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La Chalana, Asturias Patria Querida

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Malasaña a Mordiscos

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Bueno, bueno, bueno, al final, allá vamos, ¡a un restaurante asturiano! Tras estudiar opiniones en Internet de lo más dispares sobre la Marisquería La Chalana (denominación, esta última, que se les da a un tipo de embarcaciones pequeñas para aguas poco profundas), decido que es hora de probar; a ver qué pasa con este restaurante que resulta ser una filial madrileña de otros tres establecimientos, uno en Gijón, otro en Avilés y otro en Oviedo. Después de año y medio que me dedico a ir por los locales de Malasaña, nunca había elegido un asturiano por miedo a que me defraudara. Como premisa he de decir que la gastronomía asturiana tradicional se caracteriza por una cocina de materias primas y grandes raciones; la cocina fusión o la cocina de vanguardia existen, actualmente, en el Principado pero una gran cantidad (sino la mayoría) de la población se decanta por platos más sencillos y característicos de la zona. Asturias siempre ha ido a su bola un poco en todo y también en gastronomía; creo que el motivo son los Picos de Europa, que actúan como barrera natural frente al resto de España. Ya en la Prehistoria teníamos nuestra propia cultura, la Asturiense (c. 7500-5000 a. C.), cuando todos realizaban utensilios de caza elaborados, nosotros seguíamos con un instrumental pobre, porque o no nos habíamos enterado o teníamos tantos moluscos a nuestra disposición que no necesitábamos herramientas particulares para sobrevivir o nos importaba poco lo que pasara fuera de Asturias (un poco lo que me sucede a mí con el Wassap). Hasta tal punto nos atiborrábamos a moluscos que se conoce como “concheros” a las poblaciones cuyos restos humanos, encontrados en cuevas de la época, están rodeados de ingentes cantidades de conchas. Nos encantaba comer moluscos, y nos sigue encantado, y mariscos y erizos de mar. En la Marisquería La Chalana, en la barra, a base de sidras (0,55 €/culín, es decir, fondo de vaso de sidra) y gambas, centollo, zamburiñas te puedes desquitar de tus necesidades marino-sidreras en un pispás. La sidra es Trabanco, para mí de las mejores de Asturias. Tampoco es de extrañar que la singularidad asturiana nos lleve a ser el paradigma del llamado “suicidio demográficosuicidio demográfico”: en Asturias no queremos tener hijos, nuestro entorno no lo fomenta y así estamos, desde hace muchos años, siendo récord por baja tasa de natalidad (lo cual, a mi modo de ver, nos honra, ya hay de sobra churumbeles por el mundo, el que los quiera que los adopte). Bueno, hay más características singulares, pero esta sección creo (no estoy segura) que es de gastronomía y esto que estoy escribiendo debería ser una crónica gastronómica.

Música me dejaréis que ponga, ¿no? Pensé en Asturias Patria Querida, y me pareció que era más apropiado para otras ocasiones más folclórico-alcohólico-festivas, luego en Víctor Manuel, y me deprimí solo de pensarlo y, después, en una canción, cuyo título coincide con el nombre del restaurante, con la que nos atormentó p. en un viaje a Lisboa para visitar a A., y me dieron ganas de quemarlo todo. Finalmente me decidí por algo del nuevo pop asturiano (que mola más), aquí os dejo la música de “un de Gijón”, Pablo Und Destruktion, con su vídeo de colores y ambientes propios de aquellos lares. Me gusta mucho, música con carácter y letras fascinantes.

