Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Qué ha sido de los bares clásicos que amamos

Entrada del Bar Lozano a medio desmantelar | SOMOS MALASAÑA (archivo)

Somos Malasaña

0

Ya sea debido al fin de los alquileres de renta antigua, jubilaciones, bajo rendimiento económico, cansancio natural de los “jefes” y “jefas” respectivos o, incluso, por muerte natural de estos últimos, lo cierto es que en los últimos años hemos asistido al cierre casi en cadena de muchos de los bares clásicos -y de algunos míticos- que había en Malasaña.

Si bien ese proceso de pérdidas se acentuó hace poco más de un año, la hemeroteca de Somos Malasaña sitúa 2015 como el año más negro en este sentido y nos permite hacer un recorrido desde entonces hasta nuestros días recordando algunos de esos espacios que amamos -y que ya no existen más que en nuestra memoria- y viendo en lo que se han convertido. Pondremos a prueba, de este modo, el recurrido dicho de que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Iniciamos nuestro paseo con el adiós en el mes de abril de 2015 del Bar Hermanos Campa, establecimiento que ocupó el número 11 de la calle del Pez, un lugar con pasado de bar desde, al menos, 1945 (antes fue Bar Aragón, Altamira, Sagasti y Cafetería Pez). Bajo el mando de Avelino y Emilio, los hermanos que le daban nombre, el establecimiento navegó durante 37 años bajo bandera asturiana entre cafés, cervezas, platos combinados, bocadillos sin florituras y tardes de fútbol. Tras su venta y una profunda remodelación, en el local abrió un negocio de comida italiana y copas que este verano desapareció dando paso -nueva reforma mediante- a un muy reciente establecimiento que presume de auténtica comida napolitana, Grosso Napoletano.

Dos meses después del cierre de Hermanos Campa, a finales de julio de 2015, el que dio un gran susto fue el Comercial, el más antiguo de los cafés de Madrid. Abierto en el siglo XIX e icono indiscutible de la ciudad, permaneció cerrado poco más de año y medio hasta que resucitó con nuevos dueños, renovado y actualizado, pero con una propuesta similar, en marzo de 2017, coincidiendo con el 130 aniversario de su inauguración.

Unos días después de aquel terremoto del Comercial, y en el mes más negro que se recuerda, los que echaron el cierre definitivo fueron El Chamizo (San Vicente Ferrer 22) y el bar Noviciado (San Bernardo). Al frente del primero de ellos estuvieron Manolo y Ángel durante 46 años, que dieron para servir un número infinito de yayos (vermut, gaseosa y ginebra) y de tapas de conejo y pollo al ajillo, torreznos, croquetas, bravas, alitas o champiñones. A este bar castellano de comida típica, al que nunca le faltaba clientela, le sucedió -tras una reforma y una profundísima limpieza- un proyecto totalmente distinto, un restaurante de auténtica comida japonesa casera y apto para celíacos, Okashi Sanda.

El bar Noviciado, por su parte, se despedía de sus parroquianos con la siguiente nota pegada en uno de sus cristales: “Hoy, 31 de julio de 2015, este viejo y abigarrado bar de la calle Ancha de San Bernardo, tras 69 años de historia, se ve obligado a echar sus cierres por última vez por ser un local de renta antigua”. Con un recuerdo al “abuelo Darío”, que abrió el local en 1946, su último gerente, Luis Ángel García, dejó de poner tortilllas de patatas rellenas, bocadillos a dos euros, cañas y vinos con tapa a buenos precios y platos combinados de menos de cinco euros. Desde aquel 31 de julio de 2015 el local que ocupara el Bar Noviciado permanece cerrado a cal y canto, si bien en las últimas semanas se aprecia movimiento en su interior, que ha quedado completamente diáfano, y está en alquiler. Una abultada deuda de los propietarios del local con la comunidad de vecinos en la que se encuentra, procesos judiciales y desencuentros familiares han tenido en barbecho este goloso esquinazo.

Aquel nefasto verano de despedidas también se dejó sentir en otro tipo de bares, más musicales, como el Louie Louie y el Groovie, y continuó en septiembre, mes en el que también se fue El Parnasillo (San Andrés 33) tras 36 años de existencia. Se despedía así el más modernista de los cafés-tertulia de Malasaña, refugio de artistas y de rojos bajo la dirección de Nina y de Javier, dos personas fundamentales de la noche malasañera que, en su día, estuvieron también al frente de propuestas como el añoradísimo Café del Foro o el restaurante Nina, introductor del ‘brunch’ neoyorquino en Madrid. Su relevo lo cogió Varsovia Bar, cuyo propietario tuvo el buen gusto no sólo de conservar mucho de la esencia del Parnasillo, sino de acometer una profunda y respetuosa reforma del local, el cual funciona hasta nuestros días como bar de copas, cócteles, cañas, vermut y tapas.

