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Cuando las shisas eran en España cosa de ricos

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Somos Malasaña

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¿En qué momento las shishas (o cachimbas) empezaron a ser un elemento habitual en nuestras vidas? Seguramente solo en los años noventa se comenzó a generalizar en España la presencia de estas bonitas pipas de agua (si quieres probarlo aquí tienes una lista de cachimbas baratas).

Estas shisas, también conocidas como narguile, se hicieron sitio entre nuestros hábitos de ocio por la popularización de zonas del norte de África (como Marruecos o Túnez) como destinos turísticos de masas, y se implantaron en nuestro paisaje urbano de forma inseparable a las teterías, saloncitos tranquilos de decoración oriental o árabe que se hicieron frecuentes más o menos a la vez.

Pero la popularización de las cachimbas de tabaco filtrado con agua no es una moda aislada históricamente: la fascinación estética por lo oriental y lo árabe en nuestras sociedades viene de atrás. Fácilmente podríamos conectarlo, por ejemplo, con los salones árabes que proliferaron en las residencias de las élites españolas durante el siglo XIX. En Madrid, en concreto, fue muy habitual este estilo de resonancias árabes, que se vino a denominar Alambrismo.

Aunque no nos han llegado muchos ejemplos intactos de este tipo de salones, alguno queda, como el del Palacio de Aranjuez, que era, precisamente, el Salón de Fumar. Este salón fue encargado por la reina Isabel II en 1848 al restaurador de la Alhambra, e influirá notablemente en poner de moda este tipo de estancias entre la nobleza y la alta burguesía.

A orillas del barrio contamos también con un magnífico ejemplo de sala árabe para fumar: en el Museo Cerralbo. En la residencia musealizada de Enrique de Aguilera y Gamboa, XVII marqués de Cerralbo, encontramos la perfecta plasmación de la atracción por lo árabe de la nobleza decimonónica. Mucho antes de que se popularizaran las teterías en nuestras calles la élite española (y europea) ya fumaba shishas recostada sobre cómodos sillones, entre motivos geométricos de raíz árabe. Se vestían, incluso, con atuendos árabes para hacerlo.

Aunque sea la Sala Árabe, alberga a una colección de objetos de diferente procedencias, unidas por la idea que regía de lo exótico y lejano en su momento: China, Japón, Filipinas, Marruecos, Nueva Zelanda, Senegal, Borneo, Oceanía o Turquía.

Entre la colección de objetos (que va desde armaduras a instrumentos musicales) están presente, claro, los empleados para fumar, como una pipa de agua china o un juego de fumador de opio.

La sala, ya en el contexto del museo, fue objeto de una importante restauración a finales de la década de los noventa y desde entonces se ha ido musealizando más y poniéndose en valor dentro de la institución.

Así que, a la vuelta de la esquina, tenemos un magnífico espacio cuya visita nos ayudará a acercarnos a los gustos orientalistas de las élites europeas del siglo XIX y darnos cuenta del retraso con que, a veces, la plebe llegamos a las modas culturales con respecto a las clases adineradas. Piénsalo mientras te fumas la próxima shisha con los amigos.

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