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A vueltas con la pobreza en el siglo XIX...y en el XXI

Luis de la Cruz

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Recientemente, un reportaje fotográfico de New York Times, Hambre y pobreza en España, rodó bulliciosamente por tertulias y las redes sociales. Al margen de las consideraciones periodísticas que pueda suscitar el reportaje, resultó ser el escaparate internacional de una realidad insoslayable que corroboran la experiencia cotidiana y los estudios. En Exclusión y desarrollo social 2012 de Cáritas, por ejemplo, se nos advierte de que la pobreza crece a pasos agigantados y se hace más crónica que nunca. La asociación, que atiende del orden del 20% más personas cada año en los últimos tiempos, habla de 11,5 millones en riesgo de pobreza o exclusión social en España.

La pobreza es un tema que está en el debate público, como lo estuvo antes en otros momentos (siempre hubo pobres, claro, pero en algunas épocas el problema es más visible y grave que en otras) Miramos hoy hacia un momento de crisis económica seria y, por qué no decirlo, de cambio de ciclo como actualmente, el tránsito entre la última parte del siglo XIX y primeros momentos del XX, cuando Madrid se convirtió para siempre en la gran urbe que es.

Debemos situarnos en un Madrid en el que el pobre era parte inseparable del paisaje urbano. El mendigo “profesional” es omnipresente en la literatura, desde el siglo de Oro a los tiempos de la capital decimonónica, sólo un estereotipo que refleja la triste realidad. Que la gente muriera por hambre en la calle era moneda corriente, un suceso muy repetido en la prensa.

Aún en 1916, se podía leer como se clamaba contra “el espectáculo bochornoso que a diario se contempla en las calles y en las plazas de Madrid, viendo como duermen en los quicios de las puertas o en medio de las aceras o plazuelas esos seres humanos envueltos en inmundos harapos, sufriendo las inclemencias del tiempo” (Francisco García Molinas)

La respuesta fue la caridad institucionalizada a través de asilos municipales, comedores de caridad, la “sopa boba” del sobrante del rancho de los cuarteles, los servicios de órdenes religiosas... Si hasta la fecha la caridad había sido cosa eclesiástica, la España liberal de las desamortizaciones se decide a acabar – sólo en parte - también con ese monopolio. Aparece a mediados del XIX la reglamentación por doquier: la Dirección General de Beneficencia y Sanidad, la Ley General de Beneficencia y su Reglamento...

Es en el último tercio de siglo, cuando las profundas crisis industrial y agrícola traen la pobreza estructural a nuestras ciudades al modo de las ciudades capitalistas, cuando se empiezan a adoptar medidas intervencionistas.

En un Madrid finisecular de crisis económica el tejido urbano se atesta de gentes que llegan hambrientas del campo circundante, que se unen a los mendigos locales, y el hambre se convierte en un tema omnipresente en los debates políticos y sociales. Madrid dobla su población en sólo medio siglo: pasa de 221.707 en 1850 a 539.835 habitantes en 1900.

Las autoridades tratan de paliar la situación pero dan palos de ciego. En 1899 se crea la Asociación Matritense de Caridad, el mismo año que se prohíbe la mendicidad en las calles, como si la pobreza pudiera esconderse bajo las aceras. Aparecieron las tiendas-asilo, que vendían raciones a muy bajo precio (0,10 céntimos), aunque ni siquiera a estos precios les alcanzaba a los conocidos como “pobres vergonzantes”.

Fue también a finales de siglo cuando comienza a sonar con fuerza, a menudo en círculos obreros, la crítica a la beneficencia como parche hipócrita que es más parte del problema que de la solución.

El nacimiento de la sociedad de masas acabará con el concepto de beneficencia, vigente desde el Antiguo Régimen, y llevará hacia el tímido nacimiento, con el nuevo siglo, de un escueto Estado Social. Es el paso de la caridad cristiana, para la que existe un deber moral para con los pobres, a la concepción de un derecho ciudadano a una vida digna. Es en las primeras décadas del siglo XX cuando llegan también las primeras leyes de acción social (leyes reguladoras del trabajo de la mujer y los niños, la Ley de Accidentes, del descanso dominical o el inicio de los seguros sociales)

La pobreza en Hospicio y Universidad

El hecho de que dos de los distritos madrileños llevaran por nombre La Inclusa (entre Embajadores y Lavapiés) y Hospicio (el entorno de Fuencarral) no parece ser casualidad, y da idea de la importancia social de estas instituciones. En la calle de Fuencarral aún encontramos el viejo edificio del Hospicio de San Fernando convertido en Museo de Historia.

En aquellos años el inmueble estaba ya en parte ruinoso y las condiciones higiénicas en las que se encontraban los niños dejaban mucho que desear. La situación llegó a la opinión pública en el año 1900, cuando una epidemia de sarampión melló notablemente su población, provocando numerosas informaciones en la prensa. La mortalidad infantil en aquellos momentos era de 80 por mil (mientras que la habitual era de 16 por mil).

Como podemos ver en el gráfico de arriba, los distritos de Hospicio y Universidad, correspondientes al barrio de hoy, se encontraban a la cabeza de gentes necesitadas, por ser lugar de clase obrera y de aluvión agrícola. Hoy la situación es distinta, aunque sigue habiendo en el barrio numerosa población envejecida, sobre la que los efectos de la crisis está golpeando con especial contundencia.

A finales del siglo XIX la Hermandad del Refugio, en la Corredera Baja de San Pablo, gastaba 380.000 pesetas anuales en dar de comer a pobres (una auténtica fortuna de la época). En pleno siglo XXI, las colas de gente hambrienta siguen naciendo de esas mismas puertas para vergüenza de una sociedad en la que surgen muchas preguntas y una sola certeza: algo hemos hecho mal.

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