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Gonzalo Jiménez de Quesada, la historia tras los muros

Luis de la Cruz

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Sólo 70 pasos separan la Gran Vía de Desengaño, un corto camino sempiternamente atascado de coches

y formado por esta callecita poco nombrada que se da de bruces con la casa donde vivió José Martí y con la calle del Barco. Sólo 70 pasos delimitados por el lateral de los números 32 y 30 de la Gran Vía: los edificios de los antiguos almacenes Madrid-París (hoy PRISA) y el edificio de lo que fue el teatro Fontalba, ocupado en esa parte por el hotel Petit Palace Italia.

La de Gonzalo García de Quesada es una calle minúscula con un nombre grande, uno de esos exploradores y conquitadores del siglo XVI que tan grandilocuentemente poblaban las gestas de los libros de historia más “españoles”. Licenciado en Derecho en la Universidad de Salamanca, conquistó los territorios de Nueva Granada (hoy Colombia), fundando la actual ciudad de Bogotá. En 1568, ya sesentón, emprendió una

expedición faraónica en busca de El Dorado, y ante el fracaso de la búsqueda y la muerte de más de 1500 personas en la empresa, se retiró a Huesca a acabar sus días.

El edificio Madrid-París fue inaugurado por Alfonso XIII en 1924, siendo uno de los más suntuosos de la época, con ascensores a la última, mármoles, lujosas cerrajerías y una gran cúpula a imagen y semejanza de la de los almacenes Lafayette en París. El edificio de hoy en día no luce como en su bautizo dorado, es ahora mucho más austero y carece de las dos torres laterales que lo caracterizaban originalmente.

Por el número 30 de la Gran Vía han pasado millones de personas . Más o menos a la vez que la Gran Vía llegaron con aires franceses los grandes almacenes para transformar las costumbres capitalinas. Los primeros, precisamente allí en 1920. El experimento de Madrid-París duró poco, en 1933 habían quebrado y el edificio que habían construido entre Desengaño y Mesonero Romanos fue comprado por SEPU (Sociedad Española de Precios Unitarios). Demasiados créditos en el marco de una sociedad madrileña que asistió fascinada a la innovación pero no compró lo suficiente como para sufragar los gastos.

Luis es hijo de Encarnación, una dependienta de Madrid-París que pasó directamente a trabajar en SEPU, donde se jubiló después de ser muchos años la primera contable. Recuerda que

“había una asociación de empleados del SEPU, el ACES (Asociación Comercial de Empleados de SEPU), que patrocinaba eventos, allí se mezclaban el director general con

la última cajera. Los juegos se celebraban en el Parque Sindical, yo mismo gané una medalla de niño nadando“ . Luis tiene otros recuerdos que dan idea de lo popular de SEPU:

“¡La que se lió cuando aparecieron por allí los cantantes de La Yenka!, un revuelo en la Gran Vía que no te puedes ni imaginar”.

Quien calcula compra en SEPU, rezaba la publicidad de los primeros grandes almacenes con éxito de España. Parece que la España de la época demandaba más economía que lujo. Los hoy desaparecidos almacenes vistieron a muchas generaciones de españoles, desde las familias más modestas hasta los modernos de los ochenta, que construyeron sus transgresoras “pintas” reinventando la moda de SEPU y los saldos Arias.

El esquinazo del edificio en plena Gran Vía, ese pequeño ensanche donde empieza la calle, es uno de los puntos de la ciudad donde uno puede encontrar cualquier mañana más caras conocidas. El otro día Aute apuraba un cigarrillo, hoy entraba un actor de moda y en cualquier momento es posible ver a un artista internacional pasando el control de entrada de la cadena SER.

En 1925 los almacenes Madrid-París arrendaron parte del edificio a Unión Radio, la emisora con más historia de este país.

En 1931 Unión Radio Madrid retransmitía la proclamación de la República en la Puerta del Sol. Durante la guerra fue fiel al gobierno y, gestionada por un grupo de trabajadores, se convierte en el aparato propagandístico del gobierno republicano. Desde allí dijó La Pasionaria su histórico No pasarán. Durante el franquismo, ya con la denominación de SER (Sociedad Española de Radiodifusión), se convirtió en miembro de todas las familias españolas, Radio Nacional tenía el monopolio de la información y la SER era la emisora de entretenimiento por excelencia: de Bobby Deglané a la radio novela Ama Rosa, del Carrusel Deportivo a El Gran Musical ya en tiempos de Fraga Iribarne. Entre los ochenta y los noventa, el grupo PRISA se hizo con el control de la histórica emisora.

De la Gran Vía a su trasera, de los turistas a la prostitución, solo hay un golpe de vista, el de una calle minúscula y olvidada – Gonzalo García de Quesada – que tiene mucha más historia en los muros que la delimitan que en su adoquinado.

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