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Opinión - Contra la política del odio. Por Esther Palomera

Aquí sí ha pasado algo

El presidente Pedro Sánchez durante su comparecencia de este lunes.

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La empresaria y usuaria de X María Álvarez (@ostraperlera) publicaba un hilo sobre la decisión de Pedro Sánchez de seguir al frente del Gobierno en el que explicaba su teoría de que el presidente ejerce la política como un jugador de baloncesto o fútbol: lo importante es la posesión del balón. Era una más de las teorías que corrían por las redes, porque los ciudadanos estamos asistiendo a una serie en la que cada capítulo acaba en cliffhanger, suspense y giro de guion.

Resulta evidente la existencia del problema que provocó la carta de Sánchez –la instrumentalización de los juzgados o los medios para destruir al adversario político y saltarse las urnas– como también resulta evidente que Sánchez es el político de las remontadas imposibles. Con esa fe envidiable en las propias posibilidades y convicciones no ha dudado en mostrar su talón de Aquiles, y ha tenido a un país tan descreído como España reflexionando sobre el amor, la empatía y el legítimo dolor y quebranto ante el acoso. Sin embargo, la resolución de la historia nos ha dejado a todos a medias. El presidente debe llenar de contenido su decisión de quedarse y hacer, según sus palabras, un punto y aparte. Si quiere revertir la actual polarización y toxicidad política tiene que actuar, y hacerlo con prudencia, responsabilidad y ausencia de cualquier tentación de revancha.

La democracia española no estaba en peligro ayer ni lo está hoy, y tampoco lo hubiera estado si hoy Pedro Sánchez estuviera haciendo la mudanza de la Moncloa. Para no parecer un actor que de repente ha roto la cuarta pared por puro amor al espectáculo e interés electoral debe concretar esa insinuada regeneración y dignidad pública en la la política, la judicatura y los medios y hacerlo llevando al primer plano su respeto personal por la oposición, los jueces y los medios que no considera afines. De momento, ha conseguido agrupar a los suyos y a buena parte del espacio de la izquierda, pero también ha dado la sensación de que todo el proyecto progresista depende de su continuidad. La petición de empatía es positiva, pero el simple aspecto personal no parece razón suficiente para dejar a todo un país colgado de la brocha. Se acabará concluyendo que el caso de Begoña Gómez no tiene más reproche que cierta imprudencia y falta de estética, pero con su decisión de hoy no podemos concluir que aquí no ha pasado nada.

Todos necesitamos amor, como decía aquel programa de televisión que conducía Jesús Puente, pero cuando exiges demostraciones públicas de adhesión inquebrantable con la amenaza de romper con todo, el tiro puede salir por la culata. Yo, que soy muy de fijarme en las caras, me pude dar cuenta de que algunos dirigentes del PSOE no se sentían del todo cómodos con la catarsis del sábado en Ferraz. Sánchez debe saber que no es infalible ni el país puede ir de susto en sorpresa. Cuando se genera tanta tensión dramática es difícil resolver la trama de forma redonda. Aunque lo parezca, no es Aaron Sorkin. Es necesario aprovechar este impulso un tanto desmesurado para profundizar en las políticas progresistas y la ética política y social. La derogación de la ley mordaza, la renovación del CGPJ y el avance en políticas sociales sobre empleo y vivienda deben volver con urgencia a la agenda del presidente menos convencional que ha tenido el país. Y hacerlo demostrando que él es el primero que va a respetar al adversario y admitir la crítica, ejerciendo con lo demás la empatía y el afecto que reclama para él. 

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