https://www.youtube.com/watch?v=Et4lWVEa5mo

Tras esta breve explicación del “asturianismo” e insertar el hilo musical, vamos al meollo del asunto. El establecimiento, al entrar, presenta una barra y el típico ambiente de chigre (palabra asturiana con la que se define un local donde, principalmente, se vende, se bebe y se escancia sidra; añadiría “y sale todo el mundo a rastras”). Eso sí, no huele a chigre, ese aroma ácido característico de la sidra fermentando en el suelo; en este lugar tienen escanciadores automáticos, por lo que la sidra no cae al suelo. Enfrente de la barra tienen un acuario con bugres, es decir, bogavantes, crustáceo similar a la langosta americana, de color azul oscuro, cuya escasez y sabor dictan su precio (bastaaante alto). Aunque resulte terribilendo, los bugres, como la mayoría de los crustáceos, se cocinan vivos; la gastronomía es un mundo donde la moral, muchas veces, nos la tenemos que comer con patatas. Tras pasar la barra, encuentras el restaurante (o chigre con ínfulas), con su buena TV enormous, sus escanciadores, sus mesas y sillas oscuras y esas cositas de un lugar que pretende ser lujoso a su modo, es decir, apilando cajas de Moët & Chandon en estantes, poniendo muchos focos y manteles negros. Cada uno tiene sus formas.

Y justo detrás de nuestra mesa esas cosas que tanto me gustan a mí, el surrealismo de unos peces encallados en hielo, con sus grandes ojazos observándonos. Es verdad que estamos acostumbrados a ver este tipo de vitrinas, pero no por ello dejan de ser algo francamente particular. ¿Qué hacen ahí todos esos peces muertos mirándonos, esperando su turno para pasar por el horno como si ese fuera su único objetivo en la vida (o en la muerte)? Me encantan también los pimientos y los limones, con sus picos a modo de flores, que podrían decorar un maravilloso y rocambolesco tocado de Carmen Miranda… tiene todo ello un punto kitsch japonés encantador.

Para beber elegimos un albariño, Luna Creciente (no sé de qué año, 20 €), el color que presenta es amarillo pajizo excesivamente profundo, casi dorado, algo nada propio de un albariño, y el sabor, curiosamente, tampoco recuerda a un albariño, es menos fresco y menos ácido, creo que se debe a que no es un albariño del año o a una conservación incorrecta. De cualquier forma, acompaña bien la comida con su aroma cítrico. Pedimos jarra de agua y, aquí no siguen la moda ecológica, nos ofrecen botella (1/2 l – 1,50 €). Nos ponen 4 panes, 2 tipo baguetina y 2 tipo minichapata y unas minitostadas de esas cuadradas de toda la vida (1,50 €/persona).

M. está dispuesto a probar el cachopo (16 €), que compartiremos. Actualmente parece que el plato más característico de Asturias es el cachopo, hay Rutas del Cachopo no solo allí, sino también aquí, en Madrid. El cachopo es un filete fino, jugoso y de gran tamaño de carne de xata culona asturiana al que se le pone encima queso de fundir y jamón serrano y luego se empana cual escalope. Realmente yo no estaba muy convencida, he visto y probado algunos cachopos atroces, demasiado gordos, mal fritos, con mal jamón… un poco de todo, así que tenía miedito. Sin embargo, el cachopo que proponen en La Chalana me ha hecho cambiar mi opinión sobre este plato. Bien frito, crujiente por fuera y con la carne tierna y sabrosa perfectamente matizada con el punto salino y el aroma de fondo del jamón y la textura cremosa del queso, resultó un plato francamente agradable, inesperadamente. Tanto M. como yo quedamos contentos. Venía en su plato también un pimiento del piquillo, nada destacable, y patatas fritas caseras, no excesivamente crujientes.

Y allí, en una esquinita, estaban los Humberts, que me dicen “¿tú por qué hablas de Asturias como si fuera tu patria si saliste corriendo de allí?” Casi se me atraganta el cachopo. Pienso, ¿estos cómo sabrán cómo ha sido mi vida? “Sí, es verdad que a los 18 años me moría de ganas de irme de Gijón, pero eso es normal, uno quiere salir corriendo de su casa, ¿no? Quiere vivir su vida”. Humbert I me dice, con tono desafiante, “no, puede encontrarse uno estupendamente en su casa”. “Yo estaba cansada de ver lluvia, de ir siempre calada y volver siempre calada de clase (odiaba los paraguas, como odio las gafas de sol, nunca fui capaz de llevar los libros y el paraguas al mismo tiempo; soy torpe, sí), de obedecer, de adaptarme al rol que me habían impuesto y de temas variados que vosotros sabréis, queridos Humberts, si me conocéis tan bien; necesitaba libertad”, le comento. “Y, entonces, por qué hablas como si te considerases asturiana, si has vivido ya más años en Madrid que en Asturias y has salido huyendo”, rebate. “Bueno, con los años, una ve las cosas con perspectiva y observa que hay muchas características de Asturias que han dejado su impronta en nuestra personalidad, el gris, el verde, el mar tempestuoso, incluso la lluvia…” Humbert II responde con un ronquido estruendoso y desaparece, Humbert I me dice que parezco una escritora romántica y que estoy p’allá (tal cual lo dice) y se va.

