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Madrid ciudad educadora: los vasos comunicantes entre la exposición y el barrio

La última parte de la exposición, dedicada a los años de la guerra

Luis de la Cruz

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Pocas veces una exposición temporal en un museo de ámbito metropolitano tiene continuidad con el barrio donde se encuentra la institución que la programa (a menos que se haga a propósito). La exposición Madrid ciudad educadora. 1898/1938. Memoria de la escuela pública, abierta ahora mismo en el Museo de Historia de Madrid, sin embargo, se puede seguir viendo dando un paseo posterior por el barrio de Malasaña. O lo que es lo mismo, visitarla con el rabillo del ojo puesto en el barrio.

Se trata de un ejercicio de memoria sobre la escuela pública madrileña, desde principios del siglo XX hasta el final de la Guerra Civil. La mirada de quienes han proyectado la exposición es muy pedagógica porque se esfuerza en subrayar las líneas educativas de aquellas escuelas pioneras; pero también es social, en tanto en cuanto, pasada la primera parte –conformada sobre todo por fotografías de arquitecturas escolares– el visitante se topa con innumerables objetos que alguna vez estuvieron dentro de un aula y que sólo se pueden concebir siendo utilizados por niños y maestros.

Algunas de las fotografías más antiguas de la primera sala de la exposición pertenecen al Hospicio de Madrid, inmueble de la calle Fuencarral donde está hoy el museo que acoge la muestra. En ellas salen reflejados los batallones escolares del hospicio en los años 90 del siglo XIX y un acto público en el que se coloca, en 1894, una bandera como símbolo de la escuela nacional.

Sin salir de esta primera sala, vemos dibujos y fotografías de la Escuela Modelo en sus primeros días, de la que es heredero el actual colegio público Pi i Margall. Su construcción debemos entenderla en el contexto del nuevo barrio que surgió alrededor de la Plaza del Dos de mayo, donde había estado el cuartel de Monteleón. De hecho, la primera piedra se colocó en el acto de inauguración de la plaza, en 1869, aunque la escuela no sería una realidad hasta 16 años después. Si su construcción debemos situarla urbanísticamente, también debemos atender a la batalla política por la instrucción pública del momento, que explica la cantidad de banderas que adornan todas las fotografías de colegios de la época.

La Escuela Modelo de Madrid fue el primer edificio construido por el Ayuntamiento para albergar un centro de enseñanza primaria. Contaba con biblioteca, gimnasio y museo escolar, y se adquirió el material pedagógico en Bélgica y Suiza. El mobiliario se manufacturó con un ojo puesto sobre la escuela británica. El edificio se encuentra en parte donde estuvo el desaparecido convento de las Maravillas y restos del refectorio pueden, de hecho, aún rastrearse en el comedor del colegio. En 1879 se había inaugurado al lado, en el número 19 de la calle Daoiz (en la manzana donde hoy está el instituto Lope de Vega), la Escuela Central de Párvulos, importación del kindergarten (jardín de infancia), según el modelo de Fedico Frobel.

Por continuar con la correspondencia entre la exposición, el edificio que la alberga y el propio barrio: en el mismo lugar estuvo la biblioteca popular fundada por Mesonero Romanos, cuyos libros acabaron en la del Hospicio cuando ésta se inauguró.

La memoria de la gente a través de los objetos

La segunda y la tercera parte de la exposición son muy sensoriales. Permiten imaginar la vida dentro de aquella Escuela Modelo y otras que la siguieron a través de los objetos: plumines, poemas copiados por los críos de entonces (con envidiable caligrafía), pizarrines, compases…

Con la educación integral como paradigma educativo y la necesidad como imposición de la realidad, el colegio se convirtió en el centro de la vida de los pequeños, más allá del libro de texto. A través de imágenes, conocemos el colegio como lugar de higiene, y a través de vajillas –mucho más bonitas que las actuales escudillas metálicas– el lugar del comedor escolar en la sociedad.

Contemplando las vitrinas llenas de objetos podemos darnos cuenta, también, de que los ordenadores y las pizarras electrónicas en el aula no corresponden a un amor exclusivamente contemporáneo por la tecnología. En su momento, las escuelas también abrazaron los últimos adelantos y los enfoques prácticos. Nos lo recuerdan linternas mágicas, máquinas de escribir, pequeñas imprentas, visores esteroscópicos o máquinas de Wimshurst.

De igual manera que la exposición resalta el impulso liberal y de la Primera República como momento de escolarización, se vuelve a la cronología para hacer hincapié en el interés de la Segunda República por erigir Grupos Escolares y favorecer las pedagogías más punteras. En ese vayven que nos traemos hoy, de la exposición al barrio y de la calle a la exposición, lo que nos toca es fijar la mirada en el Grupo Escolar Pablo Iglesias (del que es heredero el actual Colegio Isabel la Católica), que aparece ampliamente representado en la musealización de este relato. El Grupo Escolar Pablo Iglesias se inauguró en 1933 (el fundador del PSOE había sido un niño del hospicio). El año 2017 se colocó una placa en recuerdo de la obra educativa republicana.

