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'Construyendo Imperio', identificando la arquitectura fascista de Malasaña con David Pallol

Ministerio de Justicia en San Bernardo 45, con modificaciones sobre el Palacio de Sonora

Luis de la Cruz

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David Pallol

es novelista (Madame Torrejón, Mondo Gay, Ladrón o Historia del lado oeste), periodista y gran conocedor de la arquitectura madrileña. Quienes hemos seguido sus blogs y publicaciones en papel le imaginamos caminando por la ciudad con mirada atenta y una cámara de fotos en la mano. Sólo de esta manera es posible dar a luz proyectos como Madrid Arte decó (blog y libro), o una app que nos permite pasear por los restos de la Guerra Civil Española en Madrid.

Pallol llega ahora a las librerías con Construyendo Imperio. Guía de la arquitectura franquista en el Madrid de la posguerra. El libro es -como reza el subtítulo- una guía, y lo es en el sentido más literal posible. Se articula en torno a siete itinerarios, profusos en señalizaciones geográficas, fotos de detalle y despieces informativos sobre los edificios, como acostumbran a tener las guías con buen diseño editorial.

Si fuéramos reporteros de uno de esos programas televisivos que asaltan a la gente, micrófono en mano, para hacerles preguntas que ponen a prueba traicioneramente su conocimiento sobre un tema, y les preguntáramos por la arquitectura fascista de Madrid, probablemente encontraríamos pocas respuestas ¿Quizá la Plaza de Moncloa? Seguramente sería así, a pesar de que, como el autor nos advierte en el libro, sólo en Roma encontraríamos un catálogo mayor de arquitectura fascista que en Madrid.

Un estilo peculiar para nuestro peculiar fascismo

una entrevista con Somos Malasaña en 2010

Durante la reconstrucción del país, tras la guerra, se produjo un debate sobre el estilo nacional, que desembocó en uno que pretendía emular el de otros regímenes fascistas europeos (un estilo colosal, con delirios de grandeza), pero que chocaba con la realidad española de la posguerra, “una arquitectura española para la eternidad que, sin embargo, nació muerta. Violetas imperiales que brotaron ya marchitas por anticuadas y fuera de lugar”. Las comillas serán en adelante, por supuesto, palabras que tomamos prestadas a Pallol.

Un vuelco estilístico que cortó la prometedora arquitectura de los 30, con líneas racionalistas y funcionalistas durante la República. Toda una regresión. El autor ve en ello un interés, cree que es un patrimonio único pese a su poco interés arquitectónico, es “antipático pero a la vez muy singular”.

Son edificios, en general, construidos en los 40 y que vistos hoy a mucha gente resultan neutros, inofensivos, que no relacionan con la dictadura, pero que bien leídos nos cuenta mucho de la época en la que fueron levantados.

Con el estilo Imperial o Neoherreriano de posguerra, los arquitectos adeptos al régimen se ofrecieron a adaptar la monumentalidad fascista, gente como Luis Gutierrez Soto, que creía firmente que la arquitectura era una vía para plasmar la ideología a través de “espacios ordenados para sus liturgias colectivas”. Paradójicamente, Luis Gutierrez Soto había introducido en Madrid la vanguardia centroeuropea antes de entregarse a la propaganda arquitectónica, y quizá su mejor exponente sea el Teatro Barceló, en el barrio.

Miraron hacia lo herreriano, lo neoclásico y lo barroco, con gran desprecio por el Movimiento Moderno. Juan de Herrera y Juan de Villanueva reciclados: torres y tejados de pizarra, sobrias portadas de piedra -con espacio para los escudos, con el yugo y las flechas-, y chapiteles austriacos. Sobriedad castellana y una pretendida conexión con la tradición española.

Curiosamente, en las estructuras se utilizó profusamente el hormigón armado, junto con piedra, pizarra y ladrillo. El ladrillo había de aparecer sometido por impostas de piedra, porque simbolizaba al pueblo llano, díscolo por naturaleza. La piedra era identificada por Giménez Caballero (consejero nacional de Falange) con el estilo romano, y la pizarra de los tejados de época Habsburgo con nuestros supuestos orígenes germanos. El ladrillo había sido usado por árabes y judíos, lo que les confería una menor categoría. En consonancia con esta curiosa composición mental de los materiales, se recuperó la  germánica pizarra para coronar con los chapiteles. Y cruces, muchas cruces, coherentes con el nacionalcatolicismo que empapó los pupitres y las emisiones televisivas de la sociedad española.

