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Café de Ruiz, vetusto ma non troppo

Batido de chocolate y de fresa_Café de Ruiz_Malasaña a mordiscos

Malasaña a Mordiscos

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Martes, noche calurosa donde las haya, M. y yo vamos hacia el Café de Ruiz, pasando ante terrazas llenas de gente. En verano tener una terraza en Malasaña es como ser el Rey Midas y convertir simples e incómodas sillas de plástico o metal vulgar en oro. Todo el mundo lucha por una preciada silla terracil (a ver si la R.A.E. se anima y acepta este adjetivo, yo lo encuentro bien bonito). Llegamos al Café de Ruiz, de estilo antiguo, aunque realmente remodelado en 1977. Creo que alguien debería estudiar el fenómeno café literario en Malasaña, sería una tesis/tesina/TFM interesantísima/o. Hasta el momento he encontrado 3 cafés supuestamente antiguos: Manuela, Café Ajenjo y este, el Café de Ruiz, que comenzaron su andadura en 1979, 1978 y 1977 respectivamente. La vida es una engañufla. Todos estos cafés se caracterizan por parecer de principios del siglo pasado, cada uno con sus aires: el Manuela más teatral y barroco, el Café Ajenjo más austero y este último, el Café de Ruiz, un término medio. ¿Veremos dentro de 30-40 años aún en pie alguno de los tropocientos (¡R.A.E.!) mil bares industriales-retro-cuquis actuales? ¿Y los consideraremos algo característico de esta época (2010-2020) o pensaremos que son de otra época por la cuestión retro? Bueno, ya empiezo a irme por las ramas. Sí, lo dejo.

Para esta ocasión propongo, como acompañamiento, esta joya musical, My funny valentine, interpretada maravillosamente por Chet Baker.

Pues, lo dicho, hasta 1977 este local era una tienda de ultramarinos además de la casa de sus dueños. De esta última queda aún la cocina de carbón a modo de recordatorio, para que sepamos que todo cambia y nada es lo que era ni será lo que es. La decoración está hecha a base de maderas nobles, terciopelo rojo, sillas de madera, mesas con tablero de mármol y pies de hierro, lámparas estilo 1900 y tulipas y una preciosa alacena antigua (o fake, ¿quién sabe?).

Hablando con el chico que atiende, muy amable, nos contó que, desde siempre, a pesar de haber cambiado de manos diversas veces, han estado especializados en cócteles y fueron los primeros en ofrecer caipiriña en Madrid. Una de las personas que trabajaba en este establecimiento era brasileña e importó la tradición caipireñera (esto también va directo para la R.A.E.) desde su país. Bien, pero tanto M. como yo teníamos ganas de batido, él de fresa (4 €) y yo de chocolate (4 €). Ambos batidos perfectamente presentados en la copa alta y acanalada típica de este tipo de bebida. El de M. con profundo aroma a fresa y agradable textura, ni excesivamente densa ni líquida, en el punto justo. Mi batido, de chocolate (obviously), también de agradable textura, un pelín más densa, e intenso sabor a chocolate. ¡Alegría! Encuentro muchos batidos de chocolate por esos mundos que saben a leche y no a chocolate, lo cual me desagrada profundamente. Si es de chocolate pienso que debe saber a chocolate, ¡no me racaneéis con el chocolate por favor! Así que, muy bien, estos batidos, de textura y sabor, estupendos.

Después elegí una mimosa (8 €), porque no me podía ir sin probar algún cóctel, tienen una amplia variedad y también de helados con licores. Este cóctel consiste en cava con zumo de naranja. Realmente no me encantó, el cava estaba abierto de sabe Dios cuándo o era él malejo de base, el caso es que el conjunto, cava con zumo (no natural), resultaba poco armónico y el cava prevalecía con un gusto amargo inadecuado. Tal vez no haya escogido yo el cóctel más propio para demostrar las capacidades cocteleras, a veces pasa.

Nos pusieron para picar kikos y cacahuetes, ricos, especialmente los primeros, que estaban bien crujientes, como debe ser. Y, ya veis, ahí estaban los Humberts, algo borrosos. Tienen el don de aparecer borrosos a veces, ¿o será que no enfoco bien? Hacía calor, también es verdad, y a mí me afecta malamente. Sea como sea, ahí están. Humbert I está contando a Humbert II (“el narcolépsico” para los amigos) que es importante definirse políticamente, uno debe tener una ideología clara (izquierdas, derechas o centro) y votar conforme a ella. Humbert II asiente con 2 ronquidos cortos (tipo cerdo). Yo disiento. Le digo que a uno le pueden interesar o no interesar algunas propuestas de esas tres ideologías y no tiene por qué vincularse a una ideología específica; además le comento que la política no debería estar impregnada de ideología. Humbert I me mira iracundo y dice: “la política tiene un vínculo indisoluble con la ideología. No se puede regir un Estado sin una ideología”. “Pienso que la ideología está para practicarla cada uno en su casa, en sus vidas, en sus tareas, en sus relaciones pero no para venderla por un sueldo como hacen los políticos”, le comento. Humbert I: “estás hablando de tecnocracia”. “Sí, de tecnocracia, buenos gestores, como en una empresa seria, ni más ni menos”, le digo. Humbert I: “Pero las decisiones que tomen los tecnócratas estarán siempre marcadas por su ideología”. “Sí, claro, pero no nos están vendiendo dicha ideología sino una gestión correcta y se les examinaría continuamente para ver si cumplen con los objetivos”, le respondo. Humbert I se queda meditabundo. “Y deberían entrar por oposición y pasar exámenes serios, el enchufismo está acabando con nosotros, a todos los niveles”, continúo. Humbert I: “sí, vale, ya hablamos otro día, tengo prisa”. Se va y me deja con la palabra en la boca. Mejor así porque sino esto acabaría convirtiéndose en una crónica política absurda y no es plan.

Tras esta interrupción…

Recomiendo el Café de Ruiz para disfrutar de una merendola (tienen tarta de manzana, de zanahoria, Sacher…) o un cóctel nocturno en un ambiente que nos transporta a principios del siglo XX. Es muy agradable el hecho de que, con el calor, abran sus puertas y pongan ventiladores, le da un aire colonial al lugar de lo más curioso y relajante.

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