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Cómo burlaba la crónica negra la censura franquista... y qué nos cuentan los crímenes de sus sociedades

Fotograma de El Crimen de la calle Bordadores

Luis de la Cruz

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La célebre serie de televisión La huella del crimen tenía por lema “La historia de un país, es también la historia de sus crímenes, de aquellos crímenes que dejaron huella.” La crónica negra o periodismo de sucesos es un género consustancial al periodismo y lo ha acompañado a lo largo de su historia, dejando –en segundo plano– sucesivas fotos de las sociedades en las que se han cometido los actos luctuosos a los que se refiere: sus represiones sociales, su relación con la violencia, la caracterización de las clases bajas por parte de las élites, la apertura vergonzante de las alcobas de las clases pudientes (no tan) cerradas a cal y canto…

El franquismo debía de ser consciente de la información que siempre viaja en el aroma de algunos crímenes mediáticos y controló durante la posguerra (qué larga fue en España la posguerra, que hasta la dividimos en primera y segunda) la información referida a asesinatos. En aquel proyecto de sociedad piadosa, aquel simulacro de paz impuesta con balas y sotanas, nada que la enturbiara debía saberse… a no ser que el hecho pudiera presentarse como ejemplo aleccionador.

Por supuesto, las cosas se sabían y se hablaban pese a la censura. En algunas ocasiones, la información encontraba argucias para fluir como las que traemos hoy al recuerdo: el rodaje de una película o la colección de versos, al modo de siglos pasados, para referirse a un crimen que, por otro lado, había encontrado un cierto hueco en la prensa por su carácter moralizante.

Un pliego de cordel para el crimen de Palma

El miércoles 13 de marzo de 1957, el periódico ABC informaba de un hecho luctuoso en una buhardilla del número 35 de la calle La Palma. Los albañiles que estaban haciendo obras en el edificio entraron a la buhardilla en busca de unas herramientas que, al parecer, les habían dejado guardar allí, y se encontraron con el cadáver de una mujer y un hombre, uno junto al otro, tendidos sobre un charco de sangre. Junto a los cuerpos, una navaja de afeitar, sin duda causante de las laceraciones en el cuello de las personas fallecidas.

Vivían en el cuarto piso de la misma finca José Antonio M. M. (43 años) y su mujer, María M. A. (34), que estaba embarazada, y el hijo de ambos, de ocho años de edad. Con ellos vivían también Nemesio L. R. (27), su mujer, Adelina M. M. (31), hermana de José Antonio, y el hijo de ambos, de tres años de edad.

Nemesio había hecho su aparición hacía seis meses para trabajar como albañil en Madrid. Había llegado solo y se había hospedado en casa de su cuñado. La noticia da a entender que ente él y María había sucedido algo de carácter sentimental… lo que había ocasionado que José Antonio denunciara a su mujer, María, por abandono del hogar, lo que a su vez había precipitado la llegada a Madrid de la familia de Nemesio. El lío sería digno de sainete o teleserie si no fuera por lo trágico del suceso.

No sabemos de qué manera se sentaron a hablar todos los afectados: ABC relata que “en principio hubo algunos altercados entre el matrimonio huésped, pero parecía que los ánimos se habían serenado cuando la situación planteada tuvo ayer el sangriento desenlace”.

El día en cuestión, José Antonio, que era carnicero en el cercano mercado de Olavide, salió temprano a trabajar. María dijo en casa que iba a la compra y, a continuación, se levantó Nemesio y dijo a su mujer, Adelina, que marchaba a trabajar. Poco después, los obreros encontraron los dos cadáveres en la buhardilla del mismo inmueble: Nemesio asesinó a María y luego se rebanó el cuello, sin que se conozca que sucedió en su encuentro furtivo en la buhardilla.

Es cierto que 1957 no era ya la inmediata posguerra. Se editaba El Caso que, no sin innumerables problemas con la censura y secuestros de ediciones, se dedicaba a los sucesos. Sin embargo, el hecho de que el asesinato de la buhardilla de la calle de La Palma encontrara acomodo en ABC seguramente tiene que ver con la advertencia implícita que recorre la historia: hasta qué punto el adulterio ha de acabar mal. Como era habitual, la noticia no es tratada como un asesinato de violencia de género sino como un hecho propiciado por la propia inmoralidad de la situación.

Investigando el caso, llegamos a un relato versificado del mismo, catalogado como un pliego de cordel del siglo XIX. Aunque desconocemos el origen real del mismo, sin duda la catalogación es errónea (a no ser que el supuesto escribiente del XIX hubiera sido un viajero del futuro). Lleva el nombre de El crimen cometido en una bohardilla de la calle La Palma (Madrid) por un minero de Albares (se puede consultar completo aquí), y tras detallar el crimen en octosílabos nos da una información que desconocíamos por la prensa:

Unidos por el dolor que

a los dos cuñados ata

han decidido vivir

juntos en la misma casa

para encauzar esas vidas

de la desgraciada infancia

que ninguna culpa tiene

de esa hora desgraciada

de un padre que se olvidó

de su progenie adorada.

El pliego de cordel, que tiene también trasfondo moral y didáctico, recupera formas pasadas de narración de la crónica negra, ya que los romances de ciego y la literatura de cordel están considerados como un antecedente del periodismo de sucesos, porque en ocasiones esta forma popular de comunicación tomaba los asesinatos que habían conmocionado a la comunidad local como tema.

