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El Madrid de Maruja Mallo: de las vanguardias a La Movida

maruja

Luis de la Cruz

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El edificio que hace esquina entre las calles de Fuencarral y Divino Pastor es conocido por ser el inmueble del celebérrimo crimen de la calle Fuencarral. Allí también fue a parar, tres décadas después del suceso, Maruja Mallo, a su llegada a a Madrid en el año 1922. Según contaba su hermano Cristino Mallo –escultor, autor de la Fuente de los Delfines–, “es posible que mi padre lo supiera, pero por lo visto le daba igual ”. Posteriormente, viviría también cerca del barrio, en el número 3 de la calle Ventura Rodríguez y hoy, 6 de febrero, celebramos el veinticinco aniversario de la muerte de una de nuestras vecinas más universales.

Maruja Mallo, una de las pintoras españolas más importantes del siglo XX – ¿quizá la más importante? –, había nacido en Viveiro (Lugo) en 1902 con el nombre de Ana María Gómez González pero decidió utilizar el nombre de su madre.

Veinte años después, Maruja Mallo dejaba su tierra para irrumpir en Madrid. Fue poco a poco, por su puesto, primero introduciéndose en los ambientes de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde ya conoció a Dalí, y luego con la panda de la Residencia de Estudiantes. Es muy conocida la anécdota, que ella misma contaba, de cómo Buñuel, Dalí, Margarita Manso (otra artista del grupo inicial del 27, hoy olvidada) y ella decidieron cruzar la Puerta del Sol sin sombrero, lo que provocó que les insultaran y llamaran maricones. El mismo grupo se insubordinó ante la disciplina sexual de la iglesia cuando, durante  una excursión, quiso entrar a ver el Monasterio de Silos, al que las mujeres no podían acceder con falda, ¿la solución? Apañaron las chaquetas de sus compañeros a modo de pantalones y, en palabras de la propia pintora, “se travistieron”.

La nómina de anécdotas que caracterizan a Maruja Mallo como un espíritu rompedor es interminable –como aquello de que ganó un concurso de blasfemias en una tasca–. Lo mismo podríamos decir de sus compañías ilustres de aquellos años: Gómez de la Serna, Ortega y Gasset (que le organizó una exposicón), los escritores del 27 o las mujeres avanzadas que conocemos como Las sin sombrero. Pero Mallo vale incluso más por lo que pintaba que por su impronta social. El surrealismo, el realismo mágico, la modernidad de sus mujeres haciendo deporte hibridándose con lo popular de sus verbenas, la audacia de pertenecer a la Primera Escuela de Vallecas, las colaboraciones con Alberti, que fue su pareja…

En 1932 viajó un año a París con una beca de la Junta de Ampliación de Estudios y Maruja Mallo en París merecería otro artículo: frecuentó a René Magritte, Max Ernst, Joan Miró, Giorgio de Chirico, André Breton o Paul Éluard.

La pintora fue una mujer comprometida con la Segunda República y Guerra Civil la pilló en Galicia, participando de las Misiones Pedagógicas. Decidió salir de España a través de Portugal, donde fue recibida por Gabriela Mistral, quien en aquel momento era embajadora de Chile en el país luso. Viajó a Argentina, Uruguay y Estados Unidos, donde continuó escribiendo a favor de la República mientras exponía y ofrecía conferencias.

La pintora regresó a Madrid en 1962, a una España que temía y que, sin embargo, no la recordaba. A pesar de continuar con su actividad, vivió con discreción la última etapa del franquismo, pero la mujer libre de los alegres años veinte y los primeros treinta reconectó con la explosión artística posfranquista.

Fue a finales de los setenta y principios de los ochenta cuando la artista vanguardista sería reivindicada por la nueva generación y su excesivo personaje público conquistaría los ambientes culturales de Madrid. Es el tiempo en el que Pablo Pérez Mínguez la inmortalizó junto a Andy Warhol en la famosa exposición de la galería Vijande, en los tiempos de La Movida. Que su imagen se midiera con los más grandes del siglo XX no era una novedad, antes lo había hecho con los Max Ernst, René Magritte, Salvador Dalí, Pablo Neruda...

Maruja Mallo murió en 1995 en la residencia en la que vivió los últimos años de vida, tras haber sufrido una rotura de cadera. Después de su muerte se han sucedido exposiciones, homenajes y reivindicaciones de su figura, de manera que, poco a poco, su fama se va acercando a su dimensión real como artista.

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