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Conociendo San Plácido: los muros con más historia y leyenda

Foto https://commons.wikimedia.org/

Luis de la Cruz

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Pasas caminado despacio –paseando, entonces- por la calle del Pez. Hoy no vas de compras y reparas de repente en las paredes de un viejo convento, con iglesia, que entra a encajonarse en las estrecheces de la calle de San Roque. En sus muros se abren inusuales vanos comerciales, con el escaparate vacío de una zapatería con solera recientemente cerrada (Penalva). Por la oscuridad de la puerta asoma, tímida, la silueta con hábito de una de las habitantes del convento. Se trata de San Plácido, unos de los lugares con más historia y leyenda del barrio.

El nacimiento de San Plácido está unido a un momento de expansión de Madrid, en el siglo XVII, del que surgen varios conventos e iglesias en la zona: San Antonio de los Portugueses (1607), las mercedarias de San Juan de Alarcón (1606), la Iglesia de Porta Coeli (hoy San Martín), o el propio convento de San Plácido.

En 1619 el caballero Juan de Villanueva compró los terrenos –mucho más amplios de lo que hoy ocupa el convento-, que ya contaban con una pequeña iglesia. Se dice que pidió en matrimonio a la dama Teresa del Valle y de la Cerda, pero a ella le pudo más el fervor religioso, y Villanueva la regaló su propio convento. En 1624 llegan las primeras monjas a un convento que entonces era una amalgama de casas de las que hoy no queda rastro alguno. Teresa de la Cerda, que aportó la mitad del capital inicial, se convirtió en la primera priora del monasterio de madres benedictinas.

El templo actual lo proyecta hacia 1655 Fray Lorenzo de San Martín, que tiene el mérito de haber introducido las aceras en Madrid. La arquitectura original, mutilaciones aparte, queda muy deslucida al quedar encajonada en las calles actuales, que no permiten apreciar la gran cúpula encamonada. La iglesia, es un hecho poco conocido, se llama de la Encarnación Benita.

En 1908 el Ayuntamiento declara ruinosa la parte conventual y aconseja su demolición. Elías Tormo, político y conocido historiador, mantuvo una importante batalla pública por la pervivencia del convento, que acabó perdiendo, aunque posteriormente se reconstruyeron partes derribadas. Se perdieron los coros alto y bajo, y la capilla del Sepulcro, donde habían estado los famosos Cristos de Velázquez y Gergorio Hernández.

Un contenedor secreto de tesoros y patrimonio

Uno de los mayores tesoros de San Plácido es el retablo mayor, con una Anunciación de Claudio Coello, que firma, además, otros dos retablos situados en los brazos del crucero. Los frescos de la cúpula, de las bóvedas del presbiterio y de la nave central tienen también un gran valor artístico. Algunas de las pinturas se atribuyen a Francisco de Ricci y otras a pintores italianos del entorno de Diego Velázquez.

En la Capilla de la Inmaculada hay un Niño Jesús de Montañés y el importante Cristo Yacente de Gregorio Hernández.

En su día, San Plácido albergó el famoso Cristo de Velázquez, que hoy cuelga de las paredes de El Prado. Fue un regalo de Felipe IV, pintado para figurar en el coro del convento. Según cuenta Elías Tormo, a finales del XVIII Goya y Moratín hicieron una visita al convento con el encargo de Godoy de hacerse con el lienzo, que fue cedido o mal vendido al valido de Carlo IV.

La zona de la clausura custodia algunas obras interesantes, como una talla de la Virgen que se saca en procesión el día de la Candelaria, un belén con un Rey Mago de Salcillo o el teatrino, que es una urna de cristal con imágenes en cera, un elemento habitual de los conventos barrocos.

Para acceder a la iglesia hay que acercarse en horario de culto, muy prontito, a las 8.30 de la mañana los días de diario, o a las 10 h. los días festivos.

