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La Plaza del Rastrillo sustituye a las placas franquistas

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Diego Casado

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La antigua plaza de Juan Pujol siempre ha tenido un nombre difuso. Mucha gente la conocía por la plaza del Madroño, debido a un bar que había en una de sus esquinas. Luego como la del Ojalá, por las mismas razones. Aunque el apelativo que más arraigo alcanzó fue el de Plaza del Rastrillo, debido al mercadillo ambulante que situaba antiguamente en este lugar ubicado en pleno corazón de Malasaña.

Este fin de semana el Ayuntamiento completó lo que habíamos anunciado hace más de un año: el cambio de nombre del lugar, que pasa ahora a denominarse -ya oficialmente- Plaza del Rastrillo, como lo atestiguan las tres placas colocadas por los operarios municipales en otras tantas esquinas. Las razones del retraso hay que buscarlas en una denuncia de la Fundación Francisco Franco, que se negaba al cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica y utilizó la vía judicial para intentar frenar las nuevas placas, cosa que finalmente no logró.

Con el cambio de nombre, que solo afecta a un portal de vecinos y a un comercio -El Balcón de Malasaña, que estaba de acuerdo con recuperar la denominación popular- Malasaña dice adiós al último recuerdo a Juan Pujol Martínez, periodista y reconocido filonazi, que fue en su momento jefe de prensa y propaganda del ejército franquista y, porteriormente, director de los diarios Informaciones y Madrid.

No lo sabemos con certeza, pero nos aventuramos a decir que una de las personas que más habrá celebrado el cambio de la placa habrá sido Fernando Sánchez Dragó, escritor y vecino de Malasaña, cuyo padre fue asesinado en 1936 debido a una denuncia del propio Juan Pujol. El literato, que no llegó a conocer en vida a su progenitor, intentó en 2006 cambiar la susodicha placa poniendo en su lugar otra con el nombre de su padre. Los operarios municipales revertieron rápidamente la hazaña aunque Gallardón, alcalde por entonces de la ciudad, prometió estudiar su caso (y suponemos que finalmente lo desechó).

La protesta de Sánchez Dragó tuvo lugar en 2006. Pero la llegada de Manuela Carmena a la alcaldía animó al escritor a reivindicar el nombre de su padre para esta plaza. Otros expertos en historia propusieron homenajear a figuras más recientes del barrio ya desaparecidas, como Kike Túrmix o Javier Krahe. Pero finalmente se impuso la recuperación del nombre popular que los vecinos del barrio siempre dieron a este lugar.

Los vendedores del Rastrillo

Los vendedores del Rastrillo

Tomada hoy por decenas de mesas de terrazas, entre las que se abre hueco un parque infantil y el respiradero del metro, esta plaza abierta en la confluencia de las calles Espíritu Santo y Tesoro solía albergar -al menos desde el siglo XVII- un mercado al aire libre con bastante ajetreo, que se retroalimentaba con los puestos del cercano Mercado de San Ildefonso. Sus comerciantes vendieron en la plaza después de la desaparición de este último, pero a finales de los años 60, con la inauguración del Mercado de Barceló, los puestos fueron despareciendo.

Cuando el Comisionado de la Memoria Histórica, encargado de identificar y renombrar el callejero franquista de Madrid, puso su mirada en este lugar, no respetó el criterio de otorgar el nombre popular -si lo tenía- al espacio en cuestión, y propuso llamarla Plaza de Corpus Barga. La idea de cambiar un periodista por otro no gustó en el barrio, para el que la figura de Barga era totalmente ajena. Finalmente, la propuesta actual se aprobó en la junta de distrito de Centro a iniciativa de Ahora Madrid y hoy, los vecinos vuelven a llamar a la plaza -ahora con propiedad- como la del Rastrillo.

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