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Urbanismo preventivo: fronteras disimuladas entre la ciudad y la gente

Luis de la Cruz

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Urbanismo preventivo, defensivo o del miedo. Son términos que se han hecho sitio entre la sopa de letras de la actualidad, recientemente, a raíz de la polémica generada por las fotografías de pinchos metálicos colocados a las entradas de algunas casas y supermercados en Londres. ¿La finalidad?

 Evitar que el espacio sea utilizado por personas sin hogar para dormir o sentarse.

Coincidiendo con la polémica empezaron a circular por las redes sociales ejemplos de este mismo urbanismo defensivo en la ciudad de Madrid. Uno de los ejemplos que la gente señaló fue el del Burger King de Tribunal, en el que unas barras metálicas angulosas parecen cumplir la misma función que los pinchos: alejar cuerpos.

Pocas veces el urbanismo defensivo se manifiesta de una forma tan obvia como un pincho metálico pero, a poco que nos fijemos, encontraremos en nuestras ciudades elementos arquitectónicos o mobiliario que parecen tener por objetivo que las personas no utilicen el espacio público de una forma distinta a como el planificador urbano, o un grupo concreto de vecinos, ha designado.

En el capítulo de los pinchos, más o menos disimulados con formas ornamentales, hemos encontrado, además de los ya citados del Burger King, estas formas metálicas en los poyetes de la Plaza de Santa María Soledad Torres Acosta (Luna). En la zona – no parece casual – es habitual encontrar a gentes sin hogar durmiendo.

Existen, además, otras formas de asegurarse de que un banco no sirva como cama. Una de las más vistas en los últimos años en Madrid son los bancos individuales, que se antojan además poco prácticos para la sociabilidad. Estos los podemos ver en la Plaza de Juan Pujol, por ejemplo. En la calle Flor Alta, junto al Instituto Europeo de Diseño, hay unos bancos de piedra cuya superficie es convexa: ¿quién apoya ahí la espalda?

 

Otras formas de alejar los cuerpos de la ciudad

No sólo a los sin techo se les cierran las puertas del espacio urbano. Las vallas, la forma de barrera por excelencia, también cercan los espacios comunes. En el barrio de Universidad tenemos el ejemplo de la parte de los Jardines del Arquitecto Ribera que rodea la Fuente de la Fama, en el entorno del Museo Municipal. Se trata de un bonito rincón que no es utilizado por los vecinos desde los años noventa en nombre de la conservación del patrimonio.

En 2011, en el contexto de las obras del Museo Municipal, se sustituyó también el jardincillo frontal del siglo XIX, que daba a la calle Fuencarral, por una explanada de granito con incómodos bancos del mismo material y una gran verja (que costó 700.000 euros). Todo un despliegue para alejar el patrimonio de la gente, con la excusa de protegerlo de pintadas y botellón.

Las vallas están en muchos más sitios: en soportales privados, en monumentos o en iglesias, que son parte del patrimonio histórico-artístico de la ciudad. Verjados están el espacio frontal de la Iglesia de la Buena Dicha, en la calle Silva, o el entorno de la estatua de Daoíz y Velarde en la Plaza del Dos de Mayo.

Las terrazas son también herramienta para reglar de facto el uso de las plazas. Su expansión indiscriminada es en sí misma una ocupación clara del espacio público (las ilegales proliferan en Malasaña, pero ese es otro asunto). Las mesas de los negocios de hostelería han sido utilizadas por el Ayuntamiento como herramienta para impedir el botellón en plazas como la de San Ildefonso, cuyo suelo ha sido muy utilizado por la juventud para sentarse. En la actualidad, tres terrazas complican las sentadas y el botellón en el lugar.

Son muchos más los ejemplos de barreras que, de forma hipócrita a veces, despótica otras, separan los cuerpos de los ciudadanos del espacio público. Incluso cuando vienen a solucionar problemas reales – como puede ser el vandalismo ocasional – huye de las soluciones reales y condena a todos los ciudadanos por igual. Una ciudad de todos no puede ser nunca una ciudad que recuerde a la tapia de un viejo cementerio con botellas rotas para evitar el acceso. Una ciudad democrática es una ciudad que puede usarse.

Sheherezade

Magnífico artículo que expone claramente cómo está evolucionando el espacio urbano con el claro objetivo de continuar la gentrificación que ya se había iniciado hace varias décadas.

Agradezco mucho la divulgación de la geografía urbana, y de una manera clara, la denuncia que observa cómo un territorio "apetitoso" es arrebatado a un@s para que otr@s lo exploten y le saquen rendimiento económico. Los ciudadanos ya no son el objetivo de la ordenación urbana, la actividad económica toma el relevo.
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