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Una puta santa, dos bohemios y los prostíbulos de la calle Libreros

isabel

Luis de la Cruz

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Hubo un tiempo en el que la calle Libreros en vez de ser conocida como la calle de los libros fue la calle de los prostíbulos. Entonces se llamaba Ceres (diosa de la Agricultura), y junto con otras cercanas, como Tudescos o Jacometrezo, era una de las vías de peor nota de la ciudad. A pesar de todo, en la calle tampoco faltaban entonces escritores y estudiantes: los más noctámbulos y bohemios de ellos se daban cita asiduamente en los burdeles y mancebías de Ceres.

Un reflejo de la vida bohemia de aquellas calles se coló una noche de estreno de 1922 en el teatro Eslava. Pese a que no encontró el favor de la crítica, una obra de Alfonso Vidal y Planas, Santa Isabel de Ceres, se convirtió entonces en pequeño fenómeno popular, siendo representada durante tres meses consecutivos. En la obra, León, un pintor con más talento que fortuna, trata de redimir a una prostituta, Lola, que es la Santa Isabel del título. El resultado es una historia pasional que acaba, como era costumbre, en tragedia.

Aunque la obra –que antes había sido novela- no raya altas cotas literarias, toca temas controvertidos en la época. Por allí desfilan navajas, abusos policiales, presos políticos, prostitutas, reivindicaciones de clase…Las mujeres tienen un papel central y fuerte, si bien es cierto que sus decisiones siempre girarán alrededor de los hombres. La obra fue llevada al cine,incluso, en 1923.

Novela y dramatización tenían mucho de la vida del autor, quien conoció  en un prostíbulo de la calle San Marcos a Elena Manzanares, su mujer. En Santa Isabel… encontramos un alter ego del autor –con ecos de Jesucristo- en Abel de la Cruz, literato, amigo de los protagonistas y preso político, al que  una vieja proxeneta deja dormir en un burdel en el número cuatro de la calle Ceres.

Proveniente de una familia  que le proporcionó estudios, Vidal y Planas se inmiscuyó pronto en los ambientes de la bohemia barcelonesa, donde escribe sus primeros artículos en prensa. Tras recibir una buena tunda de un guardia durante la Semana Trágica (1909), se traslada a Madrid. Son tiempos de malvivir y pernoctar en pensiones, como la de Hans de Islandia, antro mítico de la bohemia harapienta de la Corredera Baja de San Pablo que él mismo inmortalizaría en Memorias de un hampón. Espoleado por el hambre, se alistó en el ejército y luchó en la Guerra de Marruecos (acabará en la cárcel por sus posteriores ataques al ejército en la prensa). Escribe novelas con buen tino, edita periódicos y libelos de corto recorrido como España Republicana o El Soviet, esquiva –a veces- la cárcel, y pasa los días entre burdeles, sableos y tertulias políticas anarquistas.

En los años de la República y la Guerra Civil incrementa su actividad política. Trabaja en El Sindicalista, periódico del Partido Sindicalista de Ángel Pestaña, y usa su carné de CNT para sacar a algunos presos de centros de detención, como la checa de Fomento.

Marchó al exilio francés y luego al americano, donde trabajó en el doblaje de películas y acabó dando clases en la universidad. Ante la posibilidad de ser extraditado a España huyó a Tijuana, donde murió en 1965.

Pese a su éxito momentáneo, y lo prolijo de su vida y obra, Vidal y Planas será recordado siempre por el asesinato de su amigo Luis Antón del Olmet en el teatro Eslava, que fue uno de los escándalos más comentados en el Madrid del momento.

