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Los ochenta fueron nuestros

Luis de la Cruz

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Si hubiera que nominar un barrio como museo de la memoria de los ochenta seguramente ése sería Malasaña. Muchos fueron los escenarios de la segunda década prodigiosa en nuestra ciudad, desde la Sala Sol, al otro lado de la Gran Vía, hasta el Carolina, en Bravo Murillo...pero ningún barrio representó de manera tan densa la efervescencia de la Nueva Ola Madrileña como Malasaña. Vamos a hacer un repaso por los rincones que quedan y por los que marcharon.

En los teatros

No ha sido hasta recientemente cuando se ha empezado a recuperar la buena costumbre de escuchar rock en los teatros. En el barrio se hacía con asiduidad, como recordarán los afortunados que estuvieron en el mítico concierto de Siouxsie and the Banshees en el Barceló, teloneado por Nacha Pop. Otras tablas en las que se escuchó buena música fueron las del hoy reformado Alfil, o las del Teatro Martín - “El Martín”-, en la calle Santa Brígida.

De día

Matar las horas hasta que llegaba la noche era fácil en una zona que por aquella época recuperaba la tradición de cafés de Madrid. El Café de Ruiz, el Parnasillo y la Manuela fueron buenos exponentes de esos locales mágicos. Por la Manuela paraban Agustín García Calvo y poetas como Chicho Sánchez Ferlosio. Claro que no todo iba a ser la sofisticación de un café siendo como es Malasaña tierra de bodegas, así que ahí estaban lugares como El Felipe o El Marcelino (bar Velarde en realidad), donde hacia el 86 se vendía el primer disco de Los Enemigos. El disco, con portada ambientada en la tasca, se anunciaba de la siguiente manera: “”Caña de cerveza o vino, chorizo segoviano (con pan bollero) y disco LP del grupo músico-vocal Los Enemigos“.

Y entre el día y la noche, la churrería de la calle Escorial o la tahona de Divino Pastor con San Andrés.

También en las casas se forjaban historias maravillosas con reuniones de lo más variopintas. Aquí emigró antes que la mayoría el fotógrafo García Alix, el pionero Eduardo Haro Ibars y, sobre todo, aquí

estuvo ese santuario que fue Casa Costus (Palma 14), donde los pintores ejercían de anfitriones de una troupe que incluía a una jovenzuela Alaska a Fabio McNamara o a Tino Casal.

...y por supuesto de noche

Aunque Malasaña era un continuo de creatividad espacio tiempo en los ochenta, era al caer el sol cuando las energías salían desbocadas hacia los pequeños templos del Rock and Roll que poblaron Madrid.

Entre los que siguen, los ineludibles Penta (entonces Pentagrama), La Vía Láctea o La Vaca Austera. Sobre el primero cuenta Ana Curra en el libro sobre “La Movida” Sólo se vive una vez que: “Por las noches, Pentagrama, lugar especial simplemente porque íbamos todos los que éramos. Recuerdo a Willy García Alix y su pandilla de rockers...

Nacha Pop, Radio Futura, Chinas, Paraiso, Secretos, Bólidos...“ Como se ve, algo más que la estrofa

final de La chica de ayer.

En La Vía Láctea llevan desde el año 79 avivando la llama del rock en el barrio, fiel a su espíritu y a su mobiliario mágico, a sus posters (emblemático el de Ramones con los Nacha de teloneros) y sus murales de Costus. Buena parte de la culpa del éxito del local la tuvo, entre otros, Kike Turmix, mítico pincha de éste y de otros locales del barrio cuyas cenizas se extendieron por la Plaza del 2 de Mayo hace cinco años.

Entre los que fueron, destaca sin duda el Ágapo, mítica cueva -tirando a sórdida- que cerraba a las tantas en la calle de la Madera. También habrá quien recuerde El Sol de Mayo y La Rosa, en la Plaza del Dos de Mayo, o el King Creole, zona rocker (San Vicente Ferrer 7) donde, sin embargo, se mezclaban todas las estéticas de los ochenta.

En 1993 nacen a la vez Los Planetas y la Sala Maravillas. Malasaña ha muerto definitivamente para los ochenta y se adentra en otra década – la del indie – en la que también será protagonista. Pero ésa es otra historia.

Marta

Buenísimo artículo, qué manera de trasladarse a una época inigualable de la historia de Madrid... Y cuántos nos hubiera gustado haberla vivido!
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