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Siete aspectos de la ciudad confinada sobre los que pensar la ciudad de la nueva normalidad

Sí, de verdad que es la Gran Vía | RAQUEL ANGULO

Luis de la Cruz

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Todo va a cambiar. Nadie conoce el alcance concreto de esta frase tantas veces dicha durante la actual crisis sanitaria. Lo cierto es que el horizonte largo de la desescalada y la posibilidad de nuevos brotes de la enfermedad nos sitúan en una perspectiva vital que invita a repensar cada aspecto de nuestras sociedades y que viene propiciando un debate intenso acerca de la ciudad en la Nueva normalidad.

Ahora que empezamos a recuperar las calles, hemos querido fijarnos en algunos puntos que, creemos, pueden ser claves para nuestras ciudades, y en aspectos de la ciudad confinada que revelan pistas a partir de las cuales dibujar raíles que nos ayuden a atravesar los próximos tiempos desbrozando incertidumbres.

Densidad urbana vs ciudad dispersa

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Sprawl city, ciudad dispersa, modelo PAU…los profetas de la dispersión urbana han encontrado un innegable punto de apoyo en el panorama vírico para reivindicarse porque, aunque las situaciones son diversas, faltan estadísticas y perspectiva, es obvio que estar más juntos es campo abonado para la transmisión de las enfermedades de persona a persona.

En realidad, hay científicos matizando esta idea, dado que hay diversos factores que pueden haber influido en la rápida propagación en algunos grandes centros urbanos, como Madrid o Nueva York, que no podemos dejar a un lado, como son el hecho de tratarse de grandes hubs de negocios y de tránsito de personas, por ejemplo.

En el caso de Madrid, el uso habitual de los distritos como unidad estadística – enormes y con gran diversidad en su interior–  dificulta adelantar tendencias en este aspecto. Así, Fuencarral El Pardo es uno de los distritos de menor densidad pero contiene zonas muy densas, como el núcleo original del Barrio del Pilar y otros de sus barrios. Es el distrito con mayor número de casos (quizá podríamos buscar una razón de ello en que muchos sanitarios viven allí por la cercanía de grandes hospitales). Centro, sin embargo, es el cuarto distrito de mayor densidad de población y el que menos casos de Covid-19 detectados tiene.

En todo caso, no nos interesa aquí tanto desmentir que en la ciudad densa podría ser más complicado frenar contagios como fijarnos en otros aspectos que han sucedido durante estas largas semanas de confinamiento para hacer una valoración del modelo urbano menos obvia.

Fijémonos, por ejemplo, en la capacidad de aprovisionamiento de los barrios de la ciudad consolidada frente a aquellos del extrarradio. En primer lugar, cabe decir que no ha existido un fenómeno de desabastecimiento significativo en ninguna fase de la crisis, más allá de productos concretos, ahora la harina, ahora determinada marca de cerveza. Sin embargo, las pocas escenas de escasez vistas y las mayores colas se han dado en algunos barrios con menos supermercados medianos y carencia de comercio de proximidad, donde las compras de maletero han propiciado desajustes en los turnos de reposición.

Podemos también reparar en las respuestas autoorganizadas de la gente, que han llegado antes que las institucionales y frecuentemente se han apoyado en experiencias previas de apoyo mutuo ciudadano, más propias de los barrios de la ciudad consolidada que de suburbanización moteada.

Una calle con diversidad de usos y comercio de proximidad

En el punto anterior mencionábamos el comercio de proximidad. A nadie se le escapa que el pequeño comercio va a necesitar algo más que una quita parcial de sus alquileres para salir airoso del parón económico en el que aún estamos inmersos. En el centro de la ciudad y en las grandes vías comerciales podemos asistir a la aceleración de un fenómeno que ya corría para alcanzarnos: el de la conversión definitiva del tejido comercial en un corredor de mall, con las mismas grandes marcas y franquicias en todas las ciudades.

A la previsible liberación de suelo comercial por defunción de las cuentas corrientes de los comerciantes y una posible bajada del metro cuadrado de este tipo de suelo, puede seguir fácilmente una fase de acumulación de aquellos fondos y grandes grupos con suficiente músculo financiero para llevarlo a cabo.

Volviendo al punto anterior, y habiendo concluido que el pequeño y mediano comercio (especialmente los mercados municipales de abastos, que tuvieron una reacción muy rápida) han sido un buen canal para asegurar la distribución de comestibles, cabe exigir soluciones políticas que aseguren la supervivencia del comercio de proximidad en nuestros barrios.

Faltan espacios comunes

¿Qué nos dicen algunas fotografías de plazas concurridas el primer día en que los niños pudieron salir a la calle? Además de hacer notar que todos tenemos una deficiente educación visual (pues muchas imágenes eran más debidas a la perspectiva que a incumplimientos de sus protagonistas), nos hablan de la escasez de espacios públicos en la ciudad. Con los parques clausurados, ¿dónde podrían juntarse los vecinos y vecinas más que en las escasas plazas con las que contamos? Hay aquí una enseñanza que no requiere de mucho desarrollo y que empujará proximamente a peatonalizar calles en los distritos.

Desigualdad y pobreza

Aunque no tenemos aún datos para dibujar buenas gráficas acerca de la incidencia de la clase social en relación con este Coronavirus, sí contamos con informaciones que apuntan en esta dirección. Algunos mapas de transmisión vírica, como el catalán, el de Donostia o el de barrios afectados en Chicago, tienen claras lecturas de clase aún sin entrar a valorar otras claves como el envejecimiento de la población, la cercanía a focos iniciales, etc. El caso de Madrid es más complicado de leer con los datos actuales. Varios de los distritos con más casos confirmados acumulados por cada 100.000 habitantes tienen barrios muy populares (Moratalaz, Tetuán o Puente de Vallecas) aunque se cuela en el ranking Retiro y habría que analizar la distribución interior de Fuencarral El Pardo, donde conviven barrios de muy distinta extracción social y tipología urbana. Pero tiempo habrá de dibujar más precisamente los contornos de esas gráficas, ahora mismo hay otras informaciones que sitúan la crisis sanitaria como un asunto de clase.

