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Cuando Lorca y La Barraca se presentaron en San Bernardo

Los miembros de La Barraca con su característico mono azul

Luis de la Cruz

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Es difícil mantener que Lorca está de actualidad o de moda, habida cuenta de la omnipresencia constante de su figura. No obstante, las últimas semanas se ha oído hablar mucho de él: por un sonado episodio de El Ministerio del Tiempo, las guerras simbólicas en torno a su estatua de la Plaza de Santa Ana (con banderas rojigualdas y flores de tono republicano) y, sobre todo, por su natalicio, el pasado 5 de junio. Hoy fijaremos la mirada en la gran presentación (que no estreno, como veremos) del grupo teatral La Barraca en la Universidad Central, en San Bernardo, que fue un acontecimiento muy destacado en su momento.

La Barraca fue un grupo de teatro universitario impulsado por García Lorca junto con otros estudiantes e intelectuales para llevar el teatro clásico español a los pueblos del país, bajo el paradigma de la instrucción pública que movió los años republicanos. El proyecto, que Federico dirigió junto con Eduardo Ugarte, hay que encuadrarlo dentro del fenómeno del teatro universitario de vocación popular que floreció esos años y que incluye también a los grupos El teatro del pueblo, de Alejandro Casona y las Misiones Pedagógicas, o a El Buho, dirigido por Max Aub.

Federico había dado a conocer su proyecto a principios del mes de noviembre de 1931 durante una tertulia en la casa de Carlos Morla Lynch. En aquel momento, era aún una idea sin financiación pero pronto se presentó a la UFEH (Unión Federal de Estudiantes Hispanos). Hay quien dice, sin embargo, que la idea fue colectiva y contó con el impulso intelectual de Pedro Salinas, quien en una conferencia ante los estudiantes de la Universidad de Madrid los había animado a seguir el ejemplo de los compañeros de universidades extranjeras, con grupos de teatro universitario. Sea como fuere, el 25 de noviembre Fernando de los Ríos ya charlaba sobre La Barraca en los pasillos del Congreso. El primer proyecto incluía la construcción de un teatro en Madrid (tal vez en la Ciudad Universitaria) y una orquesta.

A primeros de diciembre Lorca ya hablaba públicamente de La Barraca que, en un principio, tendría que haber tenido, literalmente, una barraca en un parque público madrileño para representaciones en invierno y otra ambulante para que los estudiantes viajaran los días no lectivos por los pueblos de España, vertiente del proyecto que finalmente se desarrollaría. La Barraca contó con la decisiva colaboración de Fernando de los Ríos, nombrado Ministro de Instrucción Pública el 15 de diciembre. Su defensa de la empresa fue crucial a la hora de conseguir la financiación pública que la hizo posible.

Los primeros castings y ensayos de los textos de Federico, director artístico de la cosa, con los estudiantes-actores, se hicieron entre la Residencia de Estudiantes y algunos locales de la Universidad Central, en San Bernardo. A los aspirantes se los sometía a una prueba de lectura, declamación e interpretación. Eran, en aquellos primeros momentos, una veintena larga de chicos y ocho chicas que, además de la actuación, ejercían todos los oficios de la escena, del tramoyismo a la carga y descarga. El espíritu del grupo era gregario, sin primeras figuras, y Federico lo comparó con un “falansterio en el que todos somos iguales y cada uno arrima el hombro según sus aptitudes”. No en vano, el uniforme de los miembros del grupo era el mono azul (con falda para las mujeres) y no se decía a la prensa los nombres de los actores.

La obra gráfica de La Barraca es central a la hora de entender el carácter innovador del grupo que, al fin y al cabo, se dedicaba a interpretar a los clásicos españoles. Benjamín Palencia diseñó el emblema (la carátula y la rueda) y, en decorados, figurines y puesta en escena, trabajaron Norah Borges o Ramón Gaya, entro otros.

La primera función de La Barraca tuvo lugar el 10 de julio de 1932 en la plaza de Burgo de Osma, a la que siguió una pequeña gira con éxitos, pero también con la confrontación política de “enemigos de la República”, que acudieron a boicotear alguna representación, y algunos contratiempos organizativos, como sucedió cuando algún avispado puso a la venta entradas para su espectáculo gratuito.

La presentación oficial de La Barraca se produjo en el paraninfo de la Universidad Central el 25 de octubre de 1932, que aún está hoy en la calle de San Bernardo, con la representación de La vida es sueño, de Calderón de la Barca. Contó con una escenografía audaz de Benjamín Palencia. En aquella actuación, Federico interpretó a La Sombra y se dirigió antes de la función al público, como era su costumbre.

La Universidad Central era el germen del grupo y un espacio muy conocido para Lorca, que había estudiado cursos de doctorado allí y frecuentaba la zona. A la representación asistieron el presidente del gobierno, así como numerosas autoridades de la República, y, al día siguiente, la compañía repitió en el mismo sitio con los entremeses de Cervantes.

La puesta en escena de una obra con trasfondo claramente teológico suscitó cierto debate en una República que llevaba a gala su laicismo, pero prevaleció en la opinión pública la idea de reivindicar a los clásicos y acercar la cultura al pueblo. Sin embargo, a medida que avanzamos en el tiempo, el repertorio de La Barraca se irá politizando más: La vida es sueño desaparecerá del repertorio y una adaptación de Fuenteovejuna despojada de la figura de los reyes ganará peso a partir de 1933, por ejemplo.

El crítico de La Voz describía, entre entusiasmado y descolocado, la modernidad de aquel auto sacramental:

"Un ardido grupo de estudiantes de otro Mundo—de un Mundo que, ¡ay¡, no es, por desgracia, el de quienes ya no tenemos treinta años y vamos en-trando en los cuarenta—representó, capitaneado por Federico García Lar-ca y Eduardo Uigarte, un auto sacramental, lo más antiguo de nuestro teatro, y nos supo a cosa de hoy—más aún: de mañana—por la audacia de la concepción, por la composición poética de las imágenes, y también magnificamente por la atrevida realización escénica, confiada, en la plástica —modernísima, de antigua—, al pintor Benjamín Palencia, y en la inter-pretación, a García Lorca—actor, ¿Al mismo, el gran poeta— y el fervor secuaz de sus huestes".

La Barraca, aquel “nuevo carro de Tespis, está vez con motores de explosión”, como se definieron alguna vez, actuó por última vez durante la primavera de 1936 en el Ateneo de Madrid. Tras el golpe de Estado, el asesinato de Lorca y la durante la guerra, se intentará reconstruir el grupo con Manuel Altolaguirre y a Miguel Hernández como directores. Pero los tiempos eran ya otros.

PARA SABER MÁS:

ADILLO RUFO, Sergio. Los autos sacramentales de Calderón y la renovación de la escena española (1927-1939). Janus: estudios sobre el Siglo de Oro, 2018, vol. 7, p. 166-190.



CAMPOAMOR GONZÁLEZ, Antonio. La Barraca y su primera salida por los caminos de España. Cuadernos de Estudios Hispanoamericanos, 1986, p. 435-436.

GIBSON, Ian. Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca. DEBOLSI LLO, 2016.



HUERTA CALVO, Javier. El ejemplo de La Barraca: teatro, universidad, utopía. Consultado el, 2012, vol. 15, no 04, p. 2014.
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