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El atractivo del mal

Imagen de akanemonkey en Pixabay

Mónica Manrique

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Mi psicóloga – Mónica Manrique

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Maquiavelismo, narcisismo y psicopatía son los tres rasgos de personalidad que forman, según acuñaron Paulhus y Williams en el año 2002, la triada oscura de la personalidad. Se trata de un patrón conductual no patológico (subclínico).  Quienes los presentan no tienen por qué ser personas enfermas ni delincuentes. Estos rasgos se caracterizan por compartir la frialdad emocional y el engaño como elementos distintivos, teniendo en común las relaciones interpersonales de estas joyas la escasa sensibilidad, el egoísmo y la maliciosidad (Jones y Paulhus, 2009). Los tres temas favoritos de la triada oscura son la dominación, el control y el poder. El problema está en que la dominación, el control y el poder suprimen el desarrollo de la empatía.

El maquiavelismo se caracteriza por el cinismo, la astucia y la manipulación de los demás. Una persona maquiavélica se guía por el éxito personal por encima de las metas comunes. Se rigen por pocas normas éticas y hacen lo necesario para obtener sus objetivos y poder disfrutar del éxito real.

El narcisismo se define por el egoísmo. Al principio son muy queridos por los demás pero transcurrido un tiempo son cada vez más impopulares (Paulhus & John, 1998). Disfrutan de ser el centro de atención y de vincularse con gente importante y con poder, mientras consideran a la mayoría no merecedores de su atención o amistad.

El tercer componente de la triada oscura es la psicopatía. Estas personas no parecen lo que en realidad son, se ocupan de mimar los sentimientos humanos a nivel cognitivo, aunque emocionalmente sean incapaces de sentirlos de manera genuina (Cleckley, 1976). Tienen baja empatía emocional, impulsividad y ausencia -o poco sentimiento- de culpa.

¿Por qué la evolución ha favorecido estos rasgos tan indeseables?

Entre otras hipótesis, los estudios plantean esta explicación: nos resultan más atractivas las personas de la triada oscura y por eso se perpetúan sus genes. Una investigación encontró que la atracción física de las mujeres hacia los hombres aumentaba cuando se los describió con rasgos oscuros (egoístas, manipuladores e insensibles) en comparación a cuando se los describía en términos de sus intereses, sin las características de “oscuras” (Carter, Campbell, & Muncer, 2014) . Otro estudio encontró que las mujeres se sentían más atraídas por los rostros de los hombres narcisistas (Marcinkowska, Lyons, & Helle, 2016).

Resulta apetecible etiquetar a las personas como malas o tóxicas, parece que nos da seguridad saber con quién estamos tratando y, por supuesto, cuando leemos sobre estos temas no nos solemos poner esa etiqueta a nosotros/as mismos/as. A mí me gusta más la aproximación a la maldad que hace P. Zimbardo. Se rige por este principio general: “podemos aprender a ser buenos o malos con independencia de nuestra herencia genética, nuestra personalidad o nuestro legado familiar”.

En definitiva, que nuestra conducta y la de las personas que nos rodean es mucho más influenciable por el entorno de lo que nos gusta imaginar. P. Zimbardo considera que existen fuerzas sistémicas capaces de fomentar y alimentar la maldad, procedimientos eficaces para inducir la “imaginación hostil” o, incluso, para que personas normales lleguen a justificar el genocidio. Cualquier ser humano puede llegar a renunciar a su empatía, movido por una ideología asumida irreflexivamente, o de cumplir órdenes atroces de autoridades que etiquetan a otros seres humanos como enemigos.

La moralidad y los sentimientos humanitarios pueden desconectarse en determinadas circunstancias, por eso es tan recomendable no decir “yo nunca”.

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