Para empezar, sabemos que hay una mayor incidencia de patologías en las personas de rentas más bajas, e incluso esperanzas de vida sensiblemente inferiores en barrios de clase baja. Además, muchos de los trabajadores y trabajadoras más expuestos (cajeras, reponedores, personal de limpieza, transportistas, mensajeros, etc) pertenecen a las clases trabajadoras. Los compañeros de clase más pobres de nuestros hijos podrían haber estado bastante más de un mes comiendo comida basura cada día.

La ciudad habla también y nos dice, si la queremos escuchar,  que no es lo mismo pasar el confinamiento en viviendas amplias y cómodas que en cuchitriles sin luz ni ventilación. Las consecuencias de que la educación se haya trasladado al interior de los hogares ha hecho aflorar la brecha tecnológica y la (más difícilmente salvable) brecha educativa en función del capital cultural de las familias.

No es este, desde luego, un desequilibro que desconociéramos antes de la llegada del Covid-19, pero mal haríamos como sociedad dejándolo a un lado a la hora de pensar la ciudad post-coronavirus.

Necesitamos aire limpio

Paradójicamente, el tan vilipendiado vehículo privado se convirtió en parte de la respuesta a la crisis por asegurar la distancia de seguridad durante los desplazamientos. Pero más allá de haber servido de cortafuegos, la contaminación está, hoy más que nunca, en el punto de mira y ya hay estudios poniendo en relación la cantidad de partículas contaminantes en el ambiente con el incremento de la tasa de mortalidad por Covid-19.

Muchas ciudades, como Milán o Barcelona, ya están trabajando en nutrir su red de carriles bici y sus vías peatonales. Gran Bretaña acaba de presupuestar 250 millones de libras y Madrid aún anda desperezándose. Seguramente no es una buena idea airear demasiado la idea de una ciudad con niveles de contaminación inusualmente bajos, como hoy ocurre, como ejemplo de buen vivir, pues supone asociarlo a un escenario traumático, pero si nos sirve de acicate para bajar el número de personas con patologías respiratorias habremos empezado a andar.

Por otro lado, la movilidad es, desde hace ya algunos años, uno de los temas centrales en todos los foros sobre la ciudad y sin duda seguirá siéndolo pero, ¿cómo se sintetizarán tras el Covid el miedo a los transportes colectivos y la evidente necesidad de aparcar el coche? Como en todos los apartados de este artículo, dependerá mucho de la correlación de fuerzas de quienes defienden las diferentes posturas.

Ojo con las soledades urbanas

El planteamiento de este artículo no nos llevará por el camino de la obvia necesidad de pensar el modelo de cuidados a nuestros mayores. Sin embargo, es importante reparar en un sufrimiento silencioso de la tercera edad que se ha acentuado durante esta crisis: la soledad. El actual Ayuntamiento decidió cerrar antes de tiempo el proyecto piloto que abordaba las soledades no deseadas, que había puesto en marcha el anterior equipo de la ciudad. En concreto, en el distrito Centro viven solas 2.171 personas mayores de 65 años.

Madrid, es justo decirlo, ha articulado sistemas de seguimiento telefónico para personas mayores, pero el panorama de una ciudad con los Centros de Día cerrados y miles de personas mayores solas y encerradas con miedo en sus casas debería llevarnos a pensar un modelo urbano y de cuidados más inclusivo con nuestros abuelos.

¿Hacia la ciudad panóptica?

Algunas ideas de diseño de ciudad llevan décadas tonteando con la idea de vigilancia informal, propiciando que los ciudadanos nos vigilemos los unos a los otros a través de la generación de espacios ideales para ver o ser vistos, cuando no creando estructuras decididamente disuasorias de la vida en la calle, como las del urbanismo defensivo. Estos días vimos perros robot vigilando porque se guarde la distancia de seguridad en Singapur, el tipo de noticia que es solo espuma del mar de fondo de nuestras sociedades.

Como las cosas suceden siempre en su contexto, debemos fijarnos en el cambio de paradigma ocurrido a nivel mundial después del 11S, acentuado después de cada nuevo atentado en la ciudad (Madrid, Barcelona, París, etc.). Si echamos atrás la vista, no nos será difícil recordar lo inusual que resultaban hace pocos años las imágenes, hoy cotidianas, de la policía con armamento pesado en las estaciones de tren.

El contexto hoy es una pandemia que nos ha empujado a renunciar voluntariamente a cotas de libertad en favor de la vida pero debemos luchar porque, una vez superado este contexto, no nos hayamos acostumbrado a una vida en la calle constantemente reglada (y controlada) por las autoridades.

Para pensar en este sentido, quizá pueda ser útil la perspectiva de que la mayoría de la gente ha sido muy responsable en el periodo de confinamiento, como revelan los estudios de movilidad realizados explotando los datos de nuestros dispositivos móviles (en concreto, Madrid fue la Comunidad Autónoma que más ralentizó sus hábitos de movilidad). Será imposible convencer a quienes están predispuestos a creer que dicha responsabilidad de las gentes del sur de Europa solo ha sido posible por las amenazas de multa, pero hay ahí un argumento potente para apelar por una vida en la calle que no necesite ser constantemente guiada.

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