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Muere Moncho Alpuente, hijo insigne de Malasaña

Moncho Alpuente, en la plaza Carlos Cambronero | CORRESPONSALES.ORG

Diego Casado

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El periodista, escritor y agitador cultural Moncho Alpuente ha fallecido este sábado 21 de marzo a los 65 años de edad. La muerte le alcanzó de un infarto en Canarias, lejos del barrio que le vio nacer, crecer y vivir una intensa existencia desde los tiempos de La Movida hasta la última casa que tuvo, un piso en la calle Molino de Viento que esta mañana despierta huérfana.

El pasado mes de junio, el periodista ejercía de pregonero de las Fiestas de Pez, la primera calle que pisaron sus pies. Allí, en el número 7, su abuelo abrió una panadería en la que los vecinos más ancianos recordarán trastear al pequeño Moncho durante los años cincuenta. El local, que  cerró en 2012 y que es hoy una cafetería-librería, era el epicentro del universo de Alpuente en Madrid. Desde allí proyectaba su visión de una ciudad que describía como pocos en sus columnas periodísticas o en su abundante producción literaria (hasta 12 libros publicados).

En 2011, Moncho Alpuente describía en la revista Crónica Popular qué era para él Malasaña: “Fíjate si tienen importancia para mí estas calles que cuando viví por primera vez al otro lado de la ciudad, para no sentirme un desplazado, de vez en cuando cogía el metro y me venía aquí a pasear o a tomar cañas. Ahora vivo en Segovia, y como he de venir a Madrid todas las semanas por cuestiones de trabajo, aunque no sólo vengo por eso, tenemos un pisito en la calle Molino de Viento, muy cerca de La Mucca, lugar en el que he establecido una especie de punto de encuentro y tertulia con los amigos cuando estoy en Madrid y hace tiempo como para estar sentado a la intemperie, de hecho he sido distinguido hace unos días como mukero del mes”.

Juventud combativa

Alpuente recordaba así su pasado más reciente, aunque su personaje, que le hizo poder dedicarse a vivir de lo que escribía, labró sus ideas durante la juventud, marcada por la lucha de su barrio contra el Plan Malasaña, una intervención urbanística que pretendía derribar manzanas enteras para construir una gran Diagonal desde Plaza España hasta Alonso Martínez. Tal vez por este espíritu combativo que mamó desde niño el malasañero se definía como anarquista y tomó partido, ya en democracia, de una corriente de modernidad que inundó el centro de Madrid: La Movida.

[Adiós a Moncho, el de la calle Pez]

 Madrid Me Mata  Madrid Me Matafue la creación cultural con la que participó en el movimiento, una revista-programa de radio-concepto que ayudó a montar en los ochenta junto a Oscar Mariné y otros periodistas como Ángel Petricca. En plena Movida fue cuando este culo inquieto fue invitado a dar el pregón de las Fiestas del 2 de Mayo del año 1984. Entonces, la presencia de retretas militares, en aquella época con militares y guardias civiles de verdad a caballo, causó no pocas tensiones. Moncho Alpuente, que no pudo llegar a leer su pregón de fiestas de un 1984 de ambiente anti OTAN, lo recordaba así en El País:

“El desfile hizo su aparición en la plaza rondando la medianoche, cuando el cuadrilátero hervía en una variopinta aglomeración de pacifistas, objetores de conciencia, feministas, penenes, rockeros, punkis y mohicanos con el hacha de guerra, afortunadamente dialéctica, desenterrada y esgrimida con singular gracejo y desparpajo después de las primeras libaciones alcohólicas. No gozaron los niños del barrio del colorista espectáculo, no arrojaron claveles las jóvenes al paso de la comitiva, no lloraron emocionados los ancianos con el cortejo, pero una vez más se cumplió hasta el fondo de sus esencias la tradición de Malasaña, una tradición que, como su propio nombre advierte, se cimenta sobre el enfrentamiento”.

Así describía la ciudad Moncho Alpuente, un cronista de la villa que hubiera merecido ese título oficial si no se lo hubiera negado Álvarez del Manzano y que veía hace bien poco el futuro de la ciudad negro, pero bonito, como describía en la revista Luzes y que recuperamos gracias a este texto: “Madrid va a seguir siendo así, no tiene más remedio: una ciudad corrupta con un poder especialmente representado. La especulación urbanística, por ejemplo, no va a cambiar nunca. Y, para ello, utilizarán todo tipo de trucos. Aquí el que se ha usado mucho es el de preservar la fachada, para que parezca que no ha cambiado nada, y luego meter a dieciocho familias donde antes vivían cuatro. Con el problema que representa tener dieciocho coches, dieciocho garajes, dieciocho… Sin embargo, lo ves por fuera y piensas: ¡qué bonito, Madrid!”.





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