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Un año después de SOS Malasaña: los motivos que hicieron movilizarse a un barrio y lo conseguido hasta ahora

Miembros de SOS Malasaña, en el desayuno del primer aniversario

Diego Casado

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Hace poco más de un año, en octubre de 2018, el movimiento vecinal de Malasaña tuvo un renacer. Permanecía activo en muchos grupos, aunque con baja intensidad y sin mucha capacidad de acción, más allá de organizar cada primavera las Fiestas del Dos de Mayo y otros actos culturales. Pero un triste suceso funcionó como detonante para despertar las conciencias de habitantes del barrio que antes nunca se habían movilizado: la muerte en la calle Tesoro de uno de los visitantes habituales del narcopiso que tenía aterrados a los vecinos desde hacía meses.

El fallecimiento tuvo lugar la noche del 9 de octubre. Y el martes 10, por la tarde, nacía SOS Malasaña durante una reunión de vecinos indignados por la degradación de algunos aspectos del barrio, relacionados con la suciedad, el ruido, los alquileres vacacionales y también con el aumento de puntos de venta de droga. Ese día, las decenas de personas que se reunieron convocados por Acibu en el Espacio Pozas de Cruz Roja no se pusieron todavía nombre, pero se intercambiaron teléfonos y también emails para empezar a construir un barrio más amable.

Desde el 15-M no se veía tal movimiento en Malasaña. Y los primeros éxitos fueron casi inmediatos: solo un mes después de esta reunión conseguían que la Policía clausurara el narcopiso de la calle Tesoro. Dos semanas después lograban que hicieran lo mismo con el narcolocal que se había montado en la calle San Joaquín. En este último caso los vecinos, ya muy organizados, se turnaron mientras los albañiles tapaban definitivamente la puerta del lugar, para impedir que fuera usado de nuevo para la venta de droga.

“Casi lo cerramos nosotros”, recuerdan orgullosos un año después en conversación con el periódico Somos Malasaña, reunidos en torno a la mesa de un bar en el que suelen finalizar sus asambleas. “Ha habido un despertar de los vecinos y SOS Malasaña ha conectado con el hartazgo del barrio, que actualmente se muere de éxito”, explica Jordi Gordon, su portavoz. “Nosotros hemos decidido resistir”.

A Jordi le rodean unos cuantos vecinos de diferentes edades, orígenes y nacionalidades. Todos se han sumado durante este último año a un movimiento que les representa y por el que no les importa gastar su tiempo libre. Amor es una de las que está desde el principio: “Yo venía mucho a los bares cuando estudiaba porque me gustaba salir de marcha en el barrio y cuando tuve la ocasión de comprar una casa aquí no lo dude”, recuerda. Ella aterrizó en los 90 en una Malasaña muy distinta a la de ahora, con problemas de heroína muy visibles en las calles. “En la época de Gallardón las drogas desaparecieron, pero empezaron a llegar hordas de gente los fines de semana y desde entonces no ha parado”, se queja.

“Aunque antes era viernes y sábado y ahora hay gente por todos los sitios durante toda la semana, especialmente en verano”, le apostilla Carmen al lado. El caso de Ana, sentada entre ambas, es parecido: “Estuve 11 años fuera, viviendo en Chamberí, y cuando volví al barrio me encontré algo totalmente diferente a lo que había dejado: mucho más impersonal, lleno de turistas”. Las palabras transformación y degradación se repiten en las motivaciones que dan los diferentes miembros de SOS Malasaña a este periódico a la hora de explicar su implicación en el movimiento.

