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El Campo del Tío Mereje y las Charcas de Mena: al campo y al arrabal

Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, en la zona del Campo del Tío Mereje | http://www.entredosamores.es/

Luis de la Cruz

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Hoy pensar en el final de la ciudad, con vistas a enormes descampados y cuñas del campo entrando en Madrid, nos remite a paisajes más allá de la M-40. Sin embargo, hasta el último tercio del XIX, Madrid acababa en la Glorieta de Bilbao, y tras sus tapias nacía todo un mundo nuevo, poblado por las gentes que no cabían ya en la vieja ciudad.

Un afuera de la ciudad desde donde, con el horizonte abierto, se debía ver la silueta de las tapias, del cuartel del Conde Duque o de las Salesas. Un espacio antes de la estricta reglamentación municipal, antesala del fielato de la puerta de Santa Bárbara, al que debían enfrentarse los hortelanos y artesanos que llegaban a Madrid por las carreteras Mala de Francia (Bravo Murillo), de Fuencarral o por el camino de Hortaleza, a cuyas riveras fueron muchos asentándose para plantar la semilla de nuevas zonas de Madrid. Lugares para darse a usos amorosos perseguidos o citarse en duelo también. Un lugar de juego de los críos humildes que vivían en Hospicio o Universidad, sitio de intercambio y de supervivencia. Madrid afuera, en el norte, también fue espacio para enterrar a los muertos o para ejecutar a los condenados.

En aquella época Madrid estaba rodeado de un sinfín de accidentes orográficos de nombre popular, como el cerillo de San Blas, el cerrete del Polvorista, la Tela, o el Campo del tío Mereje, del que nos ocupamos hoy.

El entonces célebre campo del Tío Mereje ocupaba el triángulo entre Santa Engracia, Luchana y Sagasta. Parte se correspondería con la plaza que hoy conocemos como Alonso Martínez. El origen de estos nombres populares debemos buscarlo en el momento, hacia el siglo XVIII, en el que tierras que pertenecían a municipios (en este caso Fuencarral) o a monasterios, van pasando a manos privadas. Sus primeros dueños suelen ser los que los nombraban. En el caso del Campo del Tío Mereje, según hemos visto referido en prensa histórica, el nombre podría venir dado también “porque a él llevaba todas las tardes a pastar su ganado un cabrero del callejón de San Jacinto, llamado Hermenegildo y conocido por el tío Mereje”.

Se dice que en ese entorno debía estar el campamento gitano al que se refería Cervantes en La Gitanilla (donde se situará posteriormente El Molino de la Pólvora, convertido en el XVIII en Fábrica de Tapices), y también da noticia del lugar Galdós en el Episodio nacional dedicado a Cánovas:

“Reparadas las fuerzas con el sabroso condumio, Casiana y yo seguimos paseando. Nuestra lenta y maquinal andadura nos llevó por los Pozos de Nieve y la antigua Ronda de Santa Bárbara hasta encontrarnos, sin saber cómo ni por qué, en el Campo del Tío Mereje, lugar asoleado y polvoriento que en verano suele ser invadido por los jayanes que apalean alfombras, y en todo tiempo es academia donde maestros de tambor enseñan a los quintos el paso redoblado, el paso lento, y demás fililíes del sonoro parche guerrero.”

En la zona, que primero había sido un gran barranco, abundaban los tejares, las casas de labor y las yeserías. Debía ser un lugar sucio, entre las primeras industrias que fueron saliendo de la ciudad y los excrementos que ésta expulsaba de sus lindes. Posteriormente, una parte se adecentó para hacer un jardín de recreo llamado El Bosquecillo.

Aunque en 1860 se aprueba el Plan Castro para el Ensanche de Madrid, las tapias no se derribarán hasta la Revolución del 68, y el ritmo de la urbanización fue lento, por lo que el aspecto semi vacío de lo que hoy es Chamberí perduró durante años. Hacia mediados del XIX se instaló en la zona la fábrica de una compañía eléctrica cuyos rectores no se rompieron el cráneo a la hora de nombrarla: Compañía Eléctrica del Campo del Tío Mereje. En 1899 unos 200 obreros se pusieron en huelga pidiendo que cesara el maltrato del capataz, por lo que debía estar en plena edificación, y en 1935 aún leemos del Campo del Tío Mereje con motivo de un mitin de Azaña.

Muy cerca del Campo del Tío Mereje, en lo que hoy es la calle Cardenal Cisneros, estaban las llamadas Charcas de Mena, cuyo nombre remite a su condición de lugar pantanoso y pobre. Allí se recogía una parte del hielo del que, junto con el que se traía de la sierra, se depositaba en los cercanos Pozos de Nieve. A mediados del XIX allí, en las proximidades de la Puerta de Bilbao, fueron apareciendo una serie de casas humildes de una o dos plantas. La mayoría se alquilaban a jornaleros, artesanos y otros trabajadores humildes, y su edificación no estuvo exenta de la especulación de constructores, entre los que sobresalió el de origen cubano Andrés Arango. Desde mediados de siglo en este arrabal de ambiente popular, que le fue creciendo al Madrid constreñido de las tapias, van surgiendo tahonas, tabernas y otros establecimientos que se beneficiaban de no tener que pagar los mismos impuestos que en Madrid.

Estos asentamientos estaban bastante cerca del núcleo más importante que surgió en el arrabal de Chamberí,  en la zona de la actual Plaza de Olavide, cuyos vecinos protagonizaron un importante litigio con el Ayuntamiento para que los planes del Ensanche Norte no se llevaran por delante sus casas. Esta historia, que está primorosamente documentada en Una ciudad sin límites, de Ruben Pallol, puede aún rastrearse en el trazado de las calles de esta zona, mucho menos regular que las del resto del distrito.

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