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Sobre la ciudad agazapada y el canto de los pájaros

Gorrion

Pedro Bravo

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Me siento frente al ordenador y no tengo ni idea de qué quiero decir, de qué puedo decir. Ahora mismo, me asombra que haya sido capaz de decir cualquier cosa tantas veces. Me sorprende también que haya tantísima gente que aún pueda hacerlo; personas que saben lo que ha pasado y lo que va a pasar y que son capaces de encontrar hueco entre la inquietud, la familia, el trabajo, el miedo y los cuidados para aporrear el teclado. Así lo percibo yo, como un murmullo de fondo que no termina de expresar nada definido. Prefiero oír a los pájaros, me cuentan muchísimo más.

Por cierto, no sé si en el barrio se oirán los pájaros como se oyen aquí. Estoy confinado en casa de mi chica, fuera de Malasaña, pero no siento que haya dejado el barrio porque aún sigo en contacto con Lola, con Marta, con Bea, con Aitor, con Santos, con Enrique. ¿Qué es el barrio ahora mismo, en cualquier caso? Con los vecinos metidos en casa, sin posibilidad de encuentros casuales, con las tiendas y bares cerrados. ¿Qué es la ciudad? ¿Está extinguida, como he leído por ahí? ¿Vacía? ¿O, simplemente, agazapada? Quizá sea buen momento para entender que la ciudad no es tanto un espacio físico sino una comunidad que ahora interactúa de forma sobre todo online y que hace, más o menos, lo de siempre: hablar, cuidar, intercambiar, discutir, reír.

También me parece una estupenda ocasión para desentrañar lo que entendemos por normal. Porque constantemente hablamos de normalidad como aquello que dejamos cuando nos recluimos en nuestras casas y eso a lo que queremos volver cuando podamos salir otra vez. Quizá no nos demos cuenta de que lo que nos permite ver el encierro es que esa normalidad era muy anormal: ancianos olvidados en residencias y en las soledades urbanas, un sistema sanitario deshecho, la brecha digital, la emergencia habitacional, la precariedad laboral, la desigualdad rampante, la intransigencia generalizada, el autoritarismo latente, la incapacidad para entendernos en lo esencial. Y la prisa. La prisa por ir corriendo a todas partes y no estar en ningún sitio. La atención constante perdida en lo irrelevante. La conexión permanente que nos desconecta de nosotros mismos.

En eso sí seguimos estando. Seguimos confundiendo comunicarnos con mandar mensajes, vídeos y proclamas. Quizás deberíamos hablar más. La ciudad, el barrio, son comunidades y las comunidades son conversaciones. Quizás sólo ahí nos podamos encontrar.

Pido perdón por este texto, más ruido. Siento no saber ni quién tiene la culpa ni qué habría que haber hecho ni qué hay que hacer ni qué va a pasar. Me callo, vuelvo a los pájaros.

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