Michelangelo se marchó de Malasaña cuando la Corredera de San Pablo empezó a transformarse de forma radical: perdió comercios tradicionales como pollerías o panaderías y fueron sustituidos por locales con barras de degustación. Al volver al barrio y comprobar el panorama empezó a protestar por su cuenta, junto a su mujer. Después descubrió SOS Malasaña y se unió a ellos. Aje, una de las últimas en llegar al movimiento, vino de Valladolid hace cinco años y se acercó a Malasaña atraída por la esperanza de encontrarse un barrio tradicional en el centro de Madrid. Y acabó en la calle San Dimas. “Pero al llegar me encontré con ruido, con botellón, y me empecé a preocupar mucho al recordar la teoría del cristal roto, que habla de que cuando un sitio está desatendido acaba peor porque la gente ve la degradación y no lo cuida”.

En SOS Malasaña hay vecinos de todas las edades y una lista de correo con 600 emails de miembros del movimiento. Entre ellos gente creativa que se deja ver mucho en redes sociales, en las que no paran de pedir una reunión con el nuevo alcalde, Martínez-Almeida, y con la vicealcaldesa Villacís. Fue la estrategia que siguieron con el anterior gobierno y Manuela Carmena les puso en febrero una comisionada de su confianza dedicada exclusivamente para el barrio. Mar Barberán, que ahora está cerca de ser concejala del Ayuntamiento por Más Madrid (si la diputada electa Marta Higueras deja su acta), intentó mantener a ralla el botellón con una notable campaña de multas que llegó hasta a los lateros.

Pero ahora la comunicación con el Ayuntamiento es menor. Aunque han podido trasladar sus inquietudes al concejal de Centro, José Fernández, y siguen con su lema de que son “vecinos en peligro de extinción”. Este sábado vuelven a organizar un desayuno vecinal en el Dos de Mayo, donde sus miembros explicarán a los que por allí se pasen su última campaña en la que enseñan a denunciar ruidos, botellón o pisos turísticos ante el Ayuntamiento de forma legal y sencilla. “No estamos en contra de los bares, ni de los turistas. Queremos un barrio donde se pueda vivir, en el que haya un ecosistema urbano que no nos expulse”, dicen, como teniendo que justificarse.

Parte de esta justificación viene de unas relaciones difíciles con los comerciantes del barrio, que se vieron amenazados con el nacimiento y auge de este movimiento vecinal hasta el punto de convocar una concentración a la que acudieron más de cien hosteleros para pedir unas leyes que beneficiaran “a todos”. Otros movimientos sociales más veteranos en el barrio reclaman a los miembros de SOS mayor coordinación con colectivos que llevan trabajando en Malasaña desde hace tiempo y también que transformen sus denuncias en acciones de propuestas y aportaciones en positivo para el barrio. Aunque el enfoque de SOS Malasaña ha sido de protesta y denuncia, algo han hecho en este sentido durante los últimos meses, como el informe de accesibillidad presentado ante el Ayuntamiento o la campaña contra los graffiti vandálicos de Vive Malasaña, en la que colaboraron.

En el desayuno del sábado estarán probablemente Carmen y Carmelo, un matrimonio que vive en Velarde -ella nació en esta calle- y que se encontraron con SOS en un evento similar, al bajar a comprar el pan y ver un grupo de gente que pedía un barrio más amable, protestando por las mismas molestias que sufrían ellos. “Tenemos que apuntarnos, le dije a mi mujer”, recuerda Carmelo. “Y aquí estamos, sin faltar ni un día”. “También venimos aquí por las cañas de después”, le dice socarrona Carmen. Y es que persiguiendo un entorno más humano, han creado su propia comunidad con la que también disfrutan de su tiempo de ocio. “Si no hay cañita al acabar la Asamblea, yo no voy”, bromea Carmelo.

Este y otros miembros de la plataforma apuntan a su portavoz, Jordi Gordon, que venía de los movimientos vecinales y de Acibu, como uno de los artífices de que el impulso se haya mantenido más de un año. “Muchos de los que estamos aquí habríamos abandonado hace tiempo si no llega a ser por él, por su talante y perseverancia”, reconoce Carmelo. “También hemos conseguido que venga mucha gente y se sigan apuntando, porque se da cuenta de que tenemos todos el mismo problema”, dice Jordi quitándose importancia.

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