El truco de la cronología. ¿Qué tienen en común El crimen de la calle Bordadores y el de la calle Fuencarral?

Son el mismo. O, mejor dicho, El Crimen de la calle Bordadores (Edgar Neville, 1946) es la adaptación cinematográfica del célebre crimen de la calle Fuencarral, ocurrido en 1888, cuyo juicio mereció la mirada excitada de la sociedad madrileña del momento. En la película se asegura que la historia no se basa en hechos reales pero conociendo el caso es obvio que no es así, aunque no abundaremos en las coincidencias por si algún talibán de los spoilers considera que 73 años no han sido suficientes para ver la película.

Neville era un cineasta afín al Régimen, pero con bríos de independencia creativa. Su época más fructífera fue la segunda parte de los años 40 del siglo XX. Para escapar de la España gris y empobrecida del momento, a menudo trasladó la acción al pasado, al Madrid de finales del XIX y principios del XX. Es el caso de títulos como La torre de los siete jorobados, Domingo de Carnaval y El crimen de la calle Bordadores. Con el cambio de cronología se pudo hacer una película sobre crónica de sucesos, algo inédito en un momento en el que medios de comunicación y propaganda –y el cine lo era– ocultaban, como hemos dicho, gran parte de las noticias de este género.

Según el historiador del cine Carlos Fernández Cuenca, Neville tenía escrito ya en 1936 un guión titulado El crimen de la calle Fuencarral, que se perdería durante la guerra y que el director reharía para el nuevo proyecto, ya en la posguerra. Muchos años después, el crimen de la calle Fuencarral sería recreado de nuevo en la pantalla, en un episodio de 1985 de la serie La huella del crimen, con la que empezábamos el artículo. En él, Carmen Maura interpretó a Higinia Balaguer, y fue rodado parcialmente en el Palacio de Doña Carlota –en la calle de la Luna–, donde se situó en la ficción la casa en la que doña Luciana Borcino apareció muerta.

Cuando se rodó la famosa serie, en la segunda mitad de los ochenta, la censura franquista sobre la crónica negra había quedado atrás hace mucho y ésta, poco a poco, fue ocupando espacios morbosos de prime time televisivo nocturno (¿recuerdan a Pepe Navarro y a Nieves Herrero?) y, posteriormente, incluso matinal, quitándole protagonismo a la prensa del corazón en los maratonianos programas de la mañana.

Recientemente, los sucesos han vuelto a mirarse como fuente de estudio de una época. Así, el crimen de Alcasser está siendo redescubierto por una generación que no lo vivió, con la serie documental estrenada en Netflix, pero también con la publicación anterior de libros como Alcasseriana

(Antipersona, 2016) o Microfísica sexista del poder: el caso Alcàsser y la construcción del terror sexual (Virus, 2018). Quizá “la historia de un país, es también la historia de sus crímenes”, sí, pero además puede ser una vía para intentar comprenderlo.

EL CRIMEN DE LA CALLE FUENCARRAL



El 2 de julio de 1888 los vecinos del 109 de esta calle (hoy coincidiría más o menos con el número 95 de esa calle, dado que la construcción de la Gran Vía modificó la numeración) alertaron del olor a carne quemada que salía de una de las viviendas. Era la de Luciana Borcino, cuyo cuerpo aparecería calcinado con signos de apuñalamiento. Se encontraron también los cuerpos de su criada (Higinia Balaguer) y el de un perro, aparentemente narcotizados y en la cocina. La puerta de la vivienda estaba cerrada por dentro.



La criada, que llevaba solo unos días trabajando en la casa, vivía amancebada con El Cojo Mayoral, que regentaba un puesto de bebidas frente a La Modelo, donde estaba preso José Vazquez Varela, El pollo Varela, hijo de doña Luciana y visitante habitual del presidio. Además, Higinia había servido en casa del director de La Modelo, José Millan Astray (padre del conocido fundador de la Legión). Finalmente, Higinia fue encontrada culpable del asesinato de su señora y una amiga suya, llamada La Dolores, declarada cómplice por ayudarla a robar las joyas de doña Luciana. El veredicto no contentó a mucha gente, que creía que tenía que haber más implicados, y se llegaron a producir apedreamientos contra el Ministerio de Justicia.



El crimen pasó de serpiente de verano a tema de debate público por la implicación parcial de personajes conocidos del Madrid de la época (y de muchos vecinos del Madrid popular: fueron 615 los testigos llamados a declarar). Supuso el nacimiento del moderno periodismo de sucesos (muy conocida es la crónica del juicio de Galdós), el primer juicio con Acción Popular y la ejecución con garrote vil de Higinia Balaguer fue la última que se hizo de manera pública en España.

Para saber más:

Para saber más:

  • El crimen de la calle Fuencarral
  • Gómez, C., & Sánchez-Mesa, D. (2011). La crónica de sucesos criminales en el relato periodístico y el cinematográfico: el viaje de Edgar Neville entre las calles Fuencarral y Bodadores. Signa: Revista de la Asociación Española de Semiótica, 20.
  • Rodríguez Cárcela, R. M. (2016). La prensa de sucesos en el periodismo español. RIHC: revista internacional de Historia de la Comunicación, 6, 22-44.

Javier

Muy buen articulo. Me gustaría conocer más informacion
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