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Adiós al Herbolario Angélica y a 68 años cuidando de la salud de su barrio

Angelica Herboristeria - 006

Diego Casado

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Hay un tramo de la calle San Bernardo que parece detenido en el tiempo desde hace décadas. Es el que va desde su número 32 hacia la Gran Vía y que comienza con una tienda de marcos de 1916, un comercio de ropa laboral de 1870 y, enfrente, una farmacia que data del año 1780. Pero hoy conviene fijarse en la cuarta tienda histórica de la acera de los pares, la que tiene el nombre de Angélica en letras doradas, un herbolario de los años cuarenta que está a punto de cerrar para siempre.

“Nos da una pena horrible, pero no hay más remedio”. La frase, dura como el presente que le toca vivir, la pronuncia ante nosotros Alfonso, la tercera generación que regenta un local abocado a poner fin a 68 años de historia, por razones entre las que se mezclan un cambio de modelo de negocio, un sector cada vez más competitivo y -lo principal- una subida del alquiler hasta límites insostenibles.

Pero Alfonso prefiere no detenerse en estos detalles y compartir con Somos Malasaña la historia de su negocio, de la tienda que abrió en 1948 su abuelo Francisco con la idea de traer a Madrid “un herbolario moderno, como no había en la ciudad”. Le puso el nombre de Angélica, una raíz especialmente valorada por sus propiedades medicinales, y empezó a ofrecer nuevos productos que llegaban de Francia. Con gran éxito.

Como Francisco, un conquense que había vivido en diferentes partes de España, era ya mayor en el momento de la apertura del negocio, su hija María de los Santos (Marujita para la familia, Angélica para la mayoría de sus clientes), que por entonces contaba 20 años, se hizo cargo del negocio, con la ayuda de sus hermanas Amelia y Lourdes. Allí pasó otros 50 años de su vida, parte de ellos junto a su marido Antonio, que también trabajó en la tienda, hasta que una enfermedad le obligó a retirarse. Su esposo estuvo en el local hasta el 2010.

En la herboristería trabajaba también -desde 1980- Charo, que acabó siendo la esposa de uno de los hijos de Marujita, Alfonso, con el que ahora conversamos y que se convirtieron en la tercera generación que regentaba el negocio. Hasta ahora. “Creo que hemos aguantado demasiado, por el vínculo emocional que nos une a este local”, confiesa él mientras admite que desde hace tiempo las cuentas no le salen. “Para los negocios antiguos es muy difícil continuar si no tienes en propiedad el local, los alquileres se han puesto por las nubes en Malasaña”.

El comercio tradicional, en peligro

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Alfonso alerta sobre el cambio de paradigma que está viviendo el barrio en los últimos tiempos, con tiendas de toda la vida que cierran para dejar paso en muchas ocasiones a franquicias. Le sucedió al zapatero que tenía al lado, por cuyo local se han sucedido varios restaurantes, y le ha pasado también a él. “No sabemos hasta dónde va a llegar, pero no pinta bien”, reflexiona.

El resultado de todo este proceso de cambio es una calle San Bernardo irreconocible, “en la que los comercios no tienen relación unos con otros ni se complementan”, indica Alfonso que dice haberlo notado especialmente en los últimos siete años. “Antes había más tiendas de barrio”, dice. Podías comprar el pan, arreglarte un vestido, poner suelas a tus zapatos, escoger unos huevos, comprar unos filetes... casi sin salir de esta vía. Ahora las grandes cadenas han copado muchos de los locales de la antigua Calle Ancha y con ellas se va diluyendo su antigua personalidad mientras hace de barrera entre los numerosos comercios chinos que se extienden hacia Mostenses y la Malasaña hipster que se va asentando hacia Luna.

Entre reflexiones sobre el futuro, a Alfonso se el escapa alguna lágrima emocionada mientras piensa en el pasado y en recuerdos como la foto de su joven madre, con su gato, frente a la puerta de su negocio en 1950, que nos cede para este reportaje. También promete escribirnos una carta de despedida para agradecer a sus clientes los muchos años de visitas al local. Para los que quieran despedirse en persona, Herboristería Angélica permanecerá abierta hasta el día 15 de septiembre. Pero mejor no apurar para despedir con un abrazo a la familia que cuidó de la salud de los malasañeros durante 68 años.

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