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Vega: cocina vegana casera y militante

Tartar de quinoa con calabaza y pack choi, la gran sorpresa  | RAQUEL ANGULO

Diego Casado

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Lo de entrar en un restaurante vegano es como ir a comer a un chino: hay gente que se lo toma como algo exótico e insólito y otros que lo tienen por costumbre, como una propuesta culinaria más. Esta gastrocrítica va para los primeros y también para los segundos. Y la publico en unas fechas en las que meterse un plato bajo en grasas, que sacie pero que no desborde, es especialmente valorado. Vamos, que viene bien para alternar después del cordero y polvorón navideños.

Conocí Vega hace casi dos años, recién abierto en el local que ocupaba el Bar Gitano en la calle Luna. Entonces ya apuntaba maneras de lo que se ha convertido hoy: sencillamente, una de las mejores opciones veganas en el centro de Madrid. Menuda sobrada, ¿eh? Pues ahora paso a explicar el porqué.

El restaurante empieza a servir el menú del día a las 13.00, una amplitud horaria que se agradece para los que comemos pronto y también para los que quieren asegurarse de encontrar mesa disponible (porque el local acostumbra a estar lleno casi siempre). Nada más entrar se advierte una decoración modernillo-hipster que combina mucho cliché (paredes con acabado basto, sillas y mesas desiguales, bombillas vintage de led...) con otros elementos que le dan cierta personalidad, como las abundantes plantas que aportan vida a entrada e interior del local, además de una especie de uralita rodeando el pie de la barra que queda curiosa.

Digo que conocí Vega hace dos años, porque entonces el precio del menú del día estaba a 6,90 €. Una auténtica ganga en Malasaña que les aseguró el éxito instantáneo. Después lo subieron a 7,90 € (el coste actual) sin perder clientela, porque la propuesta sigue saliendo bastante a cuenta: un aperitivo, un principal y un postre, además de pan y bebida. Para los más zampones está la posibilidad de añadir un segundo plato de entre los principales, por cuatro euros más.

Como el plan era probarlo todo e iba acompañado a esta visita, me pido un menú normal y otro doble. Así consigo degustar todos los platos del menú de ese día. La cosa empieza bien, con la posibilidad de elegir limonada casera como bebida (incluida en el menú), con un sabor ácido pero no agrio, realmente agradable. Una pena que no se hubiera acabado cuando la pedí, porque a los siguientes les sirvieron (por agotamiento de existencias limoneras) un agua de Jamaica que tenía una pinta también es-pec-ta-cu-lar. Para otro día.

El entrante es sencillo y se compone de una sopa de tomate con pipas y algunas hierbas espolvoreadas por encima. Se sirve caliente, en una taza y se toma de dos tragos por dos razones: la taza es pequeña y además está de rechupete, ni demasiado ácida ni muy amargo. Como encima hace fresco te ayuda a entrar en calor y a prepararte para lo bueno: los principales.

Me arranco con el tartar de quinoa, que es una auténtica gozada y posiblemente el mejor plato del día. Servido a temperatura ambiente y adornado con soja germinada, tomate fresco y pack choi, resulta muy jugoso gracias al punto de frescor que le da a la quinoa el aceite con albahaca picada. Todavía se me hace la boca agua recordándolo.

Después de esta experiencia quinoera (y eso que yo no soy mucho de este cerealoide) me paso a probar el arroz agripicante con verduras. Lleva de todo: guisantes, pimientos rojo y verde, brócoli, espárragos... una fiesta de la verdura con todos sus complementos y con un sabor agridulce sorprendente. Muy rico.

La tercera opción son las judías blancas estofadas de la abuela, una propuesta que con el frío que hace en Madrid el día de la cata entra fenomenal. Como evoca el nombre del plato, saben a comida casera, pero sin la habitual pesadez que destila la carne con la que suelen venir acompañadas. Por suerte estamos en un restaurante vegano y las paredes de nuestro estómago no sufrirán el ataque de la grasa. Aunque el sabor de este último plato está claramente por debajo de los otros dos principales, el caldillo permite remojar el riquísimo pan integral que nos han puesto, así que al final tiene su punto a favor.

Enfilando el postre me encuentro con una especie de sorbete elaborado a base de leche de arroz, poco dulce y con sabor a los arándanos de los que está compuesto. Se bebe de un tirón. El otro dulce del menú es un bizcocho de chocolate más clásico, esponjoso, que casa bien con un café que se acompaña con leche de soja si lo pides cortado o con leche.

En resumen, recomiendo Vega a cualquier persona que quiera comer buena comida vegana, aunque no la haya probado nunca. Obviamente, por sus ingredientes no es apto para comensales tiquismiquis con las verduras, pero incluso en ese caso me aventuraría a decir que también podrían disfrutarlo, porque todas las propuestas son sabrosísimas. Es una opción estupenda para comer algo ligero y seguir con el trabajo, recados o compras. Y a los que les gusta llenar el buche siempre tienen la opción de pedirse el plato extra.

Nota de info útil: las mesas son pequeñas así que si vas en pareja o con otras dos personas tendrás más facilidades para encontrar mesa. En cualquier caso, si tienes que esperar el servicio te tratará con gran amabilidad y rápidamente te ofrecerá una opción que te cuadre (sí, los camareros son majos y eso no abunda tanto, así que hay que destacarlo).

Dónde: Vega (C/ Luna 9). Metro Callao

Qué: Entrante (una opción), principal (tres a elegir) y postre (dos opciones).

Cuánto: 7,90 € o 11,90 € si pides dos principales (bebida incluida, café no).

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