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Calle de Daoíz: pupitres con historia

Luis de la Cruz

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Echar un vistazo por esta calle desde San Bernardo permite ver un camino solitario con árboles en el horizonte, los de la Plaza del Dos de Mayo, y entre sus copas los ladrillos del arco de Monteleón. La callecita preexiste al nacimiento de esas manzanas en 1869, cuando se construyeron la plaza y algunas de las calles de alrededor en lo que fue el complejo palaciego de Monteleón, a cuya verja daba la calle cuando se llamaba de San Miguel y San José. En 1835, cuando el Marqués Viudo de Pontejos cambió el nombre de varias calles de la ciudad, la dividió en dos y las llamó respectivamente Daoíz y Velarde, de manera que, bajo la invocación de un héroe de las jornadas del 2 de Mayo de 1808, se integraría perfectamente en la barriada que habría de nacer.

Entrando a la calle por San Bernardo avanzamos entre los grandes muros amarillos del convento de las Salesas Nuevas y los tintes rojizos del Instituto Lope de Vega, que tiene puerta en la calle.

En 1839, en el número 80 de lo que era la calle Ancha de San Bernardo se inauguró la Escuela Normal – Seminario Central de Maestros, en un antiguo convento de franciscanas de Santa Clara desamortizado que antes, desde el XVIII, había servido de residencia a varias familias notables. El edificio ha sufrido sucesivas intervenciones a lo largo de los años e, incluso, en los cincuenta se le subió el tercer piso, por lo que su fisonomía actual no tiene mucho que ver con la dieciochesca. Se suele considerar a la vieja Escuela Normal que ocupaba el edificio donde hoy está el instituto Lope de Vega la primera escuela Normal de España.

Recién muerto Fernando VII, y con los liberales de vuelta en el tobogán de la historia que es la España del XIX, Pablo Montesino, importante pedagogo emigrado a Inglaterra, vuelve a España y pronto es nombrado Consejero de Instrucción Pública. Fue el primer director de la Escuela Normal y hoy una placa le recuerda en la puerta de San Bernardo. Otro director importante de La Normal fue el poeta Juan Eugenio Hartzenbusch, que vivía allí mismo cuando escribió su conocida obra Los amantes de Teruel. Durante la Guerra Civil la escuela se traslada brevemente a Valencia y a su vuelta en 1939 residiría ya tras otros muros.

Si la escuela Normal nació en el marco de una oleada de renovación educativa, el Instituto Lope de Vega tomó el relevo en 1933, con la innegable pujanza de la educación durante la Segunda República, aunque en estas fechas las clases aún no se impartían en la calle de Daoíz y desembarcaría en San Bernardo a principios de los cuarenta.

Durante parte del siglo XIX las monjas de las Salesas Nuevas abandonaron el convento (entre 1836 y 1843) para que los estudiantes de la Universidad Central lo ocuparan, convirtiendo la calle de Daoíz, un poquito más si cabe, en una línea sembrada de pupitres. Hoy en la calle, junto a los muros del convento, es frecuente ver pasear gente mayor, ya que en un caserón anejo muy reformado -antiguo noviciado del convento- hay una residencia para mayores.

Daoíz tiene pocos metros, pero son suficientes para tener dos vidas. Tras mirar pasar la calle de Monteleón, su adoquinado poco frecuentado se convierte en senda peatonal que se funde con la Plaza del Dos de Mayo. A la derecha, la parte más nueva del instituto se topa con el colegio Pi i Margall, con entrada en la plaza, y a la izquierda están las dos únicas casas de vecinos con que cuenta la calle, donde durante tantos años estuviera la comisaría del barrio.

El Colegio Pi i Margall –General Sanjurjo durante el franquismo– es heredero de la antigua Escuela Modelo, que empezó a construirse en 1875. Un año antes, los hombres de la Primera República pensaron importar a la realidad española los Jardines de Niños de Fedico Frobel, el creador suizo de los Kindergarten, y en 1875 se decidió construir un edificio a la medida, ligado a la contigua Escuela Normal de maestras. En el mismo edificio estuvo la biblioteca popular fundada por Mesonero Romanos, cuyos libros acabaron en la del Hospicio cuando ésta se inauguró, y durante el siglo XX en sus bajos estuvo también la Escuela de Aprendices Tipógrafos de Madrid. El edificio se encuentra en parte donde estuviera el convento de las Maravillas. Restos del refectorio pueden, de hecho, aún rastrearse en el comedor del colegio.

La calle de Daoíz no está sobrada de vecinos en el sentido convencional del término. Hay, como siempre hubo, estudiantes, monjas que no se dejan ver -clausura obliga-, personas mayores que esperan

juntas un rayo de sol y siluetas en sus horizontes: las de paseantes en San Bernardo y las de niños jugando en la plaza del Dos de Mayo.

Jesús

Existía un rincón en el muro del convento, en el que los "cerdos" habituales meaban ignorando la proximidad de la comisaria, a menos de cien metros. Para evitar los charcos y olores, hicieron un muro en el rincon (junto a la puerta de servicio del convento a donde llevaba la ropa de misa, cuando era monaguillo), que quedó en rampa, por ahí subiamos corriendo los chabales haciendo la moto, tambien era la meta de las carreras de carros, que haciamos con tablas y rodamientos y lanzabamos por la calle de Monteleón. También es la calle donde empecé mis andanzas escolares frente a la comisaria, junto al muro del colegio estaba el centro de párvulos, de los niños que después pasaban al General Sanjurjo. Es una calle que sin tener nada destacable, tiene para mi bastante importancia.

María Rubio

Llegué a Madrid proveniente de un pueblo de la provincia, Colmenar de Oreja.

El curso ya estaba empezado, pero me hicieron un hueco en el colegio General Sanjurjo en la plaza del Dos de Mayo, el más cercano a mi domicilio.

El colegio era mixto, aunque con clases separadas.

Los parvulitos iban a las clases de entrada, las chicas al primer piso y los chicos arriba del todo.

Empecé en el

7° curso, donde una paciente y sufrida Srta. Oliva nos impartía

todos los conocimientos.

Era la primera vez que estudiaba inglés y....me gustó.

Recuerdo con mucho cariño a su director el Sr. Izquierdo y su empeño en conseguir que me aceptarán en 8° a pesar de las reticencias de la profesora Doña Teresa que alegaba que con 11 años era demasiado pequeña para escuchar "ciertas

cosas" que allí se explicaban.

También recuerdo que cuando llegaban las fiestas, el colegio nos repartía una bolsa a cada alumno con una merienda y también entradas para el cine del Dos de Mayo que años más tarde ardió y quedó para siempre en el recuerdo.

Me encantaría tener noticias de, las que por unos años, fueron mis compañeras de clase.

Queda en mi álbum alguna foto de grupo y alguna otra dónde en el mismo colegio coincidimos cuatro de mis hermanos.

Los juegos en la plaza que cada verano arrasábamos con nuestros juegos donde la caseta del guarda era parte importante de los mismos, teníamos que dar la vuelta alrededor subidos de puntillas en un reborde que lo circundaba, mientras el guarda con su "pincho" recogía cuánto papel y hoja había por el suelo.
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