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¿Debe permitir Madrid cierres como el del Café Comercial?

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Somos Malasaña

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De la noche a la mañana, Madrid se ha quedado sin su café más antiguo. El anuncio del cese de actividad del Comercial lo hicieron sus actuales propietarias por sorpresa, sabedoras de que anunciarlo con tiempo generaría una marea de comentarios y acciones para intentar evitarlo.

En Malasaña se cierran decenas de comercios cada año. Y se abren otros nuevos: acabamos de decir adiós al Mercado de Fuencarral y de saludar a una veintena de valientes que han iniciado negocios nuevos en nuestras calles. Las reglas del mercado y la rotación comercial funcionan así.

El problema llega cuando lo que se clausura es algo más que una cafetería. El Comercial era una institución: estaba ahí cuando los que leen estas líneas nacieron y todos dábamos por hecho que nos sobreviviría. Por eso nos ha impactado tanto su cese.

El Café Comercial era para Madrid -lo es aún, solo está cerrado- tan importante como lo puedan ser la Puerta de Alcalá o el reloj de Sol. El paso de los años los han convertido en patrimonio de la ciudad, en una parte indivisible de su forma de ser, independientemente de quiénes sean sus dueños.

Estos últimos, los propietarios, tenían el deber de gestionar su funcionamiento y no olvidar que poseen algo más que un pedazo de terreno de la ciudad: tienen un trozo de su alma. Y el alma no se debe vender.

Por eso es la hora de abrir el debate sobre si Madrid debiera proteger aún más sus lugares históricos, esos que forman parte de la personalidad de la ciudad, impidiendo que cambien de nombre y de actividad, aunque sus propietarios decidan legítimamente venderlos. En casos como éste sería la única forma de que un café de tertulias, en el que se cocinaba el saber y se cultivaba la mente -regada convenientemente de cafeína y alcohol- acabe convertido en una tienda de ropa como hay cientos en Madrid. La pena es que Café Comercial solo había uno.

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