Con historia…y leyenda

Poco tiempo después de fundarse el convento empezaron a circular rumores en aquel Madrid de patio de vecinos, beato y supersticioso. Las habladurías enseguida situaron al demonio poseyendo a varias de las benedictinas. En 1626 se inició un proceso del Santo Oficio, en cuyas cartas se puede leer que “de las 30 monjas que componen la comunidad 26 están endemoniadas” Las monjas fueron recluidas en Toledo a la espera de los interrogatorios, que dejarían en evidencia que el capellán, Fray Francisco, las manejaba y hasta abusaba de algunas de ellas. Lo cierto es que investigaciones posteriores han dejado claro que varias de aquella mujeres tenían antecedentes de problemas mentales ya antes de su ingreso en el convento, y algunas se conocían entre sí con anterioridad, e incluso a Fray Francisco, que podría ser, presuntamente, el padre del hijo de una de ellas. Los procesos tienen también que ver con la represión de la herejía iluminista, relacionada con el protestantismo.

La leyenda demoniaca de San Plácido siguió acompañándolo, aunque, como veremos, algunas de las más célebres se extendieron literariamente en fechas muy posteriores a los años en los que la acción se sitúa.

Es conocida la historia según la cual una bella novicia, Margarita, ingresó en el convento. Jerónimo de Villanueva, fundador del mismo, invitó a Felipe IV a conocerla, sabedor de la afición por las mujeres de éste. Tras conocerla, y quedar prendado, el monarca, involucrando también al Conde Duque de Olivares, concertó una nueva cita, pero Margarita arrepentida acudió a Teresa del Valle, la priora, que urdió un escarmiento. Cuando el rey accedió a la celda de sor Margarita la encontró tendida sobre un féretro, con cirios y flores, llevándose un gran susto. El rey habría hecho importantes regalos a la congregación a partir de este hecho, como el conocido Cristo de Velázquez o un reloj que daba las horas en forma de lamento, en recuerdo del lúgubre episodio. Otra de las leyendas encadenadas sobre San Plácido afirma que el Demonio se le apareció a Margarita, que se asustada cayó por las escaleras y se mató. Desde ese momento, el reloj sólo tocaba a difuntos cuando moría una de las monjas.

La leyenda fue muy tratada siglos después. Muchos de los autores partieron de un texto publicado en El Semanario Pintoresco Español en 1839 por Carlos García Doncel, auque veinte años antes se había publicado una primera mención sobre el tema del Padre Marchena. Basándose, sobre todo, en el texto de García Doncel fueron apareciendo El reloj de San Plácido, de Narciso Sierra, la obra del mismo título de Alfredo Boccherini y Calonje en 1871, la novela de Emilio Carrere El reloj del amor y la muerte, o una zarzuela perdida con libreto del mismo autor. En realidad, la ficcionalización de leyendas fue habitual en el siglo XIX y, a menudo, dichas leyendas salían de la mente de los propios escritores.

A la hora de atender a la mala o buena fama de San Plácido en su momento también hay que tener en cuenta variables que hoy quedan olvidadas, como que el convento estaba en un principio muy ligado a la figura de Olivares, con lo que los momentos en los que éste –o el propio fundador, Villanueva- cayeron en desgracia también lo hizo el convento. De lo contado anteriormente se podrán encontrar mil versiones distintas, además. En cualquier caso, el de San Plácido es un lugar que reúne muchas leyendas y encierra numerosos tesoros que bien merecerían ser más conocidos por los vecinos de Madrid.

PARA SABER MÁS:



Huerta MAC. El convento de San Plácido: Historia, arte y leyenda en el corazón de Madrid. La librería; 2003. 95 p.

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Moncó B. El relato histórico como metáfora cultural. Revista de Antropología Social. 1993;2:9.



Ben L, Julia M. La leyenda madrileña del reloj de las monjas de San Plácido y el Semanario Pintoresco Español. Arbor. 2012;188(757):855-68.



Rebollo BM. Realidad y ficción de un relato histórico: una lectura antropológica. Anales de la Fundación Joaquín Costa [Internet]. Fundación Joaquín Costa; 1988 [citado 18 de junio de 2015]. p. 43-58. Recuperado a partir de: http://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/105027.pdf

esculturasretiro

Creo que el arquitecto de la iglesia de San Plácido se llama fray Lorenzo de San Nicolás (no de San Martín).

Antonio

El convento fue fundado y quien compró las casas y el solar fue Geronimo de Villanueva y Diaz de Villegas y no Juan de Villanueva
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