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El otro Barrio de las Letras

Luis de la Cruz

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Madrid ya tiene un Barrio de las Letras, Huertas, donde

tuvieron casa los grandes del Siglo de Oro español (Lope, Quevedo y Góngora) y donde se imprimió el primer ejemplar del Quijote. Sin embargo, el terruño que hoy conocemos por Malasaña ha cobijado a lo largo de los siglos a muchos escritores malditos y consagrados, del más diverso pelaje y escuela.

Las bohemias que fueron y son

Si por algo han sido conocido Maravillas y Conde Duque ha sido por ser camino de escritores de esos cuya vida es tan interesante como sus cuartillas, los bohemios, los primeros –claro–, el grupo que da nombre a esa actitud: los Zamacois, Carrere y compañía. Tertuleaban en el Tupi y dormían en la pensión de Hans de Islandia en la calle de la Madera, en la que había un cartel en el que se podía leer “Casa económica para pernocatar. No se fía ni a Dios”. En Conde Duque vivió Alejandro Sawa, el auténtico Max Estrella de Luces de Bohemia, y en Molino de Viento malvivió el modernista Francisco Villaespesa.

Muchos han sido los escritores que han deambulado por Malasaña con los bolsillos vacíos después, desde el Cela de los años de la guerra, que presenció como un obús destrozaba a su pareja de entonces, hasta Sánchez Dragó, que cuenta en La España Mágica sus vivencias en su pequeña buhardilla de Madera de los años setenta,

“en la que tantas cosas sucedieron, tantos polvos eché y echaron otros, y tanta gente vivaqueó”.

Privados de libertad

Algunas de las plumas más ilustres que frecuentaron el barrio en el siglo XX no lo hicieron, por desgracia, de forma gozosa. En la placita del Conde de Toreno hubo una improvisada prisión de guerra por la que pasó Miguel Hernández en 1939, en una de sus etapas carcelarias antes de su trágico destino final en Alicante. Allí conoció el de Orihuela a otro grande del siglo XX, a Antonio Buero Vallejo, quien le inmortalizó en un famoso dibujo que ha pasado a ser su imagen para el mundo.

No muy lejos del Conde de Toreno, en la Plaza de las Comendadoras, estuvo preso, también durante la guerra, un jovencísimo Jose Hierro, poeta fundamental de la poesía existencial de posguerra.

Entre pupitres

Algunos cerebros notables de las letras se formaron en el barrio: entre el Instituto Cardenal Cisneros, la Universidad Central y el colegio de San Antón. Aquí la nómina de nombres célebres de la cultura se cuenta por decenas. Por las aulas del colegio de la calle Hortaleza pasaron Jacinto Benavente o

Víctor Hugo, por el Cisneros, los hermanos Machado, Fernando Fernán Gómez o Gómez de la Serna, entre otros.

RAMÓN, el inmortal introductor de las vanguardias en España, vivió en distinas ubicaciones del barrio, y en el número 9 de la calle de la Puebla inventó una tarde de verano sus famosas greguerías.

Grandes de las letras

Grandes de las letras

Algunos otros nombres mayúsculos de la literatura que han vivido en Malasaña son Antonio Machado, Rubén Darío, Emilia Pardo Bazán,

o el mismo Quevedo.

Hay noticias de que Machado pasó a principios del siglo XX por una vieja casa -hoy cerrada- de la Corredera Baja de San Pablo. Allí vivía su madre, que alojó al poeta y a Leonor al poco de casarse. Pero no fue ésta una parada ocasional en el barrio: los dos hermanos Machado habían pasado por las aulas del Instituto Cardenal Cisneros y frecuentaron también cafés de la zona en las proximidades de los teatros Lara y Maravillas.

A Valle Inclán –otro buen conocedor de estas calles-, Rubén Darío, que vivió en Marqués de Santa Ana, le debió el conocer a la que fue su mujer, Francisca Sánchez. A ella le escribió en aquella calle el conocido verso “Sé conmigo / un amigo...”

Pero no todos los escritores que han habitado el barrio lo han hecho en el margen, algunas como Emilia Pardo Bazán, vivieron en San Bernardo, en la parte noble de la zona, y allí, a un paso de la Universidad Central, recibió a los prohombres de su época.

Las reuniones en la biblioteca de la escritora naturalista por excelencia

eran célebres en toda la ciudad.

Y porque no íbamos a ser menos que los vecinos del Barrio de las Letras también tuvimos a nuestro poeta del siglo de Oro. Nada menos que a Quevedo, que vivió en la casa de la calle de la Madera que hoy ocupa el número 26.

Nuestras calles negro sobre blanco

Nuestras calles negro sobre blanco

Algunos de los escritores que han vivido el ambiente del barrio lo han dejado por escrito en sus libros. Así lo hizo Rosa Chacel en Barrio de Maravillas, en el que, muchos años después, y en la distancia, traslada al papel el ambiente de su infancia, el de un barrio que en muchos sentidos ya había dejado de existir. Y lo mismo Juan Madrid, desde una mirada muy diferente donde se reconoce otra Malasaña más oscura, la que leemos en Días Contados y otros libros policiacos de Tony Romano.

¿Tiene un no sé qué literario Malasaña? Parece que sí, o al menos un ambiente abonado para las mentes inquietas. Seguro que dentro de unos años algunos de los escritores que aparecen por estas pantallas asiduamente habrán pasado a engrosar la lista de vecinos ilustres del barrio.

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