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El último vuelo de Campanilla

Vista de El 2D, la taberna de Helia, hoy cerrada | SOMOS MALASAÑA

Somos Malasaña

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Nadie supo definirla mejor que ella misma: “Soy Campanilla”, confesó un día en el bar que regentó varios decenios en la plaza del Dos de Mayo. La barra de El 2D era en realidad su barricada, primero contra las cargas policiales del tardofranquismo y luego contra la normativa sobre música y horarios que imponía la derecha más rancia. Sentirse ese frágil hada de Peter Pan, tamaño de un palmo, que espolvorea polvos mágicos, no le impidió bregar sola con preventistas, camareros, clientes y legislación.

Solo con mano firme puede llevarse ese universo de copas, al que le enorgullecía pertenecer y del que gozó hasta subirse a bailar en su propia barra. Supo disfrutar de la amistad y la diversión enfundada en moda gamberra de rock'n'roll.

Pero se acorazó de acero para preservar la vulnerabilidad. Se inventó el mal genio para disfrazar la dulzura. Rió a borbotones para esconder el dolor de las ausencias. Y fingió ser juerguista por no apabullar con su amplia cultura y mejor educación. Puesta a ocultar, intentó disimular su propia faceta de madre, pero ni lo consiguió ni en el fondo lo quiso.

Codo a codo vio hacerse un hombre a su hijo Iván en el mismo bando de la vida y de la barra. Mientras, del otro lado, una goteada multitud disfrutaba la estética del mítico local de Malasaña donde se han fotografiado los Burning y se ha rodado un anuncio del refresco universal. ¿Quién no ha estado en el Dosde, que hace esquina con Velarde?

Partidaria de anteponer la H a su nombre, como corresponde a Helios, el dios Sol, le hizo honor con su incansable energía y esa luz que acompaña a la gente singular. La misma que desprende Campanilla. Notaremos tu aleteo, querida Helia.

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