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Fruela Fernández: “La lucha por nuestros barrios empieza por exigir que no se traicione su memoria”

Fruela Fernández | Laura Rosal

Luis de la Cruz

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Nos pasamos el día hablando de la cultura. Parece mentira que un sujeto tan manoseado tenga tantos posibles apellidos –popular, de élites, escrita, de vanguardia, ciudadana, suma y sigue– y diferentes definiciones, que no siempre la dibujan con contornos reconocibles por unos y otros.

Recientemente, se ha unido al debate impreso sobre la cultura el ensayo de Fruela Fernández Una tradición rebelde. Políticas de cultura comunitaria, editado por La Vorágine. Para quien no conozca al autor: es poeta, de los que dice versos y piensa acerca de lo que otros escriben, camina hacia los cuarenta y, suponemos, sigue escuchando The Smiths. Para quién no conozca La Vorágine: editan, venden libros y tienen un compromiso sólido con la cultura comunitaria en Cantabria, lo que les ha llevado a editar este libro y a sufrir el intento de veto por parte del concejal de VOX en Santander.

Una tradición rebelde, como objeto, es compacto, igual que algunos pasajes de su interior que se presentan como pequeños bloques de texto. Cargas eficaces y bellas, como condensaciones del historiador británico E.P. Thomson traídas a la cuenca minera asturiana o a los pueblos mallorquines; como la pátina poética con que carga Fruela a cuestas o, sobre todo, como la tradición oral y comunitaria en peligro de extinción que hilvana el libro. Un sentido común reconocible entre pares cargado de tradición rebelde que quizá pueda seguir siéndonos útil en los tiempos de la turistificación, de la que también se habla en el libro.

El ensayo se presenta el miércoles 16 de octubre a las 20 h., en el Hotel Las Letras Gran Vía (número 11 de la calle). Acompañará a Fernández el filósofo César Rendueles. Para calentar el acto, Fruela ha tenido la amabilidad de contestarnos algunas preguntas.

– Somos Malasaña: En el libro hablas de folclore (entre otras muchas cosas). No es un término que se utilice a menudo, ¿podrías explicar a nuestros lectores por qué es interesante prestarle atención?

folclore

Fruela Fernández: En realidad creo que se habla mucho del folclore, pero siempre con un matiz negativo: se dice que algo es folclórico para criticar que es chabacano, de poca calidad artística o simplemente decorativo. En mi caso, me importa recuperar el sentido original de la palabra: folk-lore, es decir, la “sabiduría del pueblo”. Todas esas canciones, refranes, costumbres o ritos tradicionales han llegado hasta nosotros porque nuestros antepasados consideraban que había algo útil en ellos, una verdad o un beneficio que era necesario preservar y transmitir. Para mí, el interés de la cultura tradicional es precisamente que nos ayuda a recordar otras formas de vida ya desaparecidas, otros horizontes antropológicos. Y, de ese modo, nos proporciona una herramienta para criticar y repensar el presente.

– SM: Algo que me ha parecido está en el meollo del asunto, ¿cuál es para ti la diferencia entra la cultura popular de masas y la cultura popular de arraigo más comunitario?

FF: La cultura “de masas” es aquella en la que tenemos una función pasiva: somos espectadores que reaccionan ante un producto creado por una industria. En la cultura comunitaria, sin embargo, participamos de aquello que se está creando, tenemos una función activa que es necesaria para que aquello tenga lugar: los ritos populares no existirían sin todas esas personas que abren su balcón para que alguien cante o salude, las que remiendan y lavan, las que hacen un corro en torno al baile o lanzan pétalos… Por desgracia, con los procesos de despoblación y de turistización que estamos viviendo, me temo que cada vez abundan más los “espectadores” que acaban asistiendo a la cultura comunitaria como si fuese otro producto comercial.

–SM: Eres poeta y en el libro muestras especial atención por las coplas o versos populares como expresiones de cierto saber tradicional, ¿qué potencias alberga la palabra fuera de los medios impresos para las rebeliones del siglo XXI?

