las tasas a la venta ambulante, y que debe mirarse en el contexto de un verano en el que se produjeron hasta 70 motines antifiscales en España

El sistema fiscal de la Restauración era tremendamente regresivo, y descansaba sobre la presión extrema hacia quienes menos tenían, injusticia que fue semilla de la conflictividad social de final de siglo. Pongamos un ejemplo. Un vendedor ambulante que ganara 600 pesetas debía satisfacer 365, frente a un abogado, del que se calculaba una ganancia de entre 30 y 40.000 pesetas y debía pagar 300 (El Imparcial, 3 de julio de 1892, recogido en POUSADA, R.V., 1990 ).

Como en otras ocasiones, el de la Cebada y el de San Ildefonso fueron los mercados donde se gestó la protesta, aunque en esta ocasión también prendió la mecha en el vecino mercado de los Mostenses y en otros mercados de la ciudad.

Las verduleras comenzaron a recorrer el mercado a primera hora, incitando a los comerciantes a echar el cierre. Ante el intento de cobrar el nuevo impuesto por parte de los guardias municipales volaron por el aire escarolas, patatas y tomates, cayendo en lluvia tempestuosa sobre los agentes de la cobranza (El Siglo Futuro, 3-7-1892). Pronto la noticia se extendió por todos los mercados y las verduleras marcharon por miles en todo Madrid, con banderas que gritaban los siguientes lemas:

¡Abajo el impuesto!

¡Abajo el alcaide!

¡Pan para los pobres!

¡Que mueran los verdugos del pueblo!

En el mercado de la plazuela de San Ildefonso, según el periódico  El Siglo Futuro:

Cuando las manifestantes estaban en la plaza de San Ildefonso, un guardia se separó de un fuerte grupo de agentes, y encarándose con una mujer que tremolaba una bandera roja, trató de arrancársela.



Esta se resistía valientemente, repeliendo con energía al guardia, en cuyo auxilio salió el resto de los del orden.

Entonces las compañeras de la agredida se abalanzaron sobre ellos, trabándose una lucha en la que no llevaban la mejor parte los guardias de orden público. Hubo bofetadas, arañazos y mordiscos, hasta que declarada la victoria por parte de las verduleras, éstas arrojaron á empedones á los maltrechos agentes por la calle de Don Felipe.



A las diez de la mañana, las mujeres quedaron dueñas de la plaza de San Ildefonso. En un momento aparecieron banderas que ostentaban los colores nacionales, y sobre los cuales hablan escrito con tinta negra y en letras grandes:

¡Abajo los impuestos!

¡Abajo el alcalde!

La mayoría de las amotinadas se reunieron en un grupo, recorriendo las calles de Don Felipe, Jesús del Valle, Rubio, Espíritu Santo, Palma, San Vicente y Fuencarral, obligando a que los establecimientos se cerraran.

Durante ese día hubo cargas de caballería, disparos, pedreas y hasta el alcalde fue agredido. La Audiencia y el Gobierno Civil se vieron asediados por mujeres que querían entrar a liberar a sus compañeras presas. El mayor de los temores del gobierno de Cánovas y del Ayuntamiento era que durante la tarde estaba prevista la entrada en Madrid de la regente María Cristina, que finalmente se produjo sin problemas. El nuevo impuesto, finalmente, no se cobraría a los vendedores ambulantes, tal y como pretendía el Ayuntamiento de Madrid.

Al día siguiente la prensa hablaba de turbas, desgreñadas o brutas mujerzuelas enarbolando trapos como si fueran banderas y cantando la marsellesa, dando idea de la imagen peyorativa de las masas y de las mujeres en la masa que imperaba, consideradas por los contemporáneos como seres volubles e irascibles, capaces de contagiar la ira irracional al pueblo. En otras ocasiones, los periodistas se dejaban seducir por la fuerza de aquellas mujeres, encauzando el prejuicio machista desde el lado condescendiente. Distintos medios le ponen nombre a una líder, María Ugalde, joven de unos 20 años que, según el reportero de El Día tenía un rostro hermoso y estaba muy bien peinada. Otra, Petra Algarra, era muy morena, de ojos vivos y también joven, llevaba una boina encarnada que le sentaba de maravilla. Distintas aristas de una misma cosmovisión: la del ser virtuoso (e incompleto) capaz de devenir súbitamente en agente de perdición.

Lo cierto es que, como dice Víctor Lucea en un artículo magnífico (2002), las verduleras actuaban como un grupo con conciencia propia y legitimado para lanzar la protesta. A ellas acuden otros grupos en busca de apoyo. Efectivamente, en el conflicto anti fiscal de 1892, las autoridades tuvieron que revertir las medidas, saliendo victoriosas las verduleras de la batalla política.

PARA SABER MÁS:

AYALA, V.L., 2002. Amotinadas: las mujeres en la protesta popular de la provincia de Zaragoza a finales del siglo XIX. Ayer, pp. 185–207.

PARÍS, ÁLVARO, [2015]. Se susurra en los barrios bajos“: policía, opinión y política popular en Madrid (1825-1827). Tesis doctoral inédita. Madrid: Universidad Autónoma de Madrid.

POUSADA, R.V., 1990. Pervivencia de las formas tradicionales de protesta: los motines de 1892. Historia Social, pp. 3–27.SIMÓN DÍAZ, LUIS, 2014. El cólera de 1885 en Madrid catástrofe sanitaria y conflicto social en la ciudad epidemiada en Veinticinco años después: Avances en la Historia Social y Económica de Madrid. Ediciones UAM-Grupo Taller de Historia Social. Madrid: s.n., pp. 463.

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