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Con las manos al aire: crónica del ensayo general del Coro Ladinamo

Imagen de la actuación del sábado |@corosmaravillas

Luis de la Cruz

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Sábado a la hora del vermú. En el Instituto Cardenal Cisneros ensaya el Coro Ladinamo y del Patio Maravillas. Es el ensayo general antes del último concierto. Diez años atrás, el coro nacía en el espacio de agitación cultural Ladinamo, en Lavapiés. Posteriormente, el destino del coro quedó prendido al Patio Maravillas, lugar donde establecieron su sede. Y hasta el sábado.

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Malela Durán, directora del coro, ha tenido la amabilidad de invitarnos al concierto pero los rigores de la conciliación familiar en un medio pequeño lo hacen imposible. “Vente con la niña al ensayo general”.

Allí estábamos J., de cinco años, y yo, equivocándonos de puerta y entrando momentáneamente al escenario. Un miembro del coro nos mira y sonríe, salimos azorados y llegamos, a través de la puerta del fondo, al patio de butacas.

23 gargantas y 5 músicos sobre el escenario. Paran, empiezan de nuevo. La directora da instrucciones a los músicos de la orquesta (violines, clave, violonchelo) y miembros del coro. Corrigen asuntos relativos al canto pero también al espacio “¿Dónde me pongo”, “Juntaos más”.

Somos un par de decenas de personas en el público. Algunos mayores, familiares, amigos y un niño pequeño poniendo en un aprieto a su padre con los lloros. Miembros de la gran familia del coro también, algunos de los cuales han venido para cantar el último día.

La pequeña J. me pregunta por qué las chicas se ponen todas a la izquierda y los chicos a la derecha. Trato de esbozarle una respuesta atendiendo a las distintas tesituras vocales para darme cuenta de que, realmente, mi razonamiento es tan impreciso que seguramente es falso. Le digo que no lo sé.

-“Tiene que llagar hasta el final, está tímido ¡no está entregado!”

“1,2,3, 4…” lo repiten. Satisfacción: “¡Esto es otra cosa!” Se aplauden, aplaudimos desde el público pero, sobre todo, agitan las manitas al aire. Me percato desde el principio de que los miembros del Coro de Ladinamo y el Patio Maravillas utilizan la misma simbología asamblearia que tantas veces hemos visto desde el 15M. Manos al viento es acuerdo, aprobación.

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Se toman el ensayo muy en serio, hay esfuerzo, pero hay, a la vez, algo de celebración y de reencuentro en un aeropuerto. Con los antiguos miembros de otras etapas del coro: saludos desde arriba, miradas cómplices y besos.

El coro es como un solo cuerpo cuando cantan, todo un grupo con el pecho henchido, los músculos del rostro en tensión, los brazos meciéndose levemente, acompasados; y como un cuerpo que se derrumba en relajo y se permite perder la compostura cuando se produce un intermedio de complicidad colectiva. Alguna risotada, incluso.

En el último tramo de la actuación nos quedamos pocos en el patio de butacas. Muchos de los que agitaban las manitas desde aquí han venido a cantar. Uno, dos, tres…cuento casi medio centenar en el escenario ahora. La chica en el centro de mi campo visual seca las lagrimas abanicándose con las partituras. La compañera de su izquierda la achucha.

No entiendo nada de afinamientos pero ahora suenan más. El sonido de su canto envuelve el auditorio del Cardenal Cisneros. Malela, la directora, mira hacia el público para ejecutar su solo. J, que escucha mientras copia figuras de una revista de las Monster High, alucina “¿Crees que alguna vez podré dibujar tan bien como cantan ellos, papá?”. Al final del concierto Malela le dirá que sí y J. volverá a casa más contenta que unas castañuelas.

Por la tarde todo irá bien. Como en el ensayo, Ye sons of Art, de Henry Purcell, abrirá el programa; sonarán O love divine, de Handel (el final de la ópera Theodora), y otras piezas. Habrá lágrimas sobre el escenario y, después del concierto, “celebración pura”.

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