FF: La palabra escrita siempre es una palabra con nombre, por así decirlo. Se corresponde contigo, porque la firmas, la reivindicas y te haces responsable de ella. Eso también implica que se corresponde con los límites de la persona que eres. En cambio, en la oralidad está el anonimato de la comunidad: no sabemos dónde comienza una frase o una copla, ni sabemos bien cómo llega a nosotros, pero justamente por eso nos facilita un punto de unión con otras personas. Funciona como un apoyo moral, por así decirlo: esta idea no es tuya ni mía, no está condicionada por ti ni por mí, así que tal vez pueda sernos útil a ambos. Y diría que un movimiento rebelde, para perdurar en el tiempo, necesita encontrar esa palabra de identificación. No sabemos quién cantó por primera vez “Lo llaman democracia y no lo es”, pero si ha quedado en nuestra memoria es porque hubo una comunidad que se reconoció en esa frase.

–SM: Una parte de tu vida transcurre dentro del ámbito académico, como profesor, ¿qué te da editar en una editorial tan militante como La Vorágine?

En las últimas décadas, la investigación universitaria se ha convertido en una maquinaria terriblemente restrictiva, que sólo valora las publicaciones que aparecen en una serie de revistas muy concretas (hago hincapié en las revistas, porque incluso publicar libros es algo cada vez menos valorado). Eso implica que dedicamos buena parte de nuestro tiempo a escribir textos que sólo leerá un número muy reducido de especialistas. Para mí, publicar con una editorial como La Vorágine supone reivindicar el deber intelectual de escribir para una comunidad más amplia y de intentar abrir un debate más allá de los circuitos académicos.

–SM: De Mallorca (sale mucho en el libro) a Malasaña, dices en algún lugar que en Europa ya “sólo producimos vida: alojamiento, ambiente, sociabilidad, calle”. ¿Qué puede aportar el impulso radical que guardamos culturalmente contra la turistificación?

FF: En estas luchas creo que la cultura puede aportarnos memoria. Por ejemplo, de todas las formas de vida que se han perdido ante la presión del turismo. ¿Cuántas veces hemos oído a una vecina recordar una tradición que ya no se celebra o lamentarse por un espacio comunitario que se ha privatizado? Esa memoria tradicional es una herramienta contra el comprensible derrotismo que sentimos muchas veces, pero también contra ese discurso institucional y comercial de que los cambios “son inevitables”. La lucha por nuestros barrios empieza por exigir que no se traicione su memoria.

–SM: Nuestra sociedad sigue produciendo hoy chistes, leyendas o canciones populares –aunque la música, dices, ha desaparecido del quehacer diario–, ¿hay gente analizándolo o tendremos que esperar a los estudiosos del futuro?

FF: La investigación universitaria se expande y se actualiza de manera constante: hace poco vi, por ejemplo, que la universidad de Princeton tiene un archivo digitalizado de las pancartas y pegatinas del 15-M. Así que seguro que en este momento hay alguien escribiendo sobre alguno de estos temas. Como apuntaba antes, lo importante es plantearnos qué hacemos con ese conocimiento: ¿podemos integrarlo en los debates de la sociedad o va a quedarse encerrado dentro de los límites de las instituciones universitarias?

–SM: Aquí, en Madrid, no tenemos acento, ya sabes… ¿Regalarías a los lectores de Somos Malasaña una muestra de la oralidad literaria del asturiano?

FF: Para reírse de la gente que presumía de tener dinero, mi bisabuelo solía decir: “D'equí a Somió, too ye de mio; de Somió acá, too ye de mio pá”. Son dos versos tomados de un cantar, donde el supuesto rico habla mucho pero sólo tiene ilusiones y mentiras: las tierras son de su padre, los manzanos dan fruta mala, las legumbres que recoge no son suyas... Mi bisabuelo los había convertido en una especie de refrán, que mi abuela sigue utilizando con el mismo sentido. Y yo suelo tenerlo muy presente en este tiempo de tanto alarde, bling-bling y red social.

El libro se presenta en Madrid el miércoles 16 de octubre a las 20 h. en el Hotel Las Letras Gran Vía (en el número 11 de la calle). Acompañará a Fernández el filósofo César Rendueles
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