Estudiar bajo las bombas

“Los insectos son perjudiciales para el hombre porque están en todas las suciedades y molestan”. Forma parte del abigarrado cuaderno escolar de Luis Martín, alumno del Grupo Escolar Cervantes (en Cuatro Caminos, zona muy afectada por la guerra) del que también se expone un dibujo precioso que representa un avión de combate.

La última parte de la exposición –ubicada en el patio y separada del resto– está dedicada a la educación durante la propia Guerra Civil y es, seguramente, la más espectacular. ¿Dónde iban al colegio los niños aquellos días de contienda bélica en nuestro barrio? Entre las guarderías o residencias infantiles que se organizaron durante los primeros meses de la guerra encontramos el edificio de San Bernardino 14. Aunque en la exposición no figura, podemos señalar que Dionisio Prieto Fernández, director del Grupo Escolar Pablo Iglesias, fue quien coordinó la Dirección General de Colonias (dependiente del Ministerio de Instrucción Pública) para evacuar a los niños asegurándose de que no se interrumpiera su formación.

¿Y después de la guerra?

¿Y después de la guerra?

La exposición se detiene aquí, después de los bombardeos y de la entrada de Franco en Madrid. Lo que pasó, claro, fue la depuración del cuerpo de maestros republicanos y la sombra del nacionalcatolicismo oscureciendo la educación de varias generaciones de españoles. Nosotros hemos querido continuarla un poco a través del colegio situado en la Plaza del Dos de Mayo.

El director del colegio Pi i Margall fue depurado por haber permanecido en el bando republicano y el centro pasó a denominarse General Sanjurjo. Entre la documentación que se conserva del expediente de la Comisión Depuradora del Magisterio de Gregorio Salanova Orueta se encuentran los informes de conducta de sus compañeros –parte del sistema de control social que el franquismo tejió desde el primer día– y, pese a que la mayoría son elogiosas, el director del centro, que durante la guerra había continuado practicando el magisterio en las Colonias Escolares de Igualada, fue separado de su cargo. Sólo décadas después, tras volver del exilio –donde fundó un colegio, en Santo Domingo– y pelearse arduamente con la administración para que se revisara su expediente, pudo volver a dar clase, siempre en condiciones de castigo y continuos trasladados de centro. Gregorio Salanova comparte apellido con quien esto escribe. Era su abuelo.

Damos ahora un pequeño salto, desde el primer franquismo hasta la Transición. Hemos hablado con Luis, alumno del Pi i Margall –entonces General Sanjurjo– entre finales de los setenta y principios de los ochenta, y que hoy lleva a su hija de cinco años al mismo centro. Claro que desde entonces ha cambiado un poco. “Entonces era mixto, sí, pero las clases estaban separadas, había una galería de chicos y otra de chicas”. El colegio público de esa España, en cambio, tenía aún muchas cosas del colegio franquista: “Los profes te caneaban y era frecuente que te castigaran con permanencias después de la hora de salida”, recuerda Luis. Otras cosas eran como han sido, para bien y para mal, siempre en los colegios. “Los profes tenían mote, los malotes se sentaban detrás y los empollones delante”. En aquella época, había un busto de Sanjurjo en uno de los pisos de arriba, leyendas sobre los peligros que era bajar a los sótanos –la mano negra– y en lo que hoy es la escuela infantil estaba la casa del señor Feli (el conserje) y su mujer, doña Emiliana, que era quien cocinaba.

Aquel colegio estaba en una plaza y una Malasaña que eran diferentes. “Con un Dos de Mayo con tráfico de coches aún” Era un barrio con “mala fama”, aunque Luis no cambia por nada haber pasado aquí su infancia.

Más ejemplos de cómo los colegios significan lo que significan sus momentos históricos. Apúntenlo los futuros comisarios de exposiciones sobre la cuestión. En el año 2007 el Pi i Margall era tomado en prensa como ejemplo de colegio multinacional: “Encontrar un alumno español en el colegio madrileño Pi i Margall cuesta trabajo. En los pupitres apenas se observan tres, dos, uno o, incluso, ningún estudiante autóctono”. Se refería, esencialmente, a emigración de tipo económico. Actualmente, sigue siendo un centro muy diverso en cuanto a las nacionalidades y a los tipos de familias, con una diversidad que refleja la naturaleza de la escuela pública y de los cambios en los que se encuentran inmersos el barrio y el país. Tras la crisis, y con la subida del precio de la vivienda en el centro de la ciudad, no son pocos los niños de origen migrante que se han tenido que marchar a otros barrios o ciudades en los últimos años. A pesar de ello, hoy en día sigue habiendo una mezcla de culturas sugestiva y rica en el centro, seguramente de perfil más interclasista que la que había hace una década.

Seguiremos paseando, por el barrio y sus colegios como escenarios del cambio social, mientras esperamos que las siguientes exposiciones del Museo de Historia de Madrid puedan continuarse también de puertas afuera del Hospicio.

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