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1980: “El barrio de la basca” en la prensa contracultural

Una parte de la cubierta del número de febrero de 1980 de Ajoblanco

Luis de la Cruz

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“Coños y cojones! (sic), hay que entender que la podredumbre vital se viene manifestando por las calles madrileñas, ¿o no? Puedes, quizá si te sientes seguro de ti mismo, escapar hacia esas calles estrechitas que recorren los pasotas y navajeros madrileños o gente de/en viaje. A la sombra de la decandencia inversionista, el nuevo espectáculo aferra sus garras hacia un barrio que bien puede convertirse o llegar a ser el latino parisien: Malasaña, o barrio de pasotas”.

Así comienza El barrio de la basca madrileña, un artículo que la revista Ajoblanco le dedicó a Malasaña en su número 52, de febrero de 1980. Su autor es José Manuel Pita. Malasaña compartía espacio aquel número con el filósofo Agustín García Calvo (que mucho tiene que ver también con el barrio), el filósofo Toni Negri, que enviaba una carta desde la cárcel, la heroína o el movimiento estudiantil.

Seguramente no hace falta situar al lector pero…por si acaso. Ajoblanco fue, probablemente, la revista contracultural más importante del país. El nombre nace cuando en 1973 una serie de poetas jóvenes, aglutinados por Pepe Ribas, cenan ajoblanco en la que sería la noche seminal de la publicación. La revista mensual estuvo trufada de temas poco tratados hasta la época, como el feminismo, la antipsiquiatría, el anarquismo, las drogas, y un largo etcétera que se puede rastrear en la web de la revista, donde recientemente se han liberado los números de su primera época, entre 1974 y 1980 (tendría otras dos, entre el 87 y el 99, y en 2017).

[La Cochu, el underground madrileño que vivió en Augusto Figueroa]

Aunque era una revista muy barcelonesa, en 1979 a punto estuvo de trasladar parte de su redacción a Madrid y en ocasiones trató temas de nuestra ciudad, pues ambas urbes sostenían un cierto diálogo-rivalidad sobre el mundo de la modernidad y lo contracultural.

En El barrio de la basca madrileña se hace una descripción un tanto superficial pero curiosa del barrio de Maravillas en plena mutación ¿consumada? a la Malasaña más nocturna. En sus calles adoquinadas, se dice, se juntan “vascas estudiantiles, élites pseudointelectuales, junto con anarcopasotas, marginados y mendigos; todos ellos atraídos por viejas casonas con sabor antiguo, balcones y alquileres baratos”. Según el autor, este mundo choca a veces con el barrio viejo de pequeñas tiendas “pseudo-artesanales” pero va cuajando la convivencia entre los mayores del lugar y los recién llegados.

El artículo dedica mucho espacio a los pubs de la época. Montar con el dinero paterno un pub a la imagen de los de Londres u Holanda, dice, es la aspiración de los jóvenes pasotas con más posibles. Se refiere a El Armadillo, del que dice fue el pionero y en ese momento era de ambiente; a El antro más distinguido (ya desaparecido cuando se escribe el texto); el Aurora, de “élite intelectualoide y actuación de gente cachonda y divertida”; La Vía Láctea, del que destaca la inversión millonaria necesaria para montarlo; el Bugatti, “de ambiente retro-camp, dulce y tierno a todas horas”; El Farol Rojo (el de la última copa); Plaxtico, que, parece ser ¡, inauguraba la constante de los bares de copas abigarrados de objetos; el Pepe Botella, que en realidad era entonces un restaurante afrancesado, con “su exquisita crema de puerros”; el Manuela o La Sastrería.

De estos pubs, herederos de la zona de Aurrerá (“el hoyo”) dice además que se cuidaban mucho de que se consumiera en sus puertas la droga que campaba a sus anchas por el barrio y que cerraban a las dos de la mañana.

La droga. En un artículo de 1980 sobre Malasaña no faltan, por supuesto, las referencias a la venta de droga. El hachís se vende en la Plaza del Dos de Mayo y “ofrece un pequeño refugio monetario a esa multitud de parados”. Patrix ejemplifica al camello joven que pasa para consumir. “Desde su larga cabellera rubia; apenas tiene tetitas, pero gracias a la reforma del Código, el civil, DISPONE libre y responsablemente de su cuerpo”. Estrictina, anfetaminas, LSD (Micropuntos o Dragones Rojos), cocaína y, por supuesto, heroína, son las sustancias que se consumían.

Muchos años después, en 2014, el Centro Cultural Conde Duque dedicó a la publicación una importante exposición que saciaba las ganas de Ajoblanco. Ya no era underground pero se reconocía su enorme legado. Ahora, a través de su web tenemos disponibles horas de lectura para adentrarnos en la contracultura de la Transición.

Leer el número 52 de Ajoblanco

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