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Paseo por los cien años de la Escuela de Guerra: del picadero al monumento a los caídos

Monumento a los caídos del Estado Mayor, con sus banda expuestas | SOMOS MALASAÑA

Diego Casado

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A medio camino entre Malasaña, Chamberí y Argüelles, en la calle Santa Cruz de Marcenado, varios edificios naranjas llaman la atención del viandante. No lo hacen por su belleza, ya que las construcciones son realmente sobrias, sino por el enorme espacio que ocupan y lo inaccesible que parecen a primera vista desde la tapia, con un cartel que reza Escuela de Guerra del Ejército de Tierra y férrea guardia militar a sus puertas.

Pero las apariencias engañan y el lugar está más abierto de lo que parece: los recorridos guiados por su interior son habituales en eventos como la Semana de la Arquitectura y su valiosa biblioteca está disponible para todos los que necesitan consultar allí sus históricos volúmenes. Tal vez este año, con motivo de que el complejo cumple 100 años, se abra todavía más a los ciudadanos, para que puedan contemplar dentro un aspecto de la historia del Ejército habitualmente poco conocido.

La Escuela de Guerra del Ejército está de centenario porque empezó a funcionar en 1920, después de una larga obra para construir sus edificios junto al Cuartel de Conde Duque, encima del Palacio de Liria y a un lado del Seminario de Nobles. Debería haber abierto años antes, pero numerosos problemas en la cimentación por culpa del mal estado de los terrenos lo hicieron imposible. Allí acuden desde entonces los militares que aspiran a convertirse en oficiales del Estado Mayor, el órgano de dirección del ejército.

El complejo fue diseñado por Miguel Manella Corrales, un ingeniero que planteó un proyecto funcionalista, práctico, con un edificio principal de considerable altura, en forma de bastión y fabricado con ladrillo aplantillado y piedra, acompañado de una serie de construcciones auxiliares a su alrededor que pudieran albergar hasta un centenar de oficiales estudiando. De estas segundas la que más llama la atención hoy en día es el picadero, una edificación con techo abovedado que en su día acogía la instrucción hípica, imprescindible para unos oficiales que hace 100 años tenían que saber montar a caballo. Detrás de este lugar estaban las cuadras y, al lado, el edificio de ordenanzas que se encontraban al servicio de los oficiales.

Este picadero, que fue diseñado con altos ventanales para evitar que los caballos se deslumbraran por la luz del sol, tiene un interior solemne, con remaches típicos de los años 20, dos bellas vidrieras y símbolos de diferentes cuerpos del Ejército a su alrededor. Hoy ha perdido su uso para equitación pero su aspecto diáfano lo convierten en escenario habitual para cualquier tipo de acto que reúna a muchas personas, como entregas de premios, conferencias o, incluso, reuniones de la OTAN.

Otro de los lugares destacados de la escuela es el edificio principal, con unas señoriales escaleras en las que se sitúa su elemento más destacado: el solemne monumento a los héroes del Estado Mayor, cuyas fajas descansan bajo la escultura de un león en actitud apacible. Cinco vitrinas guardan los nombres y fajines de oficiales caídos en servicio, con el azul celeste que los distingue y que llevan los graduados en esta escuela como recuerdo a un regalo que la reina María Luisa de Parma hizo a un mando militar después de un enfrentamiento con Portugal.

El monumento (imagen que encabeza este artículo) está coronado por una estrella y hojas de roble, símbolo también del Estado Mayor que se repite por todas las instalaciones. La estrella representa la luz y la guía, mientras que las hojas de roble quieren evocar a la sabiduría que da la experiencia.

El edificio principal de la escuela cuenta con otros dos lugares destacados: el salón con las imágenes de los directores de la Escuela General de Guerra y la biblioteca. El primero es un espacio rectangular, adornado con alfombras y lámparas de araña, en el que se disponen cuadros de retratos que representan a todos los directores.

El segundo está más abajo y supone el espacio con más valor cultural del complejo: se trata de una biblioteca con muebles y estanterías fabricadas con madera de pino de Valsaín, que alberga 65.000 libros especializados en historia y arte militar, estrategia, polemología, geopolítica, política exterior y relaciones internacionales. Algunos de ellos datan del siglo XVIII y entre las joyas que conserva está la primera edición (1726) del Diccionario de la Lengua Castellana, compuesta por seis contundentes volúmenes.

Adornada con esculturas -algunas facturadas por el propio Mariano Benlliure- la biblioteca es utilizada por alumnos de la escuela pero también recibe visitas de civiles, previa petición, para investigar sobre conflictos armados de todo tipo. Escritores como Javier Sierra o Almudena Grandes han hecho uso de sus fondos para documentarse sobre la ambientación histórica de sus novelas, por ejemplo. Algo que también hacen profesionales de cine y televisión para producciones históricas. Todo su catálogo está disponible en este enlace.

Buena parte de los edificios de la Escuela de Guerra tuvieron que ser reconstruidos en 1940 a causa de los daños sufridos durante la Guerra Civil, pero hay una parte que es más nueva, casi reciente. Se trata de sus jardines centrales, que se plantaron en el año 2010 para la conmemoración de los 200 años de existencia del Estado Mayor.

Estas son algunas otras imágenes del complejo:

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