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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz
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Micromachismo en el Museo Reina Sofía

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Maruja Mallo fue sinsombrerista como García Lorca, como Dalí, como Margarita Manso, porque fueron ellos cuatro, además de otros estudiantes, los que provocaron aquel altercado público que pasó a la historia como una provocación teñida negativamente, como suele suceder con muchos movimientos artísticos y literarios, nominados primero con desprecio (“modernistas”, “vanguardistas”, “impresionistas”, etc.), luego reivindicados positivamente con ese nombre: el quitarse el sombrero en la Puerta del Sol y lanzarlo al aire para golpear la conciencia de los bien pensantes burgueses de la dictadura de Primo de Rivera.

La pena es que el machismo de la época, a pesar de las muchas conquistas feministas que en los primeros años treinta consiguieron alcanzar en nuestro país, no dio el salto de considerar ese apelativo como negativo a introducirlo en el argot de la historia de la crítica estética. Es cierto que hoy se hace un gran intento por reivindicarlo (hasta tenemos la “Plaza de las Sinsombrero” en Madrid), pero aún “las sinsombrero” siguen siendo repensadas por muchos (y por algunas) en la historia de la cultura española como “aquellas grandes mujeres que hicieron grandes cosas al lado de los grandes hombres”.

Y no, señoras y, sobre todo, señores o señorones de la cultura: eso también hay que superarlo.

Ya sería buena hora, y ya lo expuse en el congreso feminista de Soria de 2023, de que ese evento exclusivista, elitista y machista que supuso la invitación del Ateneo de Sevilla en 1927 para conmemorar el tricentenario de la muerte de Góngora, deje de marcar como evento significativo la historia de la cultura patriarcal de nuestro país. El evento (público, popular e igualitario) de quitarse el sombrero como provocación en la Puerta del Sol debe obnubilar como punto de referencia a aquel otro. Hablamos de una generación de mujeres y varones, artistas en general y no sólo poetas, que cambiaron para siempre la percepción de la cultura y el arte, aunque por desgracia la Guerra Incivil troncara demasiado pronto su efecto y lo suspendiera durante setenta años (y no sólo cuarenta).

El Sinsombrerismo, así, con mayúsculas, del que ya hablé hace casi tres décadas, incorpora la impronta del Surrealismo y de todos los -ismos al quehacer artístico que tantas veces se asocia en literatura a la mal llamada Generación o Grupo del 27.

Maruja Mallo no es, sin más, una “sinsombrerista” en el pobre sentido de la palabra que he mencionado en el segundo párrafo, sino con total seguridad, una de las mayores (y de los mayores) pintoras (y pintores), permítaseme la complicidad de los paréntesis, de la historia contemporánea de España, y no tiene nada que envidiar ni a Dalí ni a Miró ni a Picasso. Aunque sí, quizás fueron ellos, los que tuvieron que envidiar en vida a ella, ya que antes que nadie, Maruja Mallo, expuso sus obras en Nueva York (concretamente, en la Galería Carroll Carstairs, en 1948), aunque al regresar a España ni su vecino supiera quién era esa señora excéntrica con la que se cruzaba por las escaleras.

Dalí, por más que Maruja Mallo fuera, por su condición de mujer, justamente más iconoclasta si cabe que él, supo aprovecharse como varón del pensamiento patriarcal del franquismo, del que aceptó el elitismo, el machismo, el totalitarismo (vaya con el iconoclasta burgués) para ser admirado en patria. Mallo, como mujer, quedó relegada al exilio interior y al olvido después de haber sufrido el exterior. Y ahí, durante el franquismo, Mallo se erige éticamente como la más iconoclasta de todas, superando en su ruptura a Dalí el aburguesado.

El Museo Reina Sofía de Madrid expone muchas de las grandes obras de Maruja Mallo. El otro día volví para deleitarme con ellas. A través de ella se pueden radiografiar no sólo las luchas artísticas de aquella generación, sino también del gran arte, del mayor arte español de todos los tiempos. Luego pasé por la librería para buscar una lámina suya y regalársela a mi pequeña gran y nueva amiga en la distancia, Irati. Mi sorpresa fue mayúscula: no había ni rastro.

La pregunta es, ¿por qué la librería del Museo sólo ofrece láminas de Miró, de Picasso y de Dalí a quienes Mallo no tuvo ni tiene nada que envidiar? ¿Para cuándo la librería del Museo tendrá láminas tan hermosas de Mallo como las de Dalí o Miró? ¿Cuándo la cultura de este país dejará de ser, si no machista (que es un tono mayor), también micromachista?

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