El mismo mes que El Parnasillo cayó O Compañeiro (San Vicente Ferrer 44), donde el matrimonio lucense formado por Mari y por Manolo puso fin a 48 años de laconadas, pulpo y caldo gallego bien regados con ribeiro, albariño, vermut y yayos. “Para dedicarte a la hostelería tienes que ser joven”, declaraba a este periódico Mari el día que echaba el cierre a su local, fundado en el año 1920 con el nombre de Felipe Marín y hermanos. Desde 2015 O Compañeiro se llama Casa Macareno, que sigue siendo casa de comidas y un buen lugar para tomarse unos vinos o un vermut; negocio al alza, en su puesta a punto ha sabido respetar y actualizar la fisonomía del antiguo local. Entre sus nuevos dueños se encuentran socios de otros negocios hosteleros de Malasaña como el restaurante El Cocinillas y la coctelería Corazón.

Dejando ya atrás el ominoso 2015 y sin que tengamos muy clara la fecha de 2016, el que también cerró fue Casa Candi (Noviciado 16) a sus 47 años. Más recordado por la personalidad de su dueño que por sus delicatessen culinarias -con permiso de Teresa y sus especialidades asturianas-, el bar era todo música y eclecticismo, cangrejos de río y Camarón -más que camarones-, cervezas bien tiradas, precios moderados y, cuando se terciaba, guitarras, bailes y hasta 'after-hour' castizo. Jubilación y traspaso. Tras una larguísima temporada sin inquilino, este septiembre volvió a abrir conservando el nombre y con personalidad, pero con unos parroquianos mucho más modernos que antaño y hasta cócteles, aunque también ofrece, como con el Candi original, “comida hecha en casa”.

Nuevo salto en el tiempo para aterrizar en el verano de 2017, cuando por jubilación le llegó el turno al IsadoraIsadora, otro de esos cafés literarios que abrieron en el barrio a finales de los años 70 del pasado siglo. Éste, concretamente, lo hizo en 1980. Notas de jazz, tertulias y Mariano al frente de un local de baldosas blancas y negras en el suelo. El local del número 14 de Divino Pastor dejó de tener nombre de bailarina para tomar el de un ave zancuda parecida a la cigüeña y convertirse en una cervecería, Marabú, con seis grifos de cerveza y pantalla para ver tanto fútbol como videoclips de música.

Poco después pasaría a mejor vida, o eso es lo que se suele decir, La Tetería de la Abuela, de la que se dice fue la primera tetería que se abrió en Madrid, allá a finales de los años 70 y que, aunque había cambiado de manos y su oferta se había abierto a platos de cocinas del mundo y a otras muchas bebidas, conservaba una decoración que hacía de este espacio uno de los más auténticos de Malasaña. Llevaba años en traspaso y, al final, en octubre de 2017 se convirtió en La Colmada, un bar-tienda, con vino, vermut, latas de conservas, embutido y azul, mucho color azul -¿demasiado?- por todas partes. Su propuesta va calando.

El paso del 2017 al 2018 trajo otras dos sentidas despedidas: las de los bares Prado (Corredera Alta de San Pablo) y Lozano

(San Joaquín) en menos de una semana. Se dice que la venta del local de El Prado se cerró por 800.000 euros y que sus últimos inquilinos tuvieron que irse de un día para otro. Sus parroquianos -quizá los más variopintos de Malasaña- de las mañanas y las ordas de jóvenes de las noches se tuvieron que buscar otras barras donde rememorar sus alitas de pollo, ensaladillas rusas, morcillas de Burgos o los bocadillos de tortilla. Poco después de su cierre, comenzaron obras en el local. Todo hacía prever que pronto abriría un nuevo negocio estando en uno de las calles y tramos más atractivos del barrio. Sin embargo, las obras se pararon sin que se sepa el porqué y desde entonces el establecimiento permanece cerrado con un cartel de “se alquila” en su fachada.

En la calle paralela, San Joaquín, el local que sí encontró pronto nuevo inquilino fue el que ocupaba el Bar Lozano, un bar que se fue sin casi hacer ruido a mediados del mes de diciembre y tras algún que otro amago anterior en el año 2014, con la ley de fin de arrendamiento antiguo. Bocadillos, montados, raciones y hasta platos combinados pero, sobre todo, muchas mini-hamburguesas de madrugada y todavía más minis despachó José Villamayor y familia allí desde 1975. L'Orangerie, “bar de crepes, café y zumo”, borró todo vestigio físico del Lozano que, sin embargo, aún perdura en la memoria de muchos de quienes pasan por delante de este nuevo y coqueto local que, aún sin heredar la clientela de su predecesor, se está afianzando en el barrio con una propuesta sencilla y diferenciada.

Poco después de estos dos sonados cierres, en Somos Malasaña publicamos un artículo enumerando algunos de los bares clásicos que todavía resistían en Malasaña. Nadie podía prever por aquel entonces la lista de nuevas bajas que se nos venía encima. El primero en caer, en el mes de marzo, fue el Café Dominó, un bar ¡que cerraba por las noches en Malasaña! Renunciaba al negocio de las copas nocturnas para centrarse en dar servicio en las primeras horas del día, atendiendo a los currantes de Malasaña con el café más tempranero de cuantos se servían en el barrio. El fin del alquiler de renta antigua, la inseguridad del caseo y la competencia fue demasiado para Alfredo, su dueño, que decidió echar el freno. Al Dominó lo sustituyó de inmediato el Alegrías, de los mismos propietarios que los cercanos Aliño -un negocio de comida para llevar- y Buenasaña -comida para llevar y barra de degustación-. Sus menús de bajo coste y su fresca decoración están funcionando.

