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En el barrio también íbamos de cafés

Luis de la Cruz

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Dicen que desde las mesas de los cafés madrileños se gobernaron los destinos de la España que quería ser moderna a caballo entre los siglos XIX y XX. El paso de una ciudad de provincias a gran ciudad es el cambio de la botillería y la taberna al Madrid de los cafés, del Madrid que comienza a mirar a París muchos años antes de que todos quisiéramos ser un poco americanos.

No era el barrio en el siglo XIX la zona de cafés madrileña por excelencia, lo que no quiere decir que viviera de espaldas a esta nueva manera de relacionarse. A Valle, el tertuliano con mayúsculas que perdiera un brazo tras un altercado en el Café de la Montaña de la Puerta del Sol, le llevaron a la casa de socorro del doctor Barragán en la Corredera, cerca de la calle de la Madera donde tantas veces se le vio pasar. También a Alejandro Sawa, que vivió en Conde Duque. En los cafés del centro se mezclaban todos, pero la bohemia frecuentaba pensiones de barrios de menos abolengo. Se dejaba ver por allí pero pasaba sus horas en el barrio.

Hubo de todas formas también cafés bien conocidos en el barrio y alrededores, algunos a orillas de teatros como el Maravillas o el Lara, donde precisamente peregrinaron todos los tertulianos desde los cafés de postín para la función recaudatoria que le montaron a Valle tras su fatal incidente. Después de las funciones del Maravillas, por ejemplo, eran frecuentes en el Café Comercial las conversaciones animadas de actores, directores y escritores. Por aquí se vió a muchos, a los Carrere, Rafael Cansinos Assens o a los hermanos Machado, que probaron casi todas las tertulias de la ciudad.

La mayoría del mobiliario que vemos hoy en el Comercial data de la remodelación que se hizo en los cincuenta pero el café, que hoy mezcla el olor a charla tranquila en sus mesas de marmol con el cibercafé de la planta de arriba, es un buen reflejo de lo que fueron aquellos del XIX y el XX, una casa para todo. En la misma glorieta de Bilbao hubo también otros cafés como La Campana o El Europeo. Otro café de mucho ambiente teatral fue el Café de la Luna, en la calle del mismo nombre esquina con Tudescos, frecuentado por los bohemios Zamacois y Carrere.

Los estudiantes, que cuando tenían los bolsillos llenos hacían incursiones a los cafés de la Puerta del Sol, entretenían mientras su tiempo en algunos cafés que surgieron en la zona universitaria. En la calle Ancha de San Bernardo estuvieron el Café Peláez (que también se llamó de San Bernardo) y el Café de la Universidad. En la calle Fuencarral estuvo el Colón.

Hubo sin duda muchos cafés más, como el de San Antonio y el de la Concepción, ambos en la Corredera Baja de San Pablo, o el Habanero, en el lugar donde estuvo el Teatro Lope de Vega de la calle Valverde, conocido como “Los Basilios” por haber estado en el mismo convento de San Basilio y donde las noches no tenían fin.

Andando el siglo XX el foco cambió de París a Estados Unidos y los cafés se hicieron algo viejo. Madrid se llenó de cafeterías, aunque algunos restauradores con gusto siguen manteniendo vivo en el barrio – y cada vez más - el espíritu de los cafés. Establecimientos como La Manuela, en San Vicente Ferrer, o el Pepe Botella llevan años sin echarle cuentas al tiempo que los clientes pasan en sus mesas en animada conversación, tampoco lo hacen en el café Ruiz o en el Asenjo de Galería de Robles, donde el tiempo parece detenido. Otros cafés han surgido últimamente como El Naranja o La Mantequería. Esperemos que cunda el ejemplo.

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