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El “jardín silente” del COAM, en horas bajas

Somos Malasaña

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La intervención urbanística sobre los 20.000 metros cuadrados del antiguo espacio de las Escuelas Pías de San Antón, transformado en La Sede, casa de la COAM, y en otros espacios municipales (8.000 metros cuadrados) como la piscina pública, el centro de mayores Benito Martín Lozano y las futuras escuelas de música e infantil, se realizó en torno a un jardín interior de 1.350 metros cuadrados que, según se vendió en su día, estaría abierto al vecindario y vendría a sumar zonas verdes a un barrio siempre necesitado de ellas.

Desde un principio, el diseño de ese jardín no convenció a distintos grupos vecinales. Según ellos, no dejaba de ser “una propuesta estética poco operativa”, que quedaba articulada como lugar de paso más que como una plaza que sirviera de punto de encuentro y descanso. Dos años después de su apertura, el uso diario que se hace de este espacio parece dar la razón a los vecinos críticos y, además, según indica la asociación del Barrio Universidad (ACIBU), el estado del jardín deja bastante que desear.

En palabras de ACIBU: “En la memoria del proyecto pudimos leer: 'Se propone un jardín, un corazón en esa parte densa de la ciudad… un espacio abierto, que haga respirar, donde se produzca la vida con naturalidad. El jardín, de 1.360 m2, es entendido como un ámbito de estancia y como algo que se puede atravesar desde la calle Hortaleza a las calles de Farmacia y Santa Brígida'. Pues bien, durante estos dos años la puerta de la calle Santa Brígida ha estado cerrada, la mitad de la masa arbórea de ese espacio, formada tan sólo por dos magnolios, murió al poco tiempo de ser plantada y se sustituyó por una escultura; el césped enseguida mostró calvas y no luce tan verde como antes, dando al conjunto una imagen de descuidado secarral; cuando entras por la calle Farmacia no hay césped, hay un barrizal y parte de los taludes de guijarros, que daban una imagen oriental al conjunto, están siendo cubiertos”.

El prometido “jardín silente”, como lo definiría su creador, Gonzalo Moure, y que se reducía a un par de magnolios rodeados por césped, con senderos de piedra, guijarros y desniveles importantes, luce bastante desmejorado tan sólo dos años después de su inauguración y está siendo parcialmente transformado.

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