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Airiños do Miño: generosidad y buenos alimentos

Pulpo a Feira_ES

Malasaña a Mordiscos

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No sabría cómo describir, estéticamente, el bar-restaurante Airiños do Miño: rococó mesoneiro, barroco me pongo y no paro, herreriano abigarrado… No sé, la decoración de este establecimiento es francamente fascinante, tiene todo, todo, todo, puesto de tal modo.

Bueno, primero un poco de música (lo del enlace anterior es otra cosa) para acompañar este paseo. Os dejo un grupo que, por cómo hablan al principio, deben ser, como mínimo, gallegos. ¡Gracitas, La!

https://www.youtube.com/watch?v=HcXNPI-IPPM

¡Y luego dicen que en Galicia nunca hace sol!

Si queréis volver a 1975, año particularmente tempestuoso al ser el del fallecimiento de El Generalísimo, de inauguración de Airiños do Miño y de nacimiento de una servidora, acercaos a este local, reviviréis, a nivel estético, una época marcada por el confusionismo.

El comedor se caracteriza por: revestimiento paredil con maderas barnizadas con chocolate con churros, sombrereras de los años 20, mobiliario recio castellano, bovedillas con pintura mostaza bien brillante y vigas igualmente brillantes en un techo que bien podría ser una sucesión de hot dogs, lámparas de castillo mesetario con toque moderno (luz con leds blanco-carnicería para hacer aún más acogedor el lugar). Fuimos un martes a las 21:00, por eso se ve especialmente desolado, pero para el menú de mediodía y los fines de semana se llena hasta arribón.

El abigarramiento puede con todo, lo domina todo, el abigarramiento es parte esencial de este lugar, eso, y el olor a ambientador limonero de cine de barrio que caracteriza la zona de paso hacia la sala grande y que impacta en tu pituitaria dejándote K.O. durante unos 5 minutos; luego ya a todo se acostumbra uno.

Por su parte, la sección de pinturas es variada y ecléctica, parece como si de detrás de los cuadros fueran a salir manos repulsivas (sí, como en el pasillo de la peli de Catherine Deneuve)… Tan pronto tenemos cuadros de pueblos del sur, como sirenas caldas, como —oh, oh— un mapa de Gallæcia Regnum con el Cantabricus Oceanus y, esto me parece fatal, Asturias de Oviedo, buff, ¡será de Gijón!

La estética y el olfato nada más entrar pusieron todos mis prejuicios negativos en alerta. Pero, a posteriori, me di cuenta de que toda esta profusión de medios era simplemente una demostración de generosidad y atención, no tiene más. Estos gallegos son gente generosa y hospitalaria por eso llenan las paredes de cuadros para que parezca un hogar —de 1975—, ponen muchas mesas y sillas —para que nadie se quede sin su ración—, vaporizan un ambientador atroz —porque consideran que un bonito aroma es una buena presentación— y te ofrecen lacón de entrante de regalo —para que no te agobies esperando.

Nos atiende un Sr. de Castilla la Mancha que es francamente encantador y nos cuenta sus vicisitudes en el lugar, en el cual ha trabajado desde su apertura con pequeñas pausas higiénicas en las que cocinaba en un restaurante de Gran Vía. Ahora cocina menos y atiende más por temas de salud; tan amable el hombre, da gusto.

Elegimos un albariño de la casa (12,50 €), botella de la casa total, sin etiquetado y con gollete que pone «vino blanco, Pontevedra, 12 %» y poco más. Nos ponen copas adecuadas para el vino, copas de verdad —amplias y de cristal bastante fino— lo cual me agrada profundamente. El vino es realmente particular, es un albariño afrutadísimo, con aroma a manzana verde, melocotón y algo de plátano, sin casi nada de mineralidad (salinidad), realmente fácil de beber, sin duda.

La oferta de cosas para compartir es tentadora, queríamos pillar 4 raciones pero el Sr. de la Mancha nos dice que con 3 vamos sobrados. Me quedé con muchas ganas de probar la tortilla gallega, ¡para la próxima!

Nos traen pan (2 €), pan delicado y rústico a la par. ¡Nada de pan-pistola-asesina!

Empezamos con unas croquetas de mar (10,25 €) de denominación poética donde las haya y profundamente evocadora de las Galicias (ah, no, que eran las Galias). Con rebozado externo en su punto de crujiente y bechamel interna cremosa, estas croquetas parecen caseras, y lo son (antes las cocinaba el Sr. de la Mancha y utilizaba 40 litros de leche para hacer, supongo, unos tres quintales, ahora las cocina otro cocinero). Están rellenas de gambas y tienen un ligero toque amargo que me recuerda a los cangrejos de río o las partes internas de la cabeza de muchos tipos de cangrejos. El sabor no me fascina, pero la textura interna y externa sí, son loables. El aroma me devuelve a los chigres asturianos (para los que todavía no sabéis qué son, os los explico en el despiece), qué curioso, ¡me estoy comiendo un chigre! Van acompañadas de unas patatas paja delicaditas, nada aceitosas y bien agradabilis.

Después, por supuesto, pulpo a feiraa feira (18 €). No es el pulpo más fresquísimo que he tomado en mi vida, pero está realmente bueno, textura suave, aroma marino-salado y un excelente pimentón para darle gustico. A modo de lecho, unos cachelos muy educados y buena gente, parecen de familia gallega, se deshacen en la boca. Este plato merece la pena totalmente.

Para continuar,  «zamburiñas» (15,00 €), en el despiece os hablo de cómo reconocerlas y darles los buenos días. Muy frescas y muy bien planchadas, jugosas, mar y mar y más mar con delicado aderezo de ajo y perejil. Riquísimas, como si las comiera en Asturias. ¡Muy recomendables!

