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Patricia Caballero vuelve tras ocho años de ausencia con su danza rota y sagrada

Patricia Caballero en una imagen de Ágape, su esperado regreso

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Después de ocho años de ausencia una de las grandes de la danza contemporánea ha vuelto. Tras dejar cinco piezas maravillosas, Patricia Caballero desapareció. Su irrupción con su segundo trabajo, Aquí gloria y después paz (2010), levantó todas las alarmas. ¿Quién era esa mujer de 24 años que hacía un homenaje a la gran bailarina Louie Fuller con dos medias atadas a unas zapatillas y que era capaz de bailarse un martinete desde el lado más jondo y alejado de la ortodoxia del flamenco?, ¿quién era aquella mujer capaz de romper el cuerpo, de bailar desde el pecho y acoger con unos brazos deformes y abiertos todo el mundo en su cuerpo herido?

Ha tenido que ser en el renovado festival de Dansa Valencia donde “la Caballero” ha renacido. Presentó Ágape, pieza en la que se ha hecho acompañar por otros dos heterodoxos de pedigrí, el cantador de Iparralde Beñat Achiary y el guitarrista Rául Cantizano. Heterodoxia pura ambos, el primero desde un folk sincretista que nació del rock de los noventa y que ahora es improvisación vocal total, y el segundo desde el flamenco experimental llevado al límite. 

El festival, que concluye este sábado, venía lanzado, feliz y dinámico. Dansa Valencia es la cita de danza contemporánea decana de España. Se creó en 1988. Un festival que vio crecer la danza contemporánea de Valencia y Cataluña (Ananda Dansa, Angels Margarit, La Dux...) y supo unirse con la danza que surgía en la capital (La Ribot, Olga Mesa, Blanca Calvo). Fue semillero y espacio de encuentro de un arte que nacía con fuerza. Ahora, el certamen está en reconstrucción después de los quince años en que lo dirigió la más que discutida gestora Inmaculada Gil Lázaro bajo el auspicio del gobierno del Partido Popular, partido que promovió desde la Generalitat la cultura del gran evento, el escaparate y el despilfarro. 

Su nueva directora, la bailarina María José Mora, ha constituido en los tres años que lleva al frente una estructura de festival moderno donde se acompaña a los creadores y se fomenta su proyección internacional. Al festival han asistido, entre gestores, técnicos y programadores, 121 profesionales, de los que 44 son internacionales. Además, se han creado proyectos de apoyo a la creación con los espacios de La Granja o La Mutant y programas de interrelación entre comunidades autónomas muy necesarios. Dansa Valencia se ha cambiado el traje, ha mutado de estructura. El objetivo es crear, a parte de un festival donde el público puede asistir a los trabajos, una plataforma de creación y proyección de la danza. Y están comenzando a dar los pasos correctos. El festival cuenta con un presupuesto que se ha visto incrementado en un 20% en los últimos tres años llegando, entre el aporte del Institut Valencià de Cultura, los colaboradores y patrocinios, a los 550.000 euros.

Además, María Jose Mora, hace unas semanas fue nombrada directora adjunta de artes escénicas del IVC, puesto al que accedió por concurso. Seguirá como directora del festival, pero también dirigirá la política escénica de la Comunidad desde el área de la Cultura de la Generalitat dirigida por Vicente Barrera del partido VOX, que además es vicepresidente de la Generalitat. La renovación del panorama de la danza contemporánea comenzada con el gobierno de El Botànic de Ximo Puig se ha visto refrendada por el nuevo gobierno. Habrá que esperar para ver si es un espejismo o contradicciones de la cultura levantina. 

El dolor de renacer

En este contexto llegó la pieza de Patricia Caballero. Un día después de que Inka Romani presentase Fandango Reloaded una revisitación contemporánea y urbana de Fandango d’Aiora, uno de los bailes más populares de Valencia. Y justo después de la nueva pieza de Alberto Velasco, una defensa de la tradición folk ibérica antes de que se utilizara el folk políticamente y que Velasco defiende a través de la “identidad queer y el avant garde”. El festival, como no podría ser de otro modo, vive pegado a la realidad escénica de la danza, con sus tendencias y sus modas.