La arquitectura franquista de Malasaña

La guía esta organizada en torno a diferentes rutas para el lector-caminante. A nosotros, por aquello de ser un periódico local, nos interesa sobre todo la número 4: Princesa-Plaza de España-Gran Vía (aunque el vecino barrio de Argüelles se lleva la palma de la arquitectura imperial-fascista).

Podemos empezar por el Edificio España, diseñado por los hermanos Joaquín y Julián Otamendi, como la mayoría de las obras de la Compañía Inmobiliaria Metropolitana. Tiene un aire vagamente americano, conjugado con el estilo Nacional-Herreriano, que alterna ladrillo y piedra con una portada barroca a la madrileña. Fue, en realidad, una demostración de autosuficiencia del Régimen en los años de la autarquía y el bloqueo internacional. Se dice en el libro que “estéticamente, el Edificio España es la viva estampa del rascacielos que se habría erigido durante el Siglo de Oro en Toledo o Valladolid de haber dispuesto entonces de medios”. Un rascacielos castellano.

El edificio de Seguros Ocaso (Princesa, 21), sigue las líneas estilísticas del Edificio España, con fachada simétrica, aunque con una decoración más recargada. Con su portada neobarroca, su ladrillo y sus característicos elementos de piedra. Podemos sumar al entrono la escalera barroca que salva el desnivel entre princesa y la plaza de Cristino Martos.

Giménez Caballero opinaba que “en Madrid el reino del cemento es la Gran Vía. Y el cemento es atroz. huele a socializar, a planes quinquenales, a novela bolchevique, a película yanqui, a mujer libre, a miseria organizada, a disolución de la familia, a funcionarios numerados. Si hay un material hostil para colgar un crucifijo, es el cemento”.

Pese a ello, encontramos en la Gran Vía buenas razones para mirar hacia arriba y dentro de los portales con Construyendo Imperio entre las manos.

El Edificio Intercontinental, en la esquina de Reyes con Gran Vía; el Edificio y Cine Pompeya (Gran Vía 70), de reminiscencias neobarrocas; el Teatro Compac (Gran Vía 66), con una decoración interior que abandona la modernidad y mira hacia un estilo pompeyano, que tuvo mucho éxito durante la posguerra; los números 53 al 59 (el edificio conocido como Los Sótanos), con fachada a San Bernardo, también de los hermanos Otamendi; o el Edificio Rex (43), con planos de Luis Gutierrez Soto.

Otros ejemplos que encontramos detallados dentro de los contornos del barrio son el Ministerio de Justicia (San Bernardo 45), puesto al día sobre el antiguo palacio de la Marquesa de Sonora, que se rehabilita añadiendo las características torres con chapitel del Nacional-Herrerianismo, o el Mercado de Santo Domingo (Mostenses), que sustituyó al anterior de hierro y cristal en 1945.

Os queda mucha barrio, mucha ciudad y mucha arquitectura franquista por patear - y que quizá nunca os hubierais planteado que pudiera serlo-, ideología y memoria solidificada en muros esperando a ser identificada para una mejor comprensión de la España de la que venimos y de lo que somos hoy. Éste se trata, para ello, de un libro original y muy recomendable.

Aquilinopolaino

Muy interesante el artículo, y espero comprar el libro, siempre me ha llamado la atención este estilo entre cutre y megalómano,

me imagino también el dinero

y los tejemanejes

del régimen,

quien lo hizo? Como se lo adjudicó?

Entre aquellos y la época del PP en Madrid veo cierta similitud de corrupción y

tráfico de influencias, por qué será???

Gonzalo

Esta arquitectura neo-herreriana a pesar de todos los desprecios recibidos, tiene su encanto porque se fundamenta en un arte español el Herreriano, desarrollado y ampliado durante dos siglos de la historia española (XVI y XVII) y que significó un antes y un después en la arquitectura nacional.
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