Ponen para acompañar el cachopo, una ensalada chapada a la antigua (mezclum/cebolla y tomate en grandes trozos, este último sabroso) sin condimentar, en la mesa había sal, vinagre balsámico y aceite de oliva de Borges para hacerlo.

Después pedimos un pixín (es decir, rape) al hornopixín (900 g pixín completo/30 €). Lo presentan entero (un hábil camarero lo emplata) sobre lecho de patatas panaderas, bien cocinadas y sabrosas gracias al jugo del pescado, con cebolla, aportando contraste y, aunque un puntito pasado de cocción, con el sabor típico que encontrarías en un restaurante tradicional en Asturias, gusto a pescado jugoso y a vino blanco con un matiz ácido. No pudimos acabarlo, aquí las raciones son para auténticos campeones. Si vais a la zona de restaurante con alguien que se alimente a base de ensaladas pedid un entrante y un segundo para compartir.

Y de postre, cuando vi en la carta que tenían Charlota (4,80 €) tuve que probarla. En Gijón resulta que es una tarta con nata, una base fina de bizcocho, una cobertura, igualmente fina, de chocolate, y turrón blando entreverado; y la más famosa es la de Islandia, una heladería de siempre de la ciudad. No era tan buena como la de allí, le faltaba el turrón blando (o no se notaba), pero bueno, fue agradable probarla. Debo decir que por tarta charlota fuera de Asturias se entiende otra cosa, aquí la explicación.

¡Atención, para los amantes de lo viejuno, tienen tarta al whisky!viejuno Si ya os digo yo que en Asturias pasamos de todo.

Resumiendo, sin duda, aconsejaría este lugar para el que quiera disfrutar de un ambiente muy típicamente asturiano, tanto en la zona de sidras, como en el restaurante. La relación calidad-precio es buena. Puedes comer mariscos a tutiplén que, si son como el pescado, tienen un nivel correcto y ver el fútbol a la par que te tomas una sidra mecánica (ops, quiero decir, con escanciador automático). Para el que le guste el cachopo, este es un buen sitio. Recomiendo reservar, fuimos un miércoles y casi no había mesas libres.ops

carlos suarez

Muchas gracias Lu, excelente trabajo y objetividad.

Lu (Malasaña a mordiscos)

Un placer conocer La Chalana. Me he sentido totalmente como en Asturias. ¡Felicidades!

Carles

Como siempre, un placer leer unas crónicas tan amenas, siempre más allá de lo gastronómico. Eso sí, en mi opinión creo que es mejorable el encuadre de las fotos.

Lu (Malasaña a mordiscos)

Hola Carles, ¡un placer para mí que te gusten estas crónicas gastronómicas un poquito absurdas!

Sobre las fotos y, en particular, el encuadre, tienes toda la razón. No soy una experta en fotografía y, además, normalmente hago las fotos con prisas, en automático, para no dejar a mi/s acompañante/s sin conversación... y se nota. ¿Me recomiendas alguna opción para ser rápida y eficaz?

Carles

La verdad, tampoco soy un experto en fotografía y además, pensándolo bien, una fotos "no perfectas" van acordes con el aire de frescura que transmiten tus crónicas.

Lu (Malasaña a mordiscos)

Jes, jes, me gusta la conclusión a la que has llegado: son crónicas y fotos "no perfectas" (como yo misma).

Espero que sigas disfrutando de estas crónicas un poquito surrealistas e imperfectas.

Y si tienes cualquier comentario que hacer, ¡siempre son bien recibidos!

P.S. ¡Buen fin de semana!
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