Pero Caballero viene de otro lado, durante toda su carrera exploró piezas íntimas, como la citada Aquí gloria y después paz, la hermosa Lo raro es que estemos vivos (2012) o su última creación personal Barrunto (2015). Creaciones donde se trabajaba la pieza no hecha, no compuesta, donde la cercanía con el público era esencial. Caballero transitó siempre circuitos independientes, diluyó la producción y los estrenos en una manera de hacer donde el proceso de creación primaba. Pudiera parecer baladí, pero es la historia de toda una generación, un posicionamiento artístico y político frente a un mercado y una industria que obligaba a los creadores a constituirse en empresa y producir una pieza al año. 

La fuerza de la vida, su dureza, casi expulsa a esta creadora de la escena. En estos años Caballero ha sido sombra fructífera de los hoy nuevos referentes de la danza híbrida tales como Alberto Cortés, Rosa Romero o Luz Arcas. Todos ellos hablan de la relevancia de su mirada, de cómo les ha ayudado e influido en sus trabajos. Incluso Caballero llegó a ser la directora escénica de Israel Galván en Flacomen, y creó junto con Mónica Valenciano una pieza hace cinco años, Mnemosina. Pero faltaba la decisión de volver, de crear una pieza. 

Ágape es sin duda un viraje de 180 grados respecto a anteriores trabajos. Es una pieza densa, de masticación lenta, donde la artista oficia un ritual ascético para renacer. Pero también es un teatro donde la creadora, apoyada en las pinturas y grabados de la alquimia, elabora una estética escénica que hasta ahora no estaba en sus trabajos. Es desde este nuevo espacio en el que se aúna la bailarina y la directora de escena donde vemos luchar a Caballero por poder volver a desplegar la danza que sabe que lleva dentro. 

Presenta Caballero un mundo desmembrado, más allá de la fragmentación o la desconstrucción, un mundo que nunca volverá a tener la ilusión de ser uno, de tener sentido. Un mundo acentuado por los cánticos de improvisación de Achiari, capaz de cambiar en un segundo del canto dodecafónico del Nepal a las entonaciones del blues o los sones africanos; y por la guitarra “trash” de Cantizano, donde la armonía está rota y solo hay pequeños ecos de la melodía y el son flamenco. La capacidad de ambos de subir decibelios, intensidades, contrasta con una bailarina que no puede bailar, que no encuentra. Durante mucho tiempo de la pieza vemos la imposibilidad de una mujer que busca la recomposición, la manera de volver. 

Hay un baile que escenifica esto mismo a la perfección. La capacidad de Caballero de convocar imaginarios y emociones bailando, que quedó patente en anteriores trabajos, ahora se dan, pero el público no puede verlos, apreciarlos, ya que son ejecutados bajo un impermeable que no la deja ser, vemos una masa amorfa donde se intuye el movimiento, un movimiento preso.

Tan solo veremos a esta coreógrafa bailar un baile de tierra, donde se golpea tanto el suelo como la bailarina intenta elevarse, transcender sin conseguirlo. El baile se convierte en lucha e imposibilidad. No quiere entregar la coreógrafa el despliegue de danza del que sabe que es capaz. Caballero sigue teniendo los mejores brazos de la danza contemporánea española, pero en Ágape no se abrirán, no hay redención, sino consciencia de dónde y cómo se está. Vemos una mujer que quiere renacer, y renacer es luchar, no hay aves fénix en este espectáculo que finaliza con una última escena sobrecogedora, de gran calado estético donde reinan el péndulo como símbolo del tiempo, y la esfera como un sol de ocaso, rojo, anterior a la oscuridad. Hermoso. 

La obra fue recibida con frialdad por un público que estaba en otra onda, más festivalera, quizá. También es cierto que esta creadora tampoco está acostumbrada a la producción de trabajos para estrenarse en festivales de este calado y el estreno, aun mostrando la profundidad de la mirada de esta creadora, no cuajó como debiera. La obra podrá verse en la programación del Teatro Lope de Vega de Sevilla que tendrá lugar en el TNT el 1 de junio y ya en julio en la Sala Pina Bausch del Mercat de les flors dentro de la programación del Festival Grec, coproductor de la pieza. La misma sala donde se estrenó hace 13 años Aquí gloria y después paz. Todo apunta a que será allí, donde Caballero mostró al mundo que el martinete se podía bailar desde el siglo XXI, donde esta pieza oscura cogerá su sitio. 

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