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Muere Manuel Sosa, fotógrafo que se enamoró de Malasaña

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Antonio Pérez

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La noche del 3 al 4 de enero murió de un paro cardíaco en Gijón el fotógrafo asturiano Manuel Sosa, quien durante una etapa breve pero intensa de su vida fue vecino de Malasaña, lugar al que le dedicó mil y una fotografías de amor entre los años 2011 y 2013, algunas de las cuales han quedado plasmadas en tres libros autoditados y dedicados por completo al barrio, además de en blogs y en este mismo periódico, con el que colaboró de manera intermitentemente.

Sosa comenzó a frecuentar Malasaña en 2009, aunque por aquel entonces lo que tan sólo hizo fue “aproximarse al mito Malasaña”, tal y como él reconocía. Su idilio verdadero, sin embargo, lo vivió con la Malasaña-barrio, visitándola a diario durante 2011 con espartana rutina: café tempranero en cualquier bar de la zona y vagabundeo infinito por sus calles disparando sin cesar su cámara. Como resultado, Barrio de Maravillas. Ligeramente distorsionado, el primero de los libros de fotografía sobre Malasaña que publicó y que presentamos en este periódico en noviembre de 2011.

Con motivo de aquel artículo fue cuando tuvimos nuestro primer encuentro con Manuel, una conversación en el bar Sidi en la que quedó claro que estábamos sellando una relación mucho más especial que la que habitualmente se crea entre entrevistado y entrevistadores y que dio pie a múltiples conversaciones posteriores sin porqué alguno y a una colaboración intermitente y desinteresada del Sosa fotógrafo con este periódico de su Malasaña.

Fue tal la atracción de Sosa por Malasaña que, al poco, se mudó entre nosotros y se convirtió en un 'elemento' más del barrio, al que uno se podía encontrar en cualquier calle o rincón, a cualquier hora y en cualquier fecha, aunque para detectarlo debíamos caminar con los ojos bien abiertos, ya que solía mimetizarse con cualquier edificio gris y permanecer inmóvil a la espera del momento exacto para capturar la imagen que tenía en mente. Llegó un segundo libro de imágenes de Malasaña y del barrio sólo logró sacarlo una mala racha económica que lo llevó a tener que buscar un alojamiento más barato en Tetuán.

Aún sin pernoctar aquí siguió siendo vecino nuestro, combinando su trabajo personal con el alimenticio en el que se ofrecía a comercios y particulares como fotógrafo de proximidad y ambulante. Por desgracia, no tuvo excesiva fortuna en este aspecto y eran frecuentes sus quejas sobre lo difícil que resultaba lograr que le pagaran por sus fotografías: “No es que no les gusten es que pretenden que se las regale”, decía sin acabar de entender cómo se despreciaba el poder de una buena imagen como elemento publicitario de un negocio o cómo no encontraba patrocinadores -privados o públicos- para sus libros sobre Malasaña, cuando no existía otra oferta similar más que la suya, al tiempo que crecía el turismo y el interés por el barrio.

Las últimas veces que nos tropezamos por el barrio con Sosa -hombre leído, instruido, lleno de inquietudes culturales y de curiosidad- se nos antojaba cada vez más irónico e, incluso, mordaz y cínico. Estamos casi seguros de que, cual amante despechado, creyó que Malasaña no había correspondido a su amor de la forma que se merecía. Muy posiblemente, fue así. Finalmente, Manuel decidió dar carpetazo a la relación con la zona a su manera: publicando un último libro de imágenes sobre el barrio -Goodbye, Malasaña- y poniendo tierra de por medio.

Es revelador leer en el prólogo de ese libro de despedida cómo estuvo dispuesto a abandonarnos ajustando cuentas por escrito con todo hijo de vecino y cómo, finalmente, abandonó esa idea con esperanzadora prudencia. Reconforta leer en ese prólogo el agradecimiento explícito que dedica a este periódico.

Nos contaba la persona que nos dio la noticia de su fallecimiento que, hacía pocos días, había cenado con Manuel Sosa y que durante esa velada no paró de contar “con añoranza” mil anécdotas sobre su etapa malasañera. Seguro que la muerte lo sorprendió reconciliado con el barrio y con sus gentes.

Aunque parezca extraño, en este periódico tenemos encargadas dos necrológicas de vecinos que piensan que les llegará pronto su hora y que desean que les dediquemos unas líneas de despedida. La necrológica de Manuel no estaba ni encargada ni prevista. Ha muerto joven y con un nuevo libro de fotografías por terminar. Descanse en paz.



Trabajo fotográfico



Sobre el trabajo fotográfico de Manuel Sosa, diremos que fue un ferviente admirador de la obra del estadounidense Walker Evans, artista especializado en encontrar la belleza en lo cotidiano, lo extraordinario en lo ordinario. Trató de emularlo.



Le gustaban las calles solitarias, pero también capturar el movimiento que soportaban otras mucho más vivas; movimiento antes que perfecta nitidez, siempre mejor "ligeramente desenfocado". Los retratos de personas, disparando desde lo más cerca que uno pueda. Sin llegar a molestar, siempre más y más cerca.



A medida que fue creciendo su obsesión por hacer fotografías a todas horas y radicalizando su apuesta por la cercanía al objeto capturado, Sosa abandonaba con frecuencia la réflex por una cámara compacta o por la misma cámara de su teléfono móvil. Con un programa de edición digital gustaba dejar sus imágenes en blanco y negro, destacando sólo algún elemento con color, editorializando y dándole así un sello todavía más personal a las imágenes.



Característico también en su obra es la captura de todo tipo de motivos a través del reflejo de los mismos en los espejos. Eso y el uso del ojo de pez entronca su trabajo con otro de sus constantes referentes e inspiradores: Ramón María del Valle-Inclán, padre del esperpento.

Carlos Osorio García de oteyza

Un gran tipo, y un fotógrafo con una poesía subterránea muy original y sensible.

Juan Carlos González Carpetano

Manuel no consiguió poder vivir en #Malasaña ni en Madrid con su cámara y sus fotografías. Durante un tiempo lo intentó: pisó, caminó, miró el barrio y lo inmortalizó. Me queda de él su recuerdo, su legado en forma de fotografías, su espíritu de bohemio, sus charlas y el sentir apenado su ausencia.

Antonio

Manuel era una de esas personas maravillosas que uno agradece encontrar en esta vida.

Tenía un marcado carácter como su padre y un fondo humano y desprendido como su madre.

Una persona que sabía escuchar, buen conversador, y con gran sensibilidad personal y artística.

Dejas un gran hueco en nuestros corazones.
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