Dos lamentables muertes -en febrero y marzo- fueron los detonantes de otros tantos cierres de bares clásicos. La primera de ellas, la de Casto Herrezuelo, uno de los dos dueños de El Palentino, fue el principio del mediático fin, poco después, de uno de los bares más conocidos de todo Madrid. La otra, la de Marisol Muñoz, significó el inmediato adiós de otro clásico como Bodegas El Maño (calle Palma 64), bar que ella reabrió en 1994, después de que el establecimiento -fundado en 1927- hubiera pasado varios años con las persianas bajadas. Desde la muerte de Marisol, el Maño no ha vuelto a abrir, si bien hay rumores que apuntan a que ya hay quien está en ello: inversores relacionados con las mismas personas que se quedaron el ya citado O Compañeiro.

El 16 de marzo de 2018 será recordado como el fin de El Palentino que todos conocimos. Tal y como hemos apuntado ya, tras la muerte de Casto, el otro 50% del bar, Loli López, no podía seguir gestionándolo sola y, junto con los herederos de Herrezuelo decidieron vender el local. El Palentino se fue en plena forma, con un animado velatorio por el que pasaron cientos y cientos de incondicionales y recibiendo numerosas muestras de cariño (también en Somos Malasaña nos despedimos de él) tras cerca de 80 años en su hoja de servicios. El nuevo dueño del local de El Palentino es un fondo de inversión que, tal y como adelantamos desde Somos Malasaña el pasado mes de noviembre, ya le ha encontrado inquilino, el grupo coruñés Mamá Chicó, el empresario Martín Presumido. Éste piensa abrir su negocio el próximo febrero. La reforma está en marcha. El espacio conservará su nombre pero poco más tendrá en común con lo que fue. El nuevo Palentino ofrecerá un concepto renovado de bar-restaurante, con mucha más oferta de cocina -casera y contemporánea- que antes y con especial empeño en los licores, que elaborarán ellos mismos de manera artesanal. Aunque no es una cifra confirmada ni por la propiedad ni por el nuevo inquilino, se rumorea que el alquiler mensual al que tendrá que hacer frente el nuevo gerente del espacio ronda los 8.000 euros. Visto lo visto, será difícil que a partir de febrero las copas se vuelvan a cobrar a 3 euros en el número 12 de la calle del Pez.

En mayo, fue otro bar de parroquianos, el Farmacia de Guardia

(Corredera Baja de San Pablo 49), el que cerró de manera rápida y algo misteriosa. A día de hoy sigue cerrado, no se ha percibido movimiento alguno en su interior y ni tan sólo hay un cartel de “se vende” o “se alquila” en su puerta. Se desconoce qué harán con el local sus propietarios, los hermanos Palleiro. Extraña más todavía teniendo en cuenta su ubicación y la práctica inexistencia de locales vacíos con licencia de bar en el barrio.

Finalizamos este repaso de pérdidas y adioses, pero también de bienvenidas y holas, recordando que en julio cerró el Café de Ruiz, aunque también podríamos decir que, al parecer, ha sido un cese temporal de actividad. Su último gerente, Roberto Rayo, decidió abandonar tras no prosperar una renegociación del alquiler que venía pagando. De nuevo, el grupo 'rescatador' de lugares como O Compañeiro y, aparentemente, El Maño, entró en juego haciéndose con el local. Desde entonces, en este establecimiento del número12 de la calle Ruiz se está llevando a cabo una intensa labor de remodelación que tiene en vilo a buena parte de los antiguos clientes del café. Sin día todavía conocido para su reapertura, no debería de faltar mucho.

No quisiéramos terminar este repaso sin recordar a otros bares de barrio que también han desaparecido recientemente, como el Bar José (calle Palma 62), donde seguro que varios de nuestros lectores habrán comido de menú en más de una ocasión y que -desde hace tres meses- vuelve a ejercer como casa de comidas caseras, entre otras cosas, tras un acertado lavado de cara, y rebautizado ahora como El Amor Hermoso.

Aunque con muchos menos años de andadura que los ya citados, La Milana Bonita (calle Marqués de Santa Ana 5) también supo hacerse imprescindible en días y noches malasañeras y se le echa de menos desde que su cierre se encuentra permanentemente echado sin más noticias.

Alfonso

Una cosa que se me ocurre, ¿por qué no hacéis un artículo de los que aún quedan? Desgraciadamente será breve, pero aún hay bares que resisten (el Dos Passos y alguno más de San Bernardo, entre otros) y algún negocio más. Daría para una muy buena serie de artículos. Se podría hacer sin prisa, bien... bueno, o con prisa, porque están cayendo como moscas. Y lo digo por experiencia propia; que a mí me fuisteis a ver un mes antes de que cerrara una tienda de mi familia durante casi casi 70 años. Un saludo.

Elena

Totalmente de acuerdo!!
Etiquetas
stats