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La geografía del Madrid rockero de los 90, a través de Los Rodríguez

Fragmento de la cubierta del libro.

Luis de la Cruz

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Cuando este periódico daba sus primeros pasos, hace una década larga, dedicamos un artículo al décimo aniversario de la muerte a causa del SIDA de Julián Infante. Diez años después, eran muchos los vecinos que aún echaban de menos su estampa de Keith Richards de botellines por el barrio. Han pasado diez años más y sale ahora un libro –Sol y sombra. Los Rodríguez– escrito por Kike Babas y Kike Turrón (se puede adquirir en la web de la editorial), que cuenta con la participación de los miembros supervivientes del grupo, Ariel Rot, Germán Vilella y Andrés Calamaro, además de la de otros muchos compañeros de viaje de aquella época.

El libro está organizado como esos documentales en los que los testimonios están montados temáticamente y el argumento avanza con los recuerdos que, a menudo se matizan o que, incluso, se contradicen, según el punto de vista y la memoria de los testigos. El contenido interesará a los más entendidos en música por sus detalles sobre las grabaciones, a los amantes del cotilleo por las idas y venidas que acabaron con la separación de la banda…y a quienes añoran el Madrid rockero de los noventa, que es con los ojos con los que lo hemos leído nosotros.

En Sol y sombra salen mucho los míticos locales de ensayo de Tablada 25, en Tetuán; aparece Chamberí por la gran casa de Martínez Campos – El Rancho, la llamaban– que usaron de base de operaciones cuando, al principio, no tenían ni un duro. Era una renta antigua de la familia de Rot y acabaron echándolos. Está la tienda en la Prospe de Manolo UVI (El Honesto John), donde vendía anillos de calaveras traídos de México. Manolo era amigo de Julián Infante, frecuentó al grupo y es una de las voces del libro. Aparece el pisucho del Barrio del Pilar donde hicieron la sesión de fotos para el Buena suerte, y los locales de ensayo de General Perón, donde un Calamaro recién llegado a la capital se presentó por mediación de un amigo en un ensayo de Antonio Vega y se puso a tocar el teclado que siempre le acompañaba…

Y sale, sobre todo, Malasaña donde, queda claro al leer el libro, vivía no solo un buen puñado de músicos de primera fila, sino también un montón de currantes de la música en todos sus escalafones y variantes. Después de que echaran a Ariel de El Rancho (y a Andrés con él), ambos acabaron en Malasaña: Calamaro montó casa (con estudio) en Pez, Ariel se instaló en la Palma. Vilella vivió, pateó, pinchó en Malasaña y hasta fue portero en el Ya'sta.

Julián Infante vivía en San Vicente Ferrer en un piso de los abuelos de su pareja, Virginia Díaz, bailarina que había estado con Malevaje. Sus palabras sobre los momentos de autodestrucción y deterioro junto a Infante resultan de lo más duro del libro.

(Andrés Calamaro) "Me instalé en Malasaña, era un vecino más. Ahí ya sí estaba el Morocco y el Alfil, fue cuando los últimos años del Agapo. Había recorridas maratónicas por muchos clubes de rock con Guille Martín, que todavía era vecino de Malasaña. Inmediatamente conocí a Javier Corcobado, que se convirtió en mi héroe y mi amigo. También era vecino de Kike Turmix, de Los Enemigos, de Los Camuñas, de Sex Museum, de Malevaje, de Santi Agapo, de Julito… Había un gran ambiente. En el Alfil vi a Albert Pla y fui vecino de Manu Chao y, al principio, conocí a Fermín Muguruza, que estrenaba Negu Gorriak. Hice amigos y compañeros, y estaba encantado de pertenecer yo también al rock español y de conocer a toda la buena gente. Gratitud, respeto y amistad".

Otros garitos de la época que aparecen en sus vidas son el bar de Pez 18, El Ambigú, el Palentino, Al'Laboratorio, donde tocaron versiones con amigos noche sí noche también, o el Morocco. La noche que Julián Infante y Ariel Rot fueron a buscar a Andrés Calamaro al aeropuerto ya acabaron en un bar anónimo de la calle Tesoro.

El primer concierto del grupo fue en la sala Siroco el 6 de diciembre de 1990. Paco López, que luego sería su mánager y en ese momento era el programador de la sala, conocía a Julián Infante desde niño porque su padre era el portero de su casa familiar, en el barrio de la Concepción. Recalaron en el garito y acabarían por tocar allí un repertorio que incluía muchas versiones porque aún no tenían suficientes temas originales. La verdad es que Vilella, el batería de Los Rodríguez, pone en duda en el libro que fuera el primer concierto con palabras no muy amables para la sala.

Desde 1996 ya no existen Los Rodríguez ni sus miembros son fauna malasañera pero ahora tenemos este libro, que interesará mucho a quienes vivieron aquellos años de rock en los que las calles solo se veían de día al amanecer. Aunque, seguramente, su vida fuera más el rock garajero que los coqueteos latinos del grupo hispano argentino, en sus páginas sale un pedazo de sus días.

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