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Calle Infantas: una larga senda de historias y bares

Luis de la Cruz

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Antes de que algún lector se nos avalance, sí, la calle Infantas es Chueca. Una de las calles señeras del barrio vecino, de hecho. Sin embargo, aprovechando que su primer tramo, hasta la calle de Hortaleza, entra en los contornos que nosotros dibujamos para este periódico, vamos hoy a irnos de excursión por su historia y sus comercios.

El nombre de la calle aparece ya en el Plano de Texeira (1656) y supuestamente proviene de un tablado que se puso en el lugar para que, en el siglo XVII, las infantas María y Margarita (la de Las Meninas), vieran pasar una procesión encabezada por su padre, Felipe IV. Durante la Revolución de 1868 se llamó calle de la Marina Española, y en la Guerra Civil calle de Rosalía de Castro.

El primer tramo, entre Fuencarral y Hortaleza, tuvo antes de pertenecer a Infantas su propio nombre, calle del Piojo, y el tramo comprendido entre la calle Marqués de Valdeiglesias y la Plaza del Rey se llamó calle de las Siete Chimeneas.

En la primera parte de la calle, el establecimiento de mayor interés hoy es el Stop Madrid, bonita taberna abierta desde 1929 en la esquina con Hortaleza, que se llena cada noche de locales y turistas, pues la calle es parte del meollo de ocio nocturno de Chueca.

Algunos de los locales con más éxito de la calle son auténticos expendedores de la tapa hipertrofiada: las distintas sucursales de El Tigre y El Pezcador.

Hay en la calle algún restaurante de postín también, y fueron muchas las barras y cafés ilustres que hubo en el pasado. En un artículo de 1833 Larra citaba Genieys, una fonda para la burguesía madrileña que aspiraba a algo más que los habituales garbanzos, de la que decía:

“Linda fonda: es preciso comer de seis a siete duros para no comer mal”. Seguía el periodista romántico diciendo que allí no había “ni un mueble elegante, ni un criado decente, ni Burdeos ni Champagne” para, por último, alabar que se “servían croquetas, asados y chuletas a la papillote ”. En Genieys sucedió un evento de resonancias hoy muy malasañeras. El 1 de mayo de 1808 el capitán Luis Daoíz retó en duelo a tres oficiales franceses.

De la calle de las Infantas dijo en su autobiografía María Teresa León que “se conspiraba entre conferencias y tazas de té”. La literata y pareja de Alberti se refería a las feministas del Lyceum Club, que tuvo su primera sede en la Casa de las Siete Chimeneas, para mudarse posteriormente a la vecina calle de San Marcos. Fundado por María de Maeztu, directora de la Residencia de Señoritas (el equivalente a la famosa Residencia de Estudiantes), se trata de una organización pionera del feminismo español.

Muchos años después otra gente de bien, los jóvenes de La Movida, se reunían en el Salón España, del que dice Vicente Molina-Foix que era “quizá el bar de copas más divertido que yo recuerde de aquellos años”. El escritor relata su ambiente en un artículo de El País:

“...Paloma Chamorro jugando al futbolín en la planta baja del bar, en un duelo contra dos conocidos novelistas, uno mayor, otro joven, que allí solían retar balompédicamente todas las noches a macarras, travestis y otra beautiful people de la canción y el diseño. Digo en descargo del castigado gremio literario que ganaban casi siempre las partidas ”. En otro lugar pondría nombre a los intelectuales que jugaban con los chavales de barrio en el Salón España: “Juan Benet, Javier Marías, Blanca Andreu, Elías Querejeta o Javier Pradera

Entre los vecinos ilustres de la calle Infantas encontramos a Jardiel Poncela, del que ya hemos hablado en otras ocasiones, y al célebre doctor Pulido. En la calle estaba la tienda de vinos que regentaba su familia.

Además de prestigioso académico y político - ocupó numerosos cargos en los gobiernos liberales de Sagasta durante La Restauración -, el médico tiene el mérito de haber contribuido a rescatar del olvido a la comunidad sefardí. Sus estudios y su reivindicación fueron la clave de que, en época de Primo de Rivera, se concediera a los descendientes de judíos sefardíes en el exilio la nacionalidad española. A algunos de ellos esta condición les sirvió para poder venir a la españa franquista durante la Segunda Guerra Mundial, salvándose de un destino peor por los pasaportes que los cónsules españoles concedieron “de tapadillo”, ya que oficialmente el gobierno español era aliado de Hitler y había instrucciones de no conceder pasaportes a judíos. De todos es sabida la posterior consideración negativa durante el franquismo y la contínua alusión a la conspiración judeo-masónica y del comunismo internacional.

Desde el XIX había surgido en ámbitos liberales una corriente filosefardí que tenía que ver con la consideración de que la España Negra de la Inquisicion estaba en el origen histórico de los males del país. Si en principio la causa ganó adeptos liberales y de izquierda (la campaña de Pulido la apoyaron Pérez Galdós o Blasco Ibáñez), luego nacería un filoserfardismo de derechas, surgido entre los militares africanistas (Franco entre ellos) destinados en el Protectorado Español de Marruecos. Estos despreciaban a los “moros” frente a los sefardíes que allí encontraron hablando español antiguo,

y en los que encarnaron parte de sus aspiraciones de imperialismo cultural hispano. Pulido tiene una estatua dedicada a su memoria en el parque de El Retiro.

Otros hitos de la calle Infantas son la plaza de Vázquez de Mella, que antes se llamó de Bilbao y de Ruiz Zorrilla, y al final, la Casa de las Siete Chimeneas. De la primera no cabe hablar aquí, del peculiar edificio coronado, efectivamente, por siete chimeneas, sí haremos una breve semblanza.

Está en el número 31 de la calle (y 1 de la Plaza del Rey) y fue construida entre 1574 y 1577 para Juan de Ledesma, secretario de Antonio Pérez. El palacio sufrió varias reformas y tuvo muchos dueños, uno de los más conocidos el célebre marqués de Esquilache, que diera nombre al motín - momento en el que la casa fue saqueada- y actualmente alberga el Ministerio de Cultura.

El viejo caserón está en nómina también de todo libro sobre el Madrid fantástico o misterioso que se precie de serlo. En la casa se supone que mora el alma de Elena, una de sus primeras habitantes, que murió de pena cuando su marido falleció destinado en Flandes. La dama errante volvería a ser noticia cuando, durante unas obras en el siglo XIX, apareció tras un muro el cadaver de una mujer con un puñado de monedas de oro... de la época de doña Elena.

La calle Infantas, angosta y larga, es una de las arterias que sirve de armazón a Chueca. Una calle sempiternamente animada con historias pasadas que hemos tratado de apuntar hoy.

Bonus track: todo un catálogo de la tipografíaBonus track: todo un catálogo de la tipografía

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Sández

También estuvo el Café Castilla.
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