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Calle de la Farmacia: con rincones ocultos tras sus muros

Luis de la Cruz

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Entre las calles de Hortaleza y Fuencarral, encontramos la calle de la Farmacia, que lleva este nombre por albergar en ella la sede de los farmacéuticos españoles, de la que enseguida hablaremos. Hasta 1835 se llamó calle de San Juan.

La calle de la Farmacia cuenta con dos edificios de fuste, el lateral del Colegio de San Antón y -este en exclusiva– la Real Academia de Farmacia. Del viejo colegio escolapio, hoy por fin sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, ya hemos hablado aquí en muchas ocasiones, por lo que no nos extenderemos, sólo decir que siempre tuvo puerta por esta calle, y ésta -habiendo quedado clausurada la de la calle de Hortaleza – fue la principal durante la guerra, cuando el colegio sirvió de cárcel (de aquí salieron algunas sacas para las tristemente famosas matanzas de Paracuellos). Hoy uno puede asomarse al moderno jardín del remozado interior de las Escuelas Pías.

Más o menos a mitad de calle, y con sus formas adaptadas a la curva de la misma, encontramos el edificio neoclásico de la Real Academia de Farmacia, algo deslucido por lo encajonado que se encuentra en la angosta y retorcida vía.

La institución es heredera de la antiquísma Congregación y Colegio de Boticarios, fundada por Felipe II, entonces con sede en el desaparecido convento de San Felipe el Real, en la Puerta del Sol. Con Felipe V pasó a ser el Real Colegio de Farmaceúticos en 1700, que conoció varias etapas y sedes. A principios del XIX se crea la Escuela de Farmacia de San Fernando, que desembarcaría en la calle de la Farmacia (entonces aún San Juan) en 1830. El edificio se construyó por suscripción de todos los farmacéuticos de España y se utilizó como facultad de farmacia hasta que ésta se trasladó a la Ciudad Universitaria. En 1967 se instaló allí la Real Academia.

Detrás de la bonita fachada que todos apreciamos al caminar la calle, existen algunos tesoros pocos conocidos por muchos vecinos. Además de una biblioteca de las de madera vetusta y rica decoración, existe en el interior un museo con documentos, instrumental y recipientes farmacéuticos de gran interés. La pieza estrella es una farmacia al completo, con su botica y su rebotica. Se trata de la antigua farmacia de estilo neogótico de la vecina calle del Príncipe número 13, abierta en 1876. Fue cerrada en 1948 y la Real Academia la adquirió en 1994. Para poder disfrutarlo, es necesario contactar con ellos previamente a través de su página web.

Por otra parte, en pleno epicentro de la modernidad madrileña se esconde un sitio tan atemporal como una casa regional, con cuadros y trajes tradicionales incluidos. Hablamos del Centro Asturiano de Madrid, que tiene entrada por Farmacia, donde invaden la vista sus escaleras exteriores color óxido y donde alguna vez se ha visto algún gaitero. Dentro hay también, entre otras cosas, un conocido restaurante.

El Centro de Asturianos, antecedente del actual, se fundó en 1881 después de una reunión de prohombres asturianos residentes en Madrid. Fue la primera sociedad asturiana de España y la segunda de este tipo en el mundo después del desaparecido Centro Gallego de La Habana. La lista de nombres en aquellas primeras juntas directivas reunía apellidos de la categoría de Campoamor, Pidal y Mon y una larga lista de títulos nobiliarios. Hasta 1936 fue paraguas de la Institución Gratuita de Enseñanza, donde estudiaron millares de asturianos en Madrid.

La primera sede estuvo en el Palacio de Estranera, desaparecido con la construcción de la Gran Vía. El centro pasó entonces por la Carrera de San Jerónimo y luego a la calle de Alcalá (donde vivió momentos de explendor tras obtener una licencia de juego). Tras un pleito por el alquiler del inmueble de Alcalá la asociación compró las cuatro primeras plantas del Edificio Asturias (56 de la calle de Fuencarral) en 1986. Los 185 millones de pesetas que costó entonces pueden hoy provocar alguna que otra sonrisa.

A modo de anécdota diremos que el nombre de la calle aparece muy mencionado en la literatura del Opus Dei, tan dada a transitar cada rincón pisado por Escrivá de Balaguer, el fundador de la orden. Cuando éste llegó a Madrid en 1927, con unas pocas monedas en los bolsillos, se alojó en una modesta pensión del número 2 de la calle.

Edificios del Madrid antiguo se alternan con fincas más recientes en esta calle de fácil congestión y comercio variado: un aparcamiento, dos casas de decoración, el moderno colegio de Ingenieros Industriales, un restaurante marroquí, una academia de arte o un bar 'de viejos' se encuentran en una calle dominado por sus dos edificios nobles, y que no se ha contagiado del comercio de tendencias de las dos calles que une.

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