Vidal y Planas y Olmet coincidían en la cartelera madrileña con dos obras en 1923, Los gorriones sin alma y ¡Responsables!, respectivamente. El estreno de Vidal y Planas fue pateado, y éste lo achacó a que Olmet lo había organizado. Además, Olmet había escrito un artículo incendiario contra los críticos a raíz del trato recibido por un estreno de ambos, lo que hizo pensar a Alfonso Vidal y Planas que su amigo había puesto a los críticos también en su contra. El 1 de marzo Vidal y Planas se presentó en el teatro Eslava, donde se estaba ensayando El capitán sin alma, siguiente estreno de Olmet. Un disparo alertó al reparto, que encontró al grandullón Olmet moribundo en el suelo, a Vidal y Planas con la mirada perdida y a su pistola humeante. Nadie había visto la escena tras la penumbra del ensayo teatral. Según declaró Elena, su mujer, los tres habían cenado juntos el día anterior, y ambos autores habían quedado en colaborar en una obra, lo que habría sido el motivo de la visita.

Pedro Luis Gálvez, protagonista de la novela Las máscaras del héroe y uno de los bohemios más polémicos –con una vida, probablemente, más de leyenda que real en muchos aspectos- caracterizaba a Olmet tres años después del asesinato en un artículo publicado en El Escándalo titulado A Luis Antón del Olmet no lo mató Vidal y Planas. Gálvez, que había sido empleado suyo en el periódico El Parlamentario, lo pone a parir, para concluir que a Vidal y Planas se le disparó el arma involuntariamente, y desde el suelo, cuando el gigantón Olmet estaba sacudiéndole de lo lindo. El propio Vidal y Planas también dio su versión  de los hechos -parecida- en una novela corta:

“Fui a Eslava a pedir un palco y a preguntar por el Sr. Olmet para suplicarle que me devolviese un acto que le había entregado la noche anterior. He de advertirle que el Sr. Olmet y yo regañábamos amistosamente con frecuencia. Entonces él me insultó y yo me atreví a contestarle, y él me abofeteó y me agarró con violencia por el cuello, mientras injuriaba a mi madre y me decía que mi novia era cosa suya. Yo le llamé entonces miserable, y saqué la pistola, para asustarle y lograr así que me temiese y soltase. Pero sus manos de atleta me ahogaban, y yo le advertí, como pude, noblemente: ‘Suelta o disparo’. Y él me soltó para desarmarme y matarme con mi pistola, y me cogió la mano que empuñaba el arma cuando yo iba a disparar al aire. Y salió el tiro -el primero, el único que de mis manos ha salido-. Cuando él retrocedió, yo salí despavorido, y, como creía que la bala no le había tocado ni herido, dije no sé qué palabras en mi lógica exaltación. Pero cuando el actor de Eslava D. Ricardo de la Vega me aseguró que el señor Olmet estaba malherido, yo me horroricé y pedí perdón a todos”

La coartada de la agresión previa de Olmet resultaba creíble, pues sus actitudes bravuconas y duelistas eran bien conocidas, pero finalmente Vidal y Planas fue condenado a doce años de prisión, de los que cumplió cuatro en el penal de El Dueso. Fue puesto en libertad en 1926, indultado tras una importante campaña pública.

Por otro lado, Miguel Pascual, escritor del que hoy no hay mucha noticia, anarquista y amigo de Vidal y Planas, contó que se había encontrado ese mismo día con el catalán en un café y que, tras contarle con frustración el estreno de Los gorriones…, se dirigió a la puerta diciendo ¡Además, tengo que matar a Antonio Olmet! ¡ Lo juro! Según Pascual, consiguió apaciguarle y hacerle desistir de la idea…aunque después de su encuentro se produjo el crimen.

Elena Manzanares declaró en el juicio que había conocido a Alfonso a instancias del propio Olmet, que había sido su protector desde los catorce años. El periodista la había animado a aprovecharse de las pesetas que entonces –cosa rara- había ganado Vidal y Planas. Ella se había enamorado de él y Olmet no habría cesado de acosarla desde entonces. Sea verdad o parte de una estrategia de defensa, la historia parece sacada de las propias novelas de prostitutas redimidas que escribía su marido.

En los años veinte, esos en los que los literatos anarquistas entraban ora en la salitas de un burdel de  Ceres, ora en los salones de mecenas incautos, de vez en cuando, literatura y realidad se confundían. Ésta es una fue una de esas ocasiones.

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