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Clara Campoamor, la abogada malasañera con la que las españolas consiguieron el voto

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Luis de la Cruz

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El primero de octubre de 1931, se aprobó, por cuarenta votos de diferencia, uno de los artículos mas polémicos en la elaboración de la Constitución republicana: el 34 (finalmente sería el 36), que consagraba el voto femenino en igualdad de condiciones al masculino. “El gran día del histerismo masculino dentro y fuera del parlamento”, dejo por escrito Clara Campoamor, que había sido la gran valedora de este logro. Evidentemente, Clarita, como despectivamente llamaba la prensa a Campoamor, daba la vuelta en su frase al prejuicio que pesaba sobre las mujeres.

Las dos grandes protagonistas del debate sobre el voto femenino habían sido ella y Victoria Kent (del Partido Republicano Radical Socialista), ambas representantes de la generación de adelantadas que habían estudiado derecho y accedido a la política, después de que, en 1910, se permitiera el acceso a la universidad a las mujeres. Kent defendió que la mujer no estaba preparada socialmente para votar, sumándose al temor republicano de que su género, presa del influjo del confesor, votara en contra de la joven República. No fueron pocos los coetáneos que, de forma machista, hicieron burla de un debate de gran altura entre ambas mujeres. Azaña dijo jocosamente que había “dos mujeres solamente en la Cámara, y ni por casualidad están de acuerdo”.

En realidad, la opinión de Kent se defendió incluso por algunos representantes de su propio partido. Finalmente, votaron a favor los socialistas (con abstenciones sonadas, como la de Indalecio Prieto), la derecha y grupos catalanes de todas las tendencias. Solo cuatro miembros del partido de Clara Campoamor, el Radical, votaron a favor. A la votación faltaron cuatro de cada diez diputados de las Cortes Constituyentes.

Este fue el momento álgido de la carrera política de Clara Campoamor y el hito por el que pasaría a la historia, aunque también contribuyó a la aprobación de las Leyes del Divorcio y del Matrimonio Civil. Probablemente -ella siempre lo pensó- supuso también el final de su carrera política por las enemistades que se había granjeado entre sus colegas republicanos.

Nacida en el corazón de Malasaña

Nacida en el corazón de Malasaña

Clara había nacido un frío invierno, en el numero 4 de la calle Marques de Santa Ana. Su familia era humilde y portaba ya la semilla liberal-progresista que luego crecería en ella. Perdió con diez años a su padre, y su madre tuvo que hacerse cargo de ella y de su hermano trabajando de costurera, labor a la que se habrá de dedicar Clara con 13 años, viéndose por ello obligada a aparcar los estudios.

Pero Clara era una mujer ambiciosa e inteligente, y, tras haber trabajado de modistilla y dependienta, aprueba en 1909 una oposición para el Cuerpo Auxiliar de Correos y Telégrafos, lo que la llevara a vivir en Zaragoza y San Sebastián. En 1914 vuelve a presentarse con éxito a un examen del Estado, esta vez para ser maestra de taquigrafía y mecanografía. Clara estira las horas del día: de vuelta en Madrid, trabaja a la vez como secretaria en distintos diarios y comienza a frecuentar el Ateneo de Madrid.

Con 32 años cumplidos, en 1920, da un paso mas matriculándose en bachillerato. Pronto seria bachiller...y pronto seria abogada. Para estos años ya ha entrado en contacto con el incipiente movimiento feminista español.

Se opuso a la dictadura de Primo de Rivera, durante la cual incluso rechazo cargos en el Ateneo, teniendo que renunciar para ello a su trabajo en el Ministerio de instrucción Publica. Campoamor era republicana convencida y ni la dictadura y la monarquía le valían. Para cuando se proclamó la República ella militaba en Acción Republicana, aunque en las elecciones a Cortes Constituyentes se presentaría por el Partido Radical, que le proporcionaba mas posibilidades de llegar a la Cámara.

Paradójicamente, en las elecciones del 33, que ganaran unas derechas mas unidas que republicanos e izquierdistas, no podrá sacar su escaño por Madrid. Los partidos perjudicados optaron por la explicación sencilla, que les liberaba de toda culpa: el voto femenino.

Lerroux contó con ella para su gobierno, nombrándola Directora General de Beneficencia, pero salio del cargo y del partido tras la represión de la revolución de octubre de 1934 en Asturias, dimitiendo con una enérgica carta dirigida a Alejandro Lerroux que figura en la historia de las dimisiones políticas del siglo XX español.

Intentará entrar en Izquierda Republicana, el partido de Manuel Azaña y Casares Quiroga, pero no será admitida. Aún tendrá tiempo de escribir Mi pecado mortal: el voto femenino y yo, antes de salir de España al inicio de la guerra.

Clara Campoamor, exiliada en Argentina y en Suiza, siempre quiso volver a España. Parece ser que incluso llegó a entrar en alguna ocasión de forma clandestina durante los años cuarenta, pero el Franquismo fue especialmente duro con ella. En su Expediente de Responsabilidades Politicas figuraban consideraciones ajenas a su actividad política que probablemente no hubieran pendido del expediente de un hombre, como que “vivía en compañía de una señora alemana”, aunque fue la dudosa acusación de pertenencia a la masonería la que más peso tuvo en que nunca pudiera regresar a España antes de morir, en 1972.

Clara Campoamor fue una de las impulsoras del monumento a Concepcion Arenal en el Parque del Oeste, que, de hecho, lleva una frase suya. Posteriormente, fue ella misma la que mereció una estatua cerca de la calle que la vio nacer. El 8 de marzo de 2006 se inauguraba un busto en bronce realizado por el escultor L. Alcalde. La estatua, situada en la pequeña plaza de los Guardias de Corps, frente al Conde Duque, se había convertido rápidamente en punto de relevancia feminista en la ciudad. La gran cabeza era también parada de los gorriones y objeto de numeras fotografías. Estos días la cabeza falta: alguien la ha robado, dejando descabezada parte de la memoria política del barrio. Esperemos que vuelva pronto a su lugar.

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