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Picnic, el sótano en el que floreció la nueva comedia madrileña

Ignatius Farray, durante la grabación de 'El fin de la comedia'

Diego Casado

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Entre las decenas y decenas de cuadros y adornos que luchan contra el horror vacui en las paredes del Picnic, llama la atención desde hace poco un cartel de la serie El fin de la comedia convertido en cuadro. En él, un dibujo de Joaquín Reyes representa al humorista Ignatius haciendo la compra. A su alrededor, dedicatorias y firmas de los creadores de esta serie hacia los dueños del local, y un aforismo que resume de forma exacta la esencia de este lugar: “El bar donde la poesía de Rimbaud y el chiste del perro llamado Mistetas se dan la mano”.

La frase la firma el citado Ignatius Farray, humorista canario que comandó durante años uno de los micro abiertos más alternativos e imprevisibles de Madrid, que tenía lugar bajando las escaleras donde ahora se encuentra el cartel. Él fue quien propuso -junto al guionista Miguel Esteban (Museo CoconutEl Intermedio)- un formato de encuentro entre humoristas, monologuistas y farándula en general en el que todo el mundo pudiera ensayar sus textos de forma libre. Se lo contaron a Eva y Adrián, los responsables del Picnic. Y tiraron para adelante. Todos los miércoles.

“Rompía el rollo monologuista. A veces no era ni humor, era otra cosa que no sabríamos muy bien cómo definir. A veces hasta era incómodo”, recuerda Adrián. Además, se trataba de una experiencia de la que se enteraba poca gente: “El espíritu era que todo resultara muy underground, no lo publicábamos en internet más allá de nuestras redes sociales y si querías enterarte tenías que estar muy pendiente”, añade Eva. “Creemos que así, en formato discreto, tiene más valor”, apostilla Adrián. El formato fue también creando un público más exigente que los espectadores de un monólogo de libro, al que no le hacía gracia cualquier chiste y al que no le importaba que se transpasaran los límites del humor.

En esos open mic se fueron fogueando actores y fórmulas que ahora triunfan en teatros, en la televisión y en el cine. El ejemplo más claro es el de Farray y Esteban, ahora nominados junto a Raül Navarro a un Emmy por su serie El fin de la comedia, cuyas dos temporadas se rodaron parcialmente en Picnic. También pasaron por allí nombres conocidos como Antonio Castelo (fue el que arrancó las sesiones de humor en el sótano con otro formato), Julián López y otros menos llamativos pero que ahora escriben guiones para televisión con los que se ríen millones de espectadores. Joaquín Reyes, otro habitual, llegaba a decir con guasa que ese sótano era “como la nueva Residencia de Estudiantes”.

Un bar donde se hacen cosas

La historia del Picnic arranca un otoño de 2008, cuando Eva del Amo y Adrián López deciden montar juntos un bar al que pudieran ir sus amigos. Atrás dejaron el histórico Tupperware (donde sus paredes reflejan partes de las historias que vivieron), con una clientela veinteañera, y abrieron un local en el que se pudiera tomar desde el café de la tarde hasta la copa de después de cenar, siempre en un ambiente que permitiera una charla distendida o reuniones para montar proyectos, a precios asequibles (no han variado el precio del doble de cerveza desde su apertura). “Y que, generacionalmente, pudiéramos disfrutar de nuestros amigos, que ya eran más mayores y no iban al Tupper”, cuenta Eva.

Al poco de buscar se encontraron con el local de Minas 1 que ocupaba una antigua tetería y, hace casi un siglo, un sitio de vinos llamado Bodegas Batanero, donde servían chatos, casera para llevar y ponían pajaritos fritos de tapa. Inicialmente pensaron que era muy pequeño, porque solo conocían la parte de arriba. Pero pronto descubrieron el sótano, que estaba cerrado pero que se podía abrir al público gracias a sus dos escaleras y a sus techos altos. Habían encontrado el lugar perfecto para albergar exposiciones, presentaciones de libros, proyecciones y cualquier propuesta que les llegara... un lugar donde la gente cosas.

Pero el local de la calle Minas no solo ha sido hogar de monologuistas. Sus paredes han servido de punto de encuentro de directores de cine poco convencionales (imprescindible leer Generación Picnic en Cinemanía), ha acogido numerosos rodajes (la próxima película de Martínez Lázaro, con Dani Rovira como protagonista, por ejemplo), sesiones de Ilustres Ignorantes, visitas furtivas de Joaquín Sabina para una sorpresa que está por llegar, paellas a cargo del guitarrista de La Habitación Roja, fiestas de grupos internacionales como Muse, que también reservaron su sótano... y las ya míticas partidas de Lobos de Castronegro, un juego de mesa en el que participan muchos actores y que ha acabado estableciendo extrañas conexiones como la del director Carlos Vermut y Eva Amaral, que se conocieron en una tarde de juegos y han acabado trabajando juntos en la reciente Quién te cantará.

Hoy, el Picnic sigue contando con un club de comedia semanal y también acoge el Pi Beta Landa, otro formato que al principio era un canal de Youtube y ahora se ha convertido en un programa de la Cadena Ser, con tanto éxito que ya no anuncia ni siquiera qué actores acuden cada semana porque la última ocasión en que lo hicieron, con Joaquín Reyes, se montó una cola kilométrica en la calle Minas. Para enterarse de sus próximas citas, lo mejor es seguir las redes del Picnic Comedy Club y del Picnic Bar y darle al F5 de lunes a miércoles.

Para celebrar el décimo aniversario, Eva y Adrián han reservado el Teatro Lara para montar una noche que recorra la historia del local con nueve de sus amigos monologuistas que tendrán ocho minutos por cabeza para trasladar a estas tablas centenarias el espíritu del sótano picniquero. Será este jueves 15 de noviembre y la alineación de humoristas es para no perdérsela: Iggy Rubín, Kaco Forns, Joaquín Reyes, Valeria Ros, Venga Monjas, Ignatius Farray, Miguel Esteban, Raúl Navarro, y Antonio Castelo.

Extra bonus: el álbum de la familia Picnic

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