Estamos ahítos (García Reneses), pero el Sr. de la Mancha tienta a M. con un flan casero y a mí con un arroz con leche recién hecho.  Aunque dice que el segundo debe dejarse enfriar, pero es que a mí me gusta recién hecho, templadito, uhmmm, ¡me recuerda al que traían a casa de p. los de Viñao! (si vais a Gijón, no os perdáis este lugar, cocina casera asturiana completis realmente buena). El flan, según M., bien. El arroz con leche, solo con canela espolvoreada, está delicadísimo, suavísimo y uhm, requeteuhm.

Y, surprise, el Sr. de la Mancha nos regala los postres; es de una amabilidad fuera de lo normal. ¡Qué fantástico! ¡¡¡Miles de gracias!!!

En resumen, ¿qué puedo decir? Pues, que si obvias la cuestión estética*, en Airiños do Miño podrás disfrutar de cocina casera, honrada, sabrosa y marina. ¡Un gusto!  Volveremos, sin duda, a probar su menú (tienen uno de 10 € y otro de 17 €) y a tapear, pues creo que dan buenas tapas con los vinos.

Aquí una foto de la barra donde tapear, con su grifo de cerveza Estrella Galicia de Sargadelos y todo.

Airiños do Miño se encuentra en C/ Ponciano 4 (zona Conde Duque), su número de teléfono es 629 94 29 68 y únicamente no abre los lunes.

* En cualquier caso, es un sitio que debería mantenerse así; como comenté previamente, es su forma de ser generosos, es su forma de acoger, su estética es parte de ellos. No tendría sentido que se transformara en un local industrial-nórdico-ecléctico. Su esencia es también su estética, sin duda. Por este tipo de sitios sí que merece la pena luchar y no por lugares como Casa Camacho, su abandono culinario y su avidez monetaria.Casa Camacho, su abandono culinario y su avidez monetaria

P.S. Espero que disfrutéis de unas bonitas cenas navideñas y que vuestras respectivas familias sean tan entrañables como la del vídeo musical gallego.

Vieiras, volandeiras y zamburiñas y…



¡el chigre, la chigre, siempre el chigre!*



Los bivalvos son una seres muy sensuales, por lo visto, de ahí que el nombre de vieira provenga de venera (es decir, de Venus). ¡Qué tías, las vieiras! Y los famosos corales de las vieiras de los que se hablan en los restaurantes son, sencillamente, su órgano reproductor, así que dejad de hablar de ellos con tanta naturalidad, ¡un poco de recato, por Dios!



Si vais a un restaurante y no tenéis muy clara la diferencia entre vieira, volandeira y zamburiña ahora os la explico yo en un pispás. Las vieiras se diferencian de las zamburiñas porque tienen un tamaño mucho mayor, esas las reconocemos todos. Pero, ay, las zamburiñas y las volandeiras nos han tenido engañados durante años, al menos a mí. Resulta que las volandeiras son como las vieiras pero más pequeñinas, con su coral (sí, esa parte) rojo y su cáscara acanalada y de tonos anaranjados-blanquecinos. Por su parte, las zamburiñas son más pequeñas aún y su «coral» no es rojo (tachán) sino blanquecino, su concha es más oscura, con canales más estrechos y más larga que ancha; además, son mucho más escasas que las dos primeras. En cuanto a sabor, yo creo que las zamburiñas zamburiñas no las he probado nunca, visto que lo que comemos con denominación genérica «zamburiña» son en realidad volandeiras. En lo que se refiere a la diferencia sabrosa entre vieiras y zamburiñas (es decir, volandeiras disfrazadas de zamburiñas), a mí me resultan más sabrosas estas últimas. Las vieiras creo que son más complicadas de cocinar y es difícil encontrarlas en su punto de cocción y frescura.



Ahora vamos con al chigre, aquí tenéis una explicación del mismo. En resumen, es un lugar donde se vende y escancia sidra, además de otras bebidas, y se dan de comer platos tradicionales asturianos. Pero, yo os voy a dar algún truco especial para que distingáis un chigre fetén: debe tener atrapamoscas eléctrico, sí, de esos que son dos tubos con fluorescentes y se quedan las moscas chamuscadas y pegadas; bueno, también, si es más rústico, puede tener tiras de esas atrapainsectos donde quedan pegados agonizando un rato. Otro dato importante es que tengan sillas de formica o de madera barnizada bien tosca. Los camareros deben saber decir «¿Qué ye ho?» o «¿Cómo ye ho?» y alguno debe conseguir llevar su cinturón por debajo de una barriga inabarcable en un equilibrio digno de un auténtico funambulista; el uniforme típico son pantalones grises y camisa blanca de manga corta, da igual que haga fresquis fuera y las puertas estén abiertas de par en par. Si se molestan más por demostrar su asturianidad y quieren un local más elegante, pondrán barriles y pegollos de hórreos dentro del mismo así como madreñas y hasta yugos de vacas. El aroma del lugar es fundamental: una mezcla entre rancio y ácido fascinante —debido a la sidra y a los mariscos— que si no eres de la zona te costará asimilar. Y, por supuesto, serrín** en el suelo, ¡mucho serrín! ¡Como si fuera la fiesta del serrín! Lo usan para reunir en él la sidra que cae al escanciar, convirtiéndose así en un conglomerado de lo más particular. ¡Hale, a disfrutar!



* Sí, siempre parafraseando; soy una paráfrasis humanoide.



** Me comenta mi heramno La, que es muy asturiano y mucho asturiano aunque viva en Múnich, que Sanidad ha prohibido lo del serrín. Así que ya no podréis distinguir un buen chigre por su serrín, una pena, era todo un detalle característico.

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