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No es país para la izquierda transformadora estatal

Yolanda Díaz interviene ante la mirada de la candidata a lehendakari por Sumar, Alba García.

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Tú no te acuerdas porque eres muy joven, pero hubo un tiempo en que la izquierda transformadora de ámbito estatal, también conocida como “la izquierda a la izquierda del PSOE”, tenía un discurso territorial reconocible y distintivo, de corte federal y acento social, gracias al cual se aseguraba un espacio propio en las elecciones autonómicas de las comunidades llamadas “históricas”, aquellas con fuerte identidad nacional al margen de la española. No tenía grandes resultados, pero sí ese espacio propio elección tras elección.

Incluso si eres muy joven te acordarás de que esa izquierda transformadora estatal tocó el cielo electoral en esos territorios hace muy pocos años: resultados históricos de Unidas Podemos en autonómicas y municipales, siendo decisiva en parlamentos y gobiernos autonómicos, y conquistando ayuntamientos. En el caso de Euskadi, Elkarrekin Podemos adelantó al PSE en las autonómicas vascas de 2016, y fue el partido más votado en las generales de 2015 y 2016 en aquella comunidad, que se dice pronto, así que lo repetiré por si no te enteras o no te acuerdas ya: por delante del PSE en autonómicas, y partido preferido de los ciudadanos vascos en dos elecciones generales consecutivas.

Eran otros tiempos, otro ciclo político, no hay más que ver la noche electoral de este domingo en Euskadi. No hay cosa más triste que ver a Sumar respirando aliviada tras entrar de milagro en el parlamento vasco con un escaño, y a Podemos fuera de juego, desgastadas ambas por su ruptura ruidosa y su competencia por un mismo electorado común, y devoradas por el voto ilusionante y sobre todo útil que en la izquierda ha representado EH Bildu. Para no ponernos más tristes, mejor no sumemos los votos de ambas formaciones ni calculemos cuál habría sido su traducción en escaños, que no es plan de hacerse sangre.

Ni siquiera cabe culpar a la polarización, que en Euskadi no se ha notado; ni al mayor peso del debate nacional, pues en las elecciones vascas se ha hablado sobre todo de políticas concretas, de temas sociales, de la vida de la gente, precisamente donde la izquierda alternativa podía ser más competitiva, pero tampoco, pues EH Bildu ha jugado bien esas cartas y ha dejado sin espacio al resto de formaciones de izquierda.

Tras el desastre de Galicia, ahora Euskadi, y todavía quedan Cataluña y las europeas, otras dos noches electorales que se le pueden atragantar a la izquierda estatal, y donde la división y competencia por ese electorado común puede ser igual de desastrosa, incluso aunque el sistema electoral no penalice, caso de las europeas, pero sí el desánimo de los votantes.

No solo la izquierda transformadora estatal tiene un problema. Lo tiene España, que pierde un discurso territorial necesario, ajeno a las tensiones centralistas y separatistas, y distinguible del federalismo del PSOE precisamente por su acento más social. De seguir así, el país del que habla el título de este artículo no